Con esfuerzo se levanta para atender a un chofer que le consulta sobre una de las cinco sillas que tiene en exposición en la esquina de las calles Demetrio Aguilera e Isidro Ayora, en la Alborada, norte de Guayaquil.

A Carlos Orellana Pizarro, de 79 años, se le dificulta caminar por una lesión que arrastra desde hace un año en la rodilla derecha. A pesar de ello, él se acerca a Tommy Valencia para indicarle las características del mueble, al pie de su vehículo.

“Hay que apoyarlo. Tiene su edad el señor. Y es un trabajo bien hecho”, resalta Valencia, morador de la etapa 12 de la Alborada, al acceder a comprarle la sillita de guayacán por $ 15.

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Allí, Orellana se encarga de laquear y darle los últimos retoques a otra pequeña silla de madera mientras el resto de bancos de distintos tamaños se promocionan en la esquina. Varios transeúntes y conductores se detienen para consultarle, y él detiene su labor por acercarse hacia ellos e indicarles los precios.

Él comenta que a las sillas armadas las pone “guapas y bonitas” al darles los trabajos finales con el lacado y lijado. Previamente, en un taller en el Guasmo, se da el armado.

De lunes a sábado, el hombre se gana la vida vendiendo sus distintas creaciones en madera de guayacán en esa esquina, al pie de un supermercado. El caso de su negocio fue difundido en redes sociales en recientes días.

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A partir de esa publicación, en la que se resaltaba su labor, ha recibido decenas de llamadas con pedidos a su sencillo teléfono celular, que apenas recibe llamadas y mensajes de texto. Solo el sábado tuvo al menos 200 consultas en ese móvil.

Antes de esa difusión en redes sociales, él revela que vendía una silla cada tres días en esa esquina, y ahora expende de dos a tres en un día.

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En los últimos días, su teléfono celular ha tenido un aumento sorprendente de llamadas para solicitarle sus sillas desde distintos lugares del país, como Quito y Cuenca.

Él observa con alegría aquello, aunque reconoce que tiene varias trabas para enfrentar ese auge de pedidos, como la falta de capital suficiente para comprar en gran cantidad material para producir más sillas y también problemas para coordinar el envío hacia otras ciudades.

Tommy Valencia adquirió una silla pequeña hecha por Orellana, el lunes pasado Foto: El Universo

Orellana, quien es de Cuenca, vive en Guayaquil desde los 13 años. Desde esa edad estuvo en distintos oficios, como vendedor de periódicos; y luego, a partir de los 16 años, se concentró en la carpintería para salir adelante en el Puerto Principal.

Estuvo gran parte de su vida en el Guasmo sur, donde posee un taller, y ahora reside con uno de sus tres hijos en Sauces 9, frente al sitio donde a diario concurre a vender sus sillas y otras creaciones.

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Pese a su edad y cuidados que recibe de sus tres hijos —dos de ellos en Estados Unidos—, él cuenta que prefiere mantenerse activo en lugar de quedarse en casa. Aunque ellos se preocupan por sus principales necesidades, él busca velar por sus gastos diarios, como pastillas que le amortigüen el dolor que siente en la rodilla, que necesita una operación, y contribuir en el hogar donde habita con su hijo, su esposa y nietos.

“Lo que no quiero es andar diciendo a mi hijo: ‘Préstame un dólar’. Trato de trabajar para ganarme un sustento; esa es mi forma de vivir. Mis hijos de Estados Unidos me dicen que me quede acostado en la cama; yo no quiero, más me voy a enfermar estando en la cama”, comenta el hombre.

A diario, durante las mañanas él se moviliza en bus desde Sauces a distintos lugares para abastecerse de material; luego se ubica en la esquina para vender y terminar sus sillas en la Alborada. Y, al culminar la tarde, por su propia cuenta vuelve al taller del Guasmo para continuar trabajando, con apoyo de un colaborador, en la creación de más muebles.

El cuerpo quiero tenerle en actividad. Mis hijos y mi familia quieren que yo no trabaje, pero yo no puedo estar acostado en cama; a mí me da deseo de trabajar, andar, hablar con los clientes, de tratar de vender alguna cosa, ganarme un centavo. Si yo estoy sentado en cama, tengo que decirle a mi familia: ‘Dame para comer algo o para ir en carro’. Para evitar eso, trabajo un poco, me gano un centavo.

Carlos Orellana, adulto mayor que ofrece sillas, bancos y otros muebles de madera

A la semana, en el pequeño taller, hacen unas quince sillas que le representan unos $ 4 de ganancia aproximadamente, por las ventas que varían entre $ 15 y $ 25, dependiendo del tamaño. Además, en caso de requerirlo, puede realizar muebles, anaqueles, aparadores, entre otros trabajos de madera.

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Hace un año, el hombre sufrió una fuerte caída en una alcantarilla que estaba cubierta de maderas en el Guasmo. A partir de entonces recibe atención médica en un centro de salud, pero aún no puede operarse de la rodilla. Sigue con pastillas para soportar el dolor a la espera de su operación.

Además de superar esa lesión, a él le gustaría tener un local para que los clientes asistan cómodamente a retirar sus pedidos. Uno de sus sueños es poder recibir una ayuda a manera de préstamo de una institución financiera o entidad local que le pueda facilitar un pequeño capital para abastecerse de más materiales y poder cubrir esa demanda creciente.

En esta ciudad, que lo acogió durante la mayoría de su vida, el resalta el continuo trajinar de trabajo, el buen trato de la gente hacia él y el clima acogedor. Dice estar gustoso de compartir con los clientes e incluso ayudar cargando paquetes de los clientes que salen del supermercado cercano para tomar un vehículo en las calles aledañas. (I)