Son dos historias de amor que luchan y se fortalecen en estos tiempos de pandemia. Tanto Alfonso López y Ramona Chiquito, de 85 y 77 años, como Jenny Cárdenas junto con Julio Merino, de 29 y 30, son dos parejas casadas que no se conocen entre ellas, pero que en sus hogares demuestran la adaptación a las circunstancias para cada día apoyarse el uno al otro, compartir sus buenos y malos momentos juntos y demostrarse sus sentimientos mutuos.

Alfonso y Ramona son dos adultos mayores que llevan 60 años de matrimonio. Mientras que Jenny y Julio han pasado un año y siete meses de haberse dado el sí, acepto.

A propósito del 14 de febrero, día dedicado al amor y la amistad, ellos comparten varias de sus vivencias y pasos que van dando para mantener el amor de pareja hasta que Dios lo decida.

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Un poema para mantener el recuerdo vivo

En su vivienda, en las calles Sedalana y la 11, en el suroeste de la urbe, Alfonso comienza a leer una hoja en la que plasma sus sentimientos para recordar el amor eterno hacia su esposa, Ramona. Se pone nostálgico y conmovido mientras recuerda los años de unión matrimonial con ella y lo cosechado en su hogar.

“Para mi mamacita, la mujer que me cambió la vida. Recuerda que te tengo y te llevaré grabada en mi mente y en mi corazón. Y sigo cumpliendo la promesa que te hice cuando, frente a Dios y en su altar, juré quererte, amarte hasta cuando la muerte nos separe”. Así empieza una carta que él le escribió con cariño y que le expuso en su vivienda durante una visita de este Diario, el pasado viernes 11.

Ambos han compartido estos casi dos años de pandemia con bastante cuidado de las salidas. En los primeros meses, casi no se exponían por el temor de resultar contagiados, y sus familiares mantenían el contacto por línea telefónica, videollamadas o se acercaban hasta la zona exterior del domicilio, donde son cuidados por sus dos hijas: Magaly y Mónica.

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A él le gustaba salir a comprar el periódico para conocer las recientes noticias deportivas o políticas, y ahora se lo llevan a la casa, ya que con el paso de los años su estabilidad ha disminuido y también previene tener contacto con las personas en la calle, por el virus.

Alfonso López y Ramona Chiquito, pareja de manabitas.

Alfonso reconoce que en esta época de pandemia ha convivido con el temor de que el COVID-19 se lleve a uno de los dos. En esos primeros meses del 2020, a ella ya no la abrazaba ni besaba por todo lo que acontecía en el entorno. Hoy, como él lo dice, gracias a Dios siguen juntos. “A Él siempre le decía que nos dé salud. Aquí vivimos prácticamente encerrados, extrañando a nuestras amistades y familiares, que no los podíamos ver. Dios nos estaba protegiendo. Gracias a Él, a mis hijas, toda mi familia y la señora que nos cuida, por ellos nos manteníamos”, comenta el ciudadano nacido en Jipijapa.

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Pasé con bastante temor por las noticias de que los adultos mayores éramos los más vulnerables en esta enfermedad, y pensar que yo o ella tengamos que partir. Le decía que pidamos a Dios que nos siga conservando con lo que estábamos pasando

Alfonso López

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La historia romántica de Ramona y Alfonso empezó en la década de los 60. En ese entonces, él ya colaboraba como prensista en la Industria Fonográfica Ecuatoriana en Guayaquil, y solía encontrarse con doña Ramona cuando iba a visitar la casa de los hermanos de ella, Vicente Acebo y Marcos Chiquito, en su natal Jipijapa.

Una de sus mayores experiencias de conquista fue curiosamente con una manzana, cuenta entre risas. En sus primeros encuentros, él acostumbraba llevarle una fruta grande comprada en Guayaquil, con una mordida suya para “grabar su boca en la fruta”. Al entregársela, él le decía a Ramona que la oliera y la mascara, y ella lo hacía. Aquello lo realizaba porque en esa época no se daban besos, debido a que los hermanos de ella eran muy celosos y su acercamiento aún estaba en secreto.

Luego de un año aproximadamente, él la trajo a vivir con él a Guayaquil y después de dos meses, en junio de 1961, contrajeron matrimonio y formaron una gran familia, que está integrada por seis hijos, catorce nietos y ocho biznietos.

En la actualidad, ambos comparten la mayoría del tiempo en su hogar. Al despertarse, el hombre aprovecha para peinar a su esposa, que en los últimos años padece alzhéimer, y ora junto a ella. Pasan viendo televisión, comunicándose con sus familiares, leyendo el periódico.

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Entre sus facetas románticas, él le escribe cartas de sus recuerdos y sentimientos, y la anima cantando canciones, como Alma, corazón y vida, tema musical que él le entonaba o bailaban cuando recién se conocieron y en cada cumpleaños.

“Ahí (en esa canción) está todo lo que prácticamente nos sucedió desde que la conocí hasta la edad que tenemos. Cuando nos cogemos de las manos, siento que me aprieta como diciendo ‘sí te estoy escuchando, sí te estoy oyendo’”, comenta el hombre, que en cartas le trata de recordar sus vivencias, incluso le pide perdón y reitera su agradecimiento a Dios por tenerla junto a él. “No pierdo la esperanza de que algún día, conforme Dios nos separe en la Tierra, en el cielo nos vuelva a unir. Seremos más felices”, dice emocionado.

