Estoy en pleno corazón de Siberia (entre Ekaterinburg y Novosibirsk). En algunos momentos me pregunté por milésima vez sobre estos 90 días de peregrinaje para conmemorar los 20 años de mi peregrinación al Camino de Santiago. Cuando estaba en Sofía pensé en desistir y ahora estoy contento de haber seguido adelante, aunque no consiga escribir en el tren por causa del continuo balanceo del vagón, puedo por lo menos anotar algunas cosas y colocarlas en la computadora cuando llegue a la primera ciudad con conexión a internet. Así­ las personas que estén siguiendo este blog tendrán cómo entender mejor mi estado de espíritu.

Una de las personas en el tren me muestra una oración que, según ella, fue encontrada entre los objetos personales de un judío, muerto en un campo de concentración:

“Señor: cuando vengas en Tu gloria, no Te acuerdes apenas de los hombres de buena voluntad; recuerda también a los hombres de mala voluntad.

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“Y, en el día del Juicio, no Te acuerdes apenas de las crueldades, sevicias y violencias que ellos practicaron; recuerda también los frutos que producimos por causa de lo que ellos nos hicieron. Recuerda la paciencia, el coraje, la confraternidad, la humildad, la grandeza de alma y la fidelidad que nuestros verdugos terminaron por despertar en nuestras almas.

“Permite entonces. Señor, que nuestros frutos puedan servir para salvar las almas de los hombres de mala voluntad”.

Preciso vivir todas las gracias que Dios me dio hoy. La gracia no puede ser economizada. No existe un banco donde depositamos las gracias recibidas para utilizarlas de acuerdo con nuestra voluntad. Si no me beneficio de ellas ahora, las perderé irremediablemente.

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Dios sabe que somos artistas de la vida. Un día nos da un formón para esculturas, otro día pinceles y tela, otro día nos da una pluma para escribir. Pero jamás conseguiremos usar formón en telas o plumas en esculturas. A cada día su milagro. Necesito aceptar las bendiciones de hoy para crear lo que tengo, si hago eso con desapego y sin culpa, mañana recibiré más.

De todas las poderosas armas de destrucción que el hombre ha sido capaz de inventar, la más terrible –y la más cobarde– es la palabra.

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Puñales y armas de fuego dejan vestigios de sangre. Bombas estremecen edificios y calles. Venenos acaban siendo detectados.

Pero la palabra destructiva consigue despertar el Mal sin dejar pistas. Los niños son condicionados durante años por los padres, artistas son criticados sin piedad, mujeres son sistemáticamente masacradas por los comentarios de sus maridos, fieles son mantenidos lejos de la religión por aquellos que se juzgan capaces de interpretar la voz de Dios.

Trata de ver si estás utilizando esta arma. Ve si están utilizando esta arma contigo y no permitas ni lo uno ni lo otro. (O)

www.paulocoelhoblog.com

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