Un trozo de papel arrugado que estaba colgado en un muro me tenía hipnotizada. Era el boceto de un niño de cabello oscuro con anteojos redondos que aparecía rodeado de sus familiares, quienes lucían disgustados. La página está cubierta de dobleces y manchada con lo que parece ser café. Sin embargo, ahí está, “el niño que vivió”, dibujado amorosamente por la propia J. K. Rowling, seis años antes de que el primer libro de Harry Potter fuera publicado.

Detrás del imponente muro de un castillo, se encuentra Harry Potter: A History of Magic, una completa exposición organizada en la Sociedad Histórica de Nueva York que traza los orígenes de la historia de Harry, no solo a través de la óptica del proceso de escritura, sino con las distintas influencias históricas, culturales y científicas que inspiraron la magia presente en los libros.

Siempre supe, como la mayoría de los fanáticos, que Rowling trabajó en esa historia durante años, mientras escribía notas en servilletas y extraños pedazos de papel. Sin embargo, hay algo profundamente conmovedor en imaginarla dibujando las franjas en la camiseta de Harry o las pecas en la cara de Ron mucho antes de que pudiera pensar que alguna persona valoraría su trabajo.

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Para algunos, esta exhibición podría parecer simplemente otra herramienta promocional de un imperio que siempre busca crecer. Sin embargo, hay algo especial en revisitar el proceso de escritura que vuelve a encender la magia original e incinera cualquier cinismo.

Esto es lo que la exposición, que se creó a mediados del año pasado en la Biblioteca Británica, logra muy bien. Al conmemorar los veinte años de la publicación original en Estados Unidos de Harry Potter y la piedra filosofal, la muestra tiene algo para chicos y grandes, para amantes de la historia y para quienes adoran la ciencia, para Potterheads o para fanáticos comunes. Las salas están organizadas conforme a las materias de la escuela de Hogwarts, lo que significa que los visitantes avanzan de la sala de Pociones a la de Herbología y de ahí pasan a la de Encantos hasta alcanzar la de Cuidado de Criaturas Mágicas, donde las sombras de unicornios y centauros pasan apresuradamente por el muro.

Aunque hay muchos momentos fantásticos, este no es un recorrido por un estudio fílmico ni un parque temático. La gran cantidad de objetos en exhibición conforman un puente entre el mundo real y el ficticio.

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Otros objetos parecerán familiares para los lectores: un bezoar, una piedra removida del estómago de un animal, como la que Harry usó después de que Ron fue envenenado; un planetario del siglo XVIII, un modelo del sistema solar con diminutos planetas móviles, que parece directamente sacado del salón de clases de Sybill Trelawney, y un panfleto de 1680 sobre la verdadera naturaleza del mítico basilisco, una serpiente con colmillos a la que Harry se enfrenta durante su segundo año en Hogwarts.

No obstante, la exhibición también pinta un panorama más amplio sobre la historia de la magia porque muestra elementos pertenecientes a una variedad de culturas y mitologías. Una edición del siglo XIII de Liber Medicinalis tiene una cura para la malaria que incluye escribir la palabra “Abracadabra”. El rollo Ripley del siglo XVI, de casi 6 metros de longitud y bellamente ilustrado, contiene secretos sobre el elixir de la vida. Un libro etíope de recetas que data de 1750 está lleno de encantos, talismanes y hechizos para protección.

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Los niños se deleitarán con las secciones más interactivas de la exhibición, incluida una estación de fabricación de pociones, donde logré usar los ingredientes correctos para preparar digitalmente un tónico que me protegería de los goblins nocturnos.

Para algunos, los antiguos rollos y manuscritos serán el atractivo. A otros les encantará ver las numerosas representaciones históricas de criaturas como los hipogrifos y las sirenas.

No obstante, debo admitir que los libros fueron el centro de la exposición para mí. Estaba encantada por cada trozo que me permitiera tener una mirada más cercana del proceso de escritura como las cartas entre Rowling y su editor estadounidense Arthur Levine o un mapa de Hogwarts en el que un calamar gigante puede ser visto en el lago.

Si se preguntan ¿cuál fue el objeto más encantador de todos? se trata de una nota de Alice Newton, hija del único ejecutivo editorial que le dio una oportunidad a la saga. En la letra de la niña, se lee: “La emoción en este libro me hace sentir bien en el interior. Pienso que es posiblemente uno de los mejores libros que un niño de entre los 8 y los 9 años pueda leer”.

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Hacia el final de mi visita, me di cuenta de que había un área de estudio que faltaba: la transfiguración. En los libros, este es el muy difícil arte de cambiar una cosa en otra –un ratón en una tabaquera o un erizo en un alfiletero–. El curador asociado para exhibiciones de la Sociedad Histórica de Nueva York, Cristian Petru Panaite, me dijo que era un poco desafiante ilustrarlo mediante el uso de objetos tangibles.

Sin embargo, tal vez la experiencia completa es un tipo de transfiguración. Ingresas al recinto y dejas atrás la ajetreada calle, abandonas el desordenado y caótico mundo, y durante un breve periodo puedes desaparecer en la magia de Harry Potter.

Los lectores han hecho ese truco durante las dos décadas pasadas. Ahora, otros tendrán la oportunidad de intentar el mismo hechizo. (NYT) (I)