Alfonso López y Ramona Chiquito, pareja de manabitas, que llevan 60 años de matrimonio.

Durante las seis décadas, esta pareja ha promovido el respeto a sus hijos, la honradez, seguir sus estudios y evitar ser ambiciosos. El hombre se desvela por su amada y a las parejas jóvenes les recomienda ser comprensivos y no esquivar las cosas que les suceden: ambos lo consideran como el secreto para mantener el amor vivo con el paso de los años.

Un amor que se selló en plena pandemia y que se comparte hasta en la profesión

Jenny Cárdenas y Julio Merino, de 29 y 30 años, pareja de médicos guayaquileños que se casó durante la pandemia. Foto: Cortesía

Jenny y Julio, ambos de padres militares, se conocieron durante su niñez en Salinas, aunque no sabían aquello hasta que se rencontraron en el colegio.

En esa localidad peninsular, a los 4 y 5 años, Julio estuvo en un jardín de infantes en el que su maestra era Jenny Patiño, madre de su actual esposa. “Me enseñó mis primeras palabritas”, cuenta él.

Con el paso de los años, en la adolescencia, él se rencontró con Jenny en las aulas de segundo bachillerato del colegio Liceo Naval, en Guayaquil, y además se enteró por fotos de que en algunas de las fiestas del jardín de infantes había estado ella acompañando a su madre en el mismo centro de educación inicial de Salinas, donde tuvo sus primeros aprendizajes.

Desde el sexto curso, a los 17 años, comenzó su enamoramiento. Siguieron la misma carrera, Medicina, en la misma universidad hasta ahora, en que ejercen juntos su profesión en el Hospital Naval, en Guayaquil.

En febrero del 2020, cuando la pareja guayaquileña ya tenía once años de noviazgo, habían conversado sobre el tema de casados, pero el inicio de la pandemia fue “el motor de arranque” para dar el siguiente paso. En esa época, ella decidió irse a vivir sola por el temor de contagiar a sus padres y hermanos; mientras su entonces novio tomó la misma decisión y optaron por hacerlo juntos en un mismo lugar y prometerse casarse apenas pudieran.

“Ambos somos creyentes en Dios, sabíamos que teníamos que seguir lo que Él manda, que era el matrimonio. Como ya teníamos una relación larga y habíamos conversado el tema y sabíamos que nuestra relación tenía que dar el siguiente paso, la pandemia nos casó”, comenta Jenny.

Ella recuerda que realizaron una oración prometiéndole a Dios que se iban a casar apenas se pudiera.

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Cuando ya las ceremonias de matrimonio se retomaron en el Registro Civil, pudieron conseguir un turno para el casamiento civil el 26 de junio del 2020, el mismo día de su aniversario de noviazgo. Ese día también sellaron su vínculo con una ceremonia eclesiástica con un aforo reducido.

“Viendo, día a día, minuto a minuto, los días que estamos teniendo, veo que fue la mejor decisión que hemos tomado. Cada día es una luna de miel. Estamos juntos en la parte profesional, ayudando a los enfermos, ahora con el COVID-19 , en que se ven tantas desgracias en las familias; así como también en la parte personal, que somos un apoyo para cada uno y estamos ahí para ser mejores esposos cada vez”, cuenta Julio, que considera a Jenny, al igual que ella, como un importante apoyo en su vida.

Jenny Cárdenas y Julio Merino, de 29 y 30 años, pareja de médicos guayaquileños que se casó durante la pandemia. Foto: Cortesía

En esta pandemia, ambos recuerdan que se convirtieron en un “equipazo” y se apoyaban mutuamente en caso de necesitar ayuda en sus guardias, que usualmente coincidían en áreas distintas del Hospital Naval. Él estaba en cuidados intermedios; ella, en cuidados intensivos, en medio de jornadas extenuantes con la atención de pacientes con COVID-19. Ahora siguen en el mismo sanatorio en otros espacios: de hospitalización y emergencias, respectivamente.

“Para mí (esos meses de inicios de la pandemia fueron) la mejor prueba de que Julio era el hombre ideal para mí. Había días en que ni siquiera podía descansar para comer en las guardias. Entonces, Julio me decía: ‘Yo me encargo de esto, y anda a comer o descansar un rato’. Asimismo, cuando él estaba full, yo le iba a ayudar. Ese apoyo mutuo permitió que la sobrecarga de trabajo no fuera tan pesada. Y teníamos tanto juntos (desde el noviazgo) que nunca fue difícil acostumbrarnos a vivir juntos, gracias a Dios. La parte dura del trabajo la podíamos sobrellevar bien”, cuenta ella.

Él narra que en el inicio de la pandemia, cuando aún vivía con sus padres, incluso quiso renunciar al trabajo en el hospital y, gracias al apoyo y temple de ella, decidió seguir luchando en medio del trágico panorama que se vive a nivel local y mundial por la crisis sanitaria.

“Ahí estamos, tratando de mejorar cada día. No somos una pareja perfecta, creo que nadie lo es; siempre hay problemas, peleítas chiquitas, y tratamos de manejarlo de manera sabia, tratar de resolver esas peleas, siempre encaminados con la palabra de Dios. Creemos que es la mejor manera posible de llevar una relación sana”, dice el joven médico.

En esa época de medidas más restrictivas, luego de sus largas jornadas de guardia, ellos trataban de desestresarse del tema COVID-19 haciendