Por Msc. Rafael Montalván Barerra
Especialista en lengua y literatura

Pitonisa, espanto, pesadilla, terror, estremecido, temblor, bruja, arpía, muerta, distancia, nostalgia, misterioso, sepulcral, mansión y -claro- fantasma son algunos términos de los riquísimos campos semánticos presentes en el libro ‘Danza de fantasmas’, de Jorge Dávila Vázquez (Cuenca, 1947), su mejor atributo.

El volumen (165 págs.) está estructurado en tres segmentos narrativos (cuentos y novela breve) cuyos ejes temáticos descansan en la presencia de personajes fantasmales y sus afines; en la primera parte, ‘Doce cuentos’, surgen muertos aparecidos, una casa que se mueve de lugar, un buque espectral que masacra a casi todo un pueblo, botellas que al destaparlas reproducen voces añejas, un árbol que da frutos raros, el desvanecimiento de los actuantes después de una larga sobremesa…

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Lo atractivo es que no todos los cuentos tienen el afán de inquietar o perturbar, pues se observa en las tramas un manejo anecdótico que recoge también fines sorpresivos, humorísticos y sarcásticos como para acentuar su carácter de literatura juvenil.

En efecto, el fabulador ecuatoriano pensó en un público objetivo formado por lectores adolescentes, dentro de la colección ‘Juvenalia’ de la serie ‘Letra Viva’ de Velázquez & Velázquez editores.

En la segunda parte, ‘Peregrino en el tiempo’, con su personaje vital: Moltavid, repara en el contexto cultural de algunas historias como las referentes a la sirena rencorosa y la de su oficio de servidor de vino de Nerón (y su fuga en el tiempo y el espacio).

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En ‘Danza de fantasma’ parte homónima del conjunto, en siete capítulos ágiles Dávila Vázquez presenta personajes espectrales de honda reminiscencia en la gran casa de un viejo prestamista fallecido. (O)