PEDRO CHÉVEZ VALAREZO
AUXILIAR AL PRÓJIMO ES SU VOCACIÓN

Desde hace 12 años el guayaquileño Pedro Chévez Valarezo, de 42 años, cambió de trabajar 8 horas y media, de lunes a viernes, a 24 horas pasando un día, en relevos.

Ocurrió por la oportunidad dada en el Benemérito Cuerpo de Bomberos de Guayaquil (BCBG) para que se prepare como paramédico y ejerza ese cargo en la institución. Antes fue mensajero.

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Su preparación ha sido constante. El primer curso recibido fue para obtener el título de Asistente de Primeros Auxilios Básico, luego siguió con otros, nacionales y extranjeros. Decidió vincularse con la medicina porque veía la dedicación con la que bomberos prestaban su ayuda para salvar vidas.

Ahora recibe clases universitarias para obtener un título de tercer nivel afín a sus jornadas cotidianas. Transitó por los cuarteles 4, 5, la compañía Salamandra y actualmente labora en el cuartel 2 (10 de Agosto y Esmeraldas).

Explica que los casos que conoce a través de su trabajo se los expone a su esposa, Margarita Yagual, y a su hija, Dayana, para que tomen sus debidas precauciones y no les ocurra a ellas.

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El personal del BCBG recibe capacitación para manejar sus emociones y sentimientos y para que logren controlar los de familiares y personas que estén cerca de quien ha sufrido alguna emergencia.

Chévez afirma que ha tenido que cuidar sus impresiones al llegar al lugar del suceso y encontrarse con situaciones muy graves, como cuando socorrió a un señor al cual le habían dado un machetazo en la cabeza y el arma aún estaba clavada en esta y así debieron trasladarlo al hospital. El desenlace fue satisfactorio, pues se salvó.

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El paramédico sigue aprendiendo de su actividad, cada vez que puede revisa contenidos en YouTube.

ANA MARÍA WIESNER
INCLUIR A MÁS MUJERES

Los observaba mientras trabajaban y esa labor llamaba mucho su atención. El ingreso le parecía imposible, porque se trataba solo de personal masculino. De aquellos momentos en los que anhelaba formar parte de las filas del Benemérito Cuerpo de Bomberos ya han pasado 23 años.

Ana María Wiesner Flor, guayaquileña de 45 años, considera que su bisabuelo, quien fue bombero toda su vida, influenció en ella para sentir esa cercanía por las casacas rojas. Cursa el quinto año de Derecho y es la responsable del departamento de Gestión Comunitaria del Consorcio Veolia Proactiva.

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Sus primeros pasos como bombera fueron de constante aprendizaje, desconocía lo referente a la instrucción militar, fue muy observada, pero también apoyada por sus compañeros.

Wiesner fue aceptada como ayudante de Protocolo a órdenes de Primera Jefatura, rango que no existía en el escalafón bomberil, pero para ella era como la ‘visa’ para la inclusión de las mujeres en la institución.

Su rango lo nombraba con orgullo, aunque algunos no disimulaban sus risas. Al poco tiempo se dieron cuenta de su perseverancia, convicción y actitud. Fue designada como suboficial, ascendió a teniente y ahora se desempeña como capitana del Cuerpo de Bomberos a órdenes de Primera Jefatura.

Wiesner señala que aún tiene que lidiar con personas que creen que una mujer bombera es poco femenina. Pero lo que no saben es la satisfacción que siente de pertenecer a una de las instituciones más nobles y respetadas de Guayaquil.

Entre los logros que se atribuye está el de romper los estereotipos de género con la inclusión de la mujer en el Benemérito Cuerpo de Bomberos de Guayaquil. Actualmente ya son 250 bomberas en la institución y Wiesner quiere seguir motivando a más féminas a integrar esta actividad.

EMILIO VELASTEGUÍ VILLACÍS
FELIZ DE PODER AYUDAR A OTROS

Oriundo de Ambato, Emilio Velasteguí Villacís, de 58 años, llegó hace 36 a Guayaquil. Fue aquí donde se relacionó con amigos que eran bomberos y de una u otra forma nació su interés por esta labor.

