Era el final de una tarde calurosa entre semana, todos regresaban a sus hogares luego de las típicas actividades de un día como cualquiera en la ciudad. Nosotros decidimos ir en busca de una experiencia gastronómica totalmente diferente, esta vez no estaba en los planes un restaurante, sino a un lugar en donde disfrutar de una buena conversación y algunas copas de vino.

En la planta baja del centro comercial Alhambra (km 2,5 en la vía a Samborondón) se encuentra El Terruá, un local especializado en la venta de vinos y licores, que cuenta con un lugar único en la ciudad para la cata. Tienen los vinos a las temperaturas correctas, copas Riedel de cristal y un mesero con muchos años de experiencia que conoce muy bien el oficio. Todo esto junto a estanterías llenas de botellas de bodegas de diferentes partes del mundo, que nos hacen sentir como si estuviéramos dentro de una gran cava.

Empezamos con un Faustino, Brut, reserva ($ 20,03), vino espumoso (término correcto, porque como ya explicó alguna vez Epicuro, la palabra espumante no existe en el diccionario) español de la zona de La Rioja. Refrescante y al mismo tiempo complejo, con presencia de levaduras y notas tostadas gracias a su tiempo en barrica. Fue un delicioso aperitivo con el que vimos caer la tarde a través del inmenso ventanal al costado de nuestra mesa.

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Luego vino una botella de la bodega argentina Catena Zapata ($ 18,82) un Chardonnay joven (año 2017), pero que tenía 10 meses de crianza en roble francés, con tonos brillantes, de color amarillo verdoso, con aromas de banano, durazno maduro y algo de piña, buena acidez y cuerpo medio. En este punto y luego de un par de copas decidimos pedir algo de comer que acompañe nuestra segunda botella.

El Terruá no vende comida, pero si tienen un servicio muy acertado que permite ordenar de la carta de las cafeterías y dulcerías que se encuentran junto a su local. Pedimos de Havanna, dos picadas ($ 60), tablas de quesos maduros de varios tipos, cremosos unos y madurados otros, que hicieron un correcto maridaje con las notas algo dulces y untosas del vino.

Llegó la noche y pasamos al primer tinto, un Pinot Noir ($28,56) cosecha 2016, serie Alfa, de la bodega chilena Montes. Es una cepa bastante suave, con aromas a cerezas, frambuesas y frutillas, de bajo cuerpo y de fácil tomar. Sus 10 meses de paso por roble francés le dan algo de complejidad, pero que nada que invada el paladar e impida seguir a la siguiente copa.

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El plato fuerte de la noche, vino de una cosecha chilena del 2012, el Canto de Apalta ($ 35,96) de la bodega Lapostolle, una joya de ensamblaje elaborado con algunas de las mejores y clásicas cepas francesas que llegaron a América de la zona de Burdeos. Este blend que pasó por una crianza de 12 meses en barricas nuevas de roble francés tiene Carmenere, Merlot, Cabernet Sauvignon y Syhra. Deliciosamente complejo, con muchas capas de aromas, todas de frutas rojas maduras de bosque y en boca una textura tánica que deja una presencia totalmente placentera.

Vino intenso, potente, sabroso y de larga persistencia que acompañamos, con unos bombones con 70% de cacao elaborados por la dulcería Gourmandises, perfecto final, porque se nos acabó el tiempo, El Terruá solo atiende hasta las nueve de la noche, así que nos tuvimos que despedir, pero seguro que regresaremos. (O)