El Día del Padre tiene un valor adicional para Johnny, Diego y Luis. Ellos son tres papás que a diario se despiertan con una motivación principal: sacar adelante a sus hijos sin la ayuda de una mamá, ya que perdieron a sus parejas en diferentes circunstancias.

Se emocionan al decir que sienten un amor tan grande por sus hijos que ese sentimiento les da la fortaleza para afrontar diversos retos, hacer sacrificios para darles lo mejor para que ellos sean felices.

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Hoy que se conmemora el Día del Padre presentamos las historias de lucha de estos hombres.

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Johnny Lozada: No he estado en fiesta por el Día del Padre, pero los abrazos de mis hijos siempre son mi mayor regalo

Johnny Lozada compartió su experiencia de vida con este Diario. Su mayor regalo son sus hijos. Foto: El Universo

Johnny Lozada Vega, carpintero guayaquileño de 44 años, tiene cuatro hijos, uno de ellos con discapacidad, con parálisis cerebral infantil (PCI) de 16 años. Desde hace cuatro años, él se convirtió en “padre y madre” para ellos, pues se separó de su esposa y él se quedó a cargo por completo de sus hijos. Él sabía que esa decisión conlleva mucha responsabilidad, más de la que ya había tenido desde que ellos nacieron.

“No me imagino la vida sin mis hijos, desde que supe de su existencia me he hecho cargo, si uno busca tener hijos es porque los va a amar. Luego de quedarme a cargo solo, mi vida cambió, teníamos algunas cosas en una casa que alquilábamos y tuve que regalarlas o venderlas para entrar en un espacio de 4 x 5 metros, un cuarto que me cedieron mi papá y mi mamá para vivir con mis hijos”, recuerda.

Él comenta que uno de los grandes retos es cuidar a su hijo con discapacidad, es una vida llena de sacrificios.

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“Él no duerme como cualquier niño, se levanta tosiendo, llorando, orina en la cama, sí le ponemos pañal también. Se levanta a cada rato, muy difícil, pero es mi sobreviviente, un guerrero, porque estuvo muy grave, nació con PCI, convulsionó, tuvo hemorragia en la cabecita”, recuerda.

Johnny comenta que su horario de trabajo varía mucho, hay días en que llega pasadas las 22:00 a casa, otros días en que no consigue ningún “cachuelo”. En su último trabajo formal tuvo que renunciar porque tenía que quedarse más tiempo del debido y debía cuidar a sus hijos, irles a cocinar, etc.

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“Me decían que no renuncie, yo les pedí que me dejaran trabajar seis, siete horas, pero me pedían que me quedara mucho más. Me decían pero si tu hijo es el de la discapacidad, no tú. Pero yo lo cuido, no solo a él, también a los otros. Les dije: sí me importa el trabajo, pero me importan mucho más mis hijos que no tienen quién los vea, y me fui, me dieron mi liquidación y con eso me he ayudado. Ahora busco reunir para una casita para ellos”, explica.

Él comenta que jamás ha estado en una celebración tipo fiesta por el Día del Padre, no porque no le gusten sino porque no ha habido los recursos para hacerlo.

“Uno ve que hacen esas fiestas, muy bonitas y celebran, pero acá el dinero no alcanza, sí hemos hecho un almuerzo, yo les preparo la comida a mis hijos, mi mamá me enseñó a cocinar, a ellos les gusta arroz con puré y carne frita. En este día el mejor regalo para mí es el abrazo de mis hijos, soy feliz con ellos”, indica.

Diego Jiménez: No puedo ser una madre para él, soy su padre

Diego Jiménez y su hijo Sam. Foto: José Beltrán Foto: El Universo

Diego Jiménez es economista, tiene 40 años y es padre a tiempo completo. Hace cinco años enviudó y por esa razón tuvo que reorganizar su vida para dedicarla a su hijo, Sam, quien ahora bordea los 9 años.

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“Yo fui quien recibió la noticia de la enfermedad de mi esposa (cáncer de mama), tuve que asumir una posición calmada porque ya había vivido una experiencia parecida con mi mamá que también falleció con cáncer. Sabía que estas enfermedades se alimentan más cuando una persona se deprime”.

Con ese antecedente, se convirtió en el soporte de su esposa sobre todo para atravesar los estragos de la quimioterapia y la mastectomía a la que fue sometida. Además, pasó a representar la figura fuerte para su hijo, que en ese entonces tenía 2 años.

Luego de casi tres años de una lucha conjunta para superar el cáncer de su esposa, ella perdió la batalla. La enfermedad fue agresiva y a pesar de los tratamientos, no logró superarla. Con este amargo episodio de su vida se marcó un antes y un después, como él lo cataloga. “No tenía dirección, no sabía qué hacer, no lo tenía pensado. Sabía que en algún momento iba a pasar, pero no estaba enfocado en qué rumbo tomar con mi hijo”.