Empezó como bombero voluntario y así llegó hasta el grado de teniente, luego de un tiempo empezó a trabajar como mensajero en el Cuerpo de Bomberos, posteriormente fue ascendido como ayudante del jefe de la oficina técnica de prevención de incendios.

“Fue con él, con el comandante Pines en ese entonces, con quien prácticamente se abrió el camino de querer ser bombero”, relata.

Durante doce años funcionó como operador de emergencias donde aprendió el movimiento que él y sus compañeros tienen en cada situación crítica.

A lo largo de sus 34 años como bombero ha podido sentir de cerca el dolor de las personas cuando muere un ser querido, la angustia de perderlo todo, o la desesperación de quienes están atrapados en un incendio. Es ahí donde sale a flote el deseo innato de brindar ayuda.

“Yo creo que nadie se hace bombero, eso nace, está en uno buscar, ir descubriendo. Me siento más que feliz de poder servir a otros”, expresa Emilio, quien además es aficionado al andinismo y excursionismo, actividades que realiza desde niño y ahora comparte con otras personas.

Una experiencia que nunca olvida es la de un rescate en una colisión vehicular múltiple en el km 26 vía a la costa, donde una mujer clamaba ayuda por su hijo, pero los rescatistas no veían otra víctima entre los fierros retorcidos.

Tal fue la sorpresa cuando al desarmar el auto encontraron a un pequeño niño de unos cuatro años bajo las piernas de la mujer, muy cerca a los pedales. En espera de lo peor, pudieron rescatar al niño en perfecto estado.

“No tenía un rasguño, la mamá tenía varios huesos rotos, todos nos preguntábamos cómo había pasado eso, fue una gran sorpresa, una de las tantas que brinda esta profesión”, recuerda Emilio.

JUAN DE LA CRUZ
‘ME ENORGULLECE SER BOMBERO’

Ayudar al prójimo sin esperar nada a cambio es el lema de vida que practica Juan De la Cruz, un docente universitario que desde mayo del año 2000 es bombero voluntario.

Juan tiene 41 años de edad y recuerda que siempre tuvo como anhelo ser bombero. Cuenta que su familia lo apoyó en todo momento cuando les comunicó que ingresaría al Cuerpo de Bomberos de Guayaquil, aunque al inicio su papá se opuso porque considera que es una actividad con mucho riesgo. “Siempre le explico que para eso están los cursos y así evitar que tengamos algún percance”.

La preparación que tuvo Juan para ser bombero fueron de 15 días en la Academia, ubicada en el Cuartel 5. Todo consistía en temas básicos tanto en la teoría como en la práctica, además de pruebas físicas que justamente estaban enfocadas en preparar al aspirante para lo que iría a enfrentar en una situación real.

Juan también es periodista y por esta profesión es que se decidió a ser bombero. “Pude cubrir como periodista los incendios del hotel Boulevard y el de la gasolinera de Urdesa; estos dos sucesos llamaron mi atención y despertaron mi interés por servir a mi ciudad”.

Hasta el año pasado fue docente de la materia Prácticas de Radio en la Universidad Laica de Guayaquil. “Fueron 13 años los que estuve como profesor y muchas veces me tocó impartir clases con el uniforme de bombero. Para mis estudiantes verme entrar uniformado al aula era bastante particular, incluso para mis compañeros docentes”.

Recuerda que sus estudiantes siempre le preguntaban: “¿cuál es el momento más difícil que le tocó vivir como bombero?”. Para Juan es difícil responder, pero la tragedia que más lo marcó fue un incendio en las calles Venezuela y 6 de Marzo en el año 2002. “Tres niños habían sufrido una descarga eléctrica de cables de alta tensión. Ellos jugaban carnaval, sin querer lanzaron agua que tocó los cables de alta tensión. Una niña de aproximadamente 9 años fue quien recibió el impacto directo de la descarga eléctrica. Trasladamos a los tres menores al hospital y la niña antes de bajarla de la ambulancia se despidió con un beso en la mejilla y nos agradeció por salvar a sus hermanos. Ella falleció esa madrugada”.

Juan tiene 3 hijos y a ellos les enseña que lo mejor que puede hacer una persona es ayudar a otra sin que se lo pidan.