Decidió prescindir de las salidas y si optaba por alguna de ellas, era con la condición de regresar temprano a casa. De la casa al trabajo y del trabajo a la casa fue su rutina al menos tres años.

En ese lapso, lo más difícil para Diego fue explicarle a Sam en dónde estaba su madre. Además de enseñarle que cada persona dentro de la familia tenía un rol. En este proceso no estuvo solo, ya que tuvo el apoyo de sus hermanos, acudió a asesoría psicológica y se ancló en la figura de la abuela de su hijo, la madre de su esposa.

Con Sam asumió detalles que, usualmente, los lleva dentro de la familia la madre. Por ejemplo, ayudarlo a escoger la ropa o hacer frente a sus miedos a las tormentas y arrullarlo. “No puedo ser una madre para él, soy su padre. Desde pequeño, cuando falleció su mamá, le expliqué que ella está en el cielo”.

Su objetivo, y en lo que trabaja a diario, es en reforzar su vínculo con su hijo y acercarlo a Dios. “Las pérdidas de seres queridos siempre van a suceder, pero queda en uno mismo buscar esa motivación en el rostro de nuestros hijos. No hay opción de rendirse, hay una persona que va a seguir tus pasos; tenemos que ser fuertes para que ellos también lo sean”.

Luis Guapi: Estoy trabajando para ellos y por ellos. Busco darles todo lo que yo no tuve

Luis Guapi y su hijo menor, Luis Fernando, comparten en su hogar durante una tarde. El padre siempre está pendiente de dar seguimiento a las tareas del adolescente. Foto: El Universo

Luis Guapi Guamán tiene 48 años de edad y 32 viviendo en Guayaquil. Es procedente de Colta, provincia de Chimborazo. En la urbe porteña se dedica al comercio de productos de primera necesidad en un centro de abastos del Guasmo.

En la época de la pandemia, el 10 de junio de 2021, perdió a su esposa, quien se complicó al resultar contagiada de COVID-19. Con su partida, él empuja su hogar junto con sus dos hijos, Álex Steven, de 18 años, y Luis Fernando, de 14.

“Mi prioridad han sido mis hijos, siempre he estado con ellos desde que han estado en la barriga de la mamá, estoy trabajando para ellos y por ellos”, comenta el hombre y resalta el apoyo de allegados para superar la partida de su señora.

El mayor ahora se ocupa de un puesto que antes era atendido por su madre, mientras que el menor sigue yendo al colegio y le ayuda en ciertas tareas.

Guapi a diario se levanta a las 02:30 o 03:00 para ir al mercado de transferencia de víveres, en la vía Perimetral. Allí se provee de productos de primera necesidad para abastecer los dos puestos. Luego, retorna a su hogar y despierta a sus hijos, con quienes comparte el desayuno y los moviliza al centro de abastos en el sur de la urbe. Allí, su hijo menor le colabora descargando y ordenando los productos hasta que le toque la hora de ir a su plantel educativo, mientras que el otro toma el mando del puesto heredado de su madre.

En el centro de abastos se mantiene atendiendo hasta la tarde en que ya se moviliza nuevamente a su hogar, donde está pendiente de la alimentación de sus hijos, los quehaceres del hogar, incluyendo la elaboración de alimentos o buscar comida preparada en locales cercanos a la casa, y además de dar seguimiento a las tareas del menor hasta la noche. Con una vecina se apoya en el lavado de ropa cuando sus múltiples tareas le impiden cubrir con todo.

“Tengo que estar con ellos, no me gustaría que ellos se desvíen en un vicio como el alcohol, peor en las drogas. Tengo que estar pendiente de ellos, sé que no les puedo dar el calor de una madre, pero debo estar pendiente de ellos siempre”, comenta el comerciante, quien inculca a sus hijos principalmente la disciplina y el amor para que ellos sean buenos hombres.

Para él sus hijos son su principal motor, por ello sueña verlos convertidos en profesionales. Al mayor, pese a que no alcanzó cupo para estudiar Administración en la U. de Guayaquil, espera que alcance a convertirse en profesional, y también al menor, quien ya se proyecta como profesional médico. “Como todo padre sueño en que tengan un gran futuro, que sean profesionales, útiles para la provincia y el Ecuador entero”, agregó el padre, quien se dedica de lunes a domingo a sus actividades laborales.

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Por ahora, él confiesa que trata de sobrellevar su negocio ante el aumento de los precios de los productos y, a su vez, las complicaciones que tienen los mismos clientes para hacer sus compras.

En sus pocos ratos libres, Guapi busca compartir un café con ellos, conversando, incluso en los quehaceres del hogar. Él dice con orgullo que ellos siguen el pedido de su madre siendo buenos chicos y continuando la venta de los productos de primera necesidad. (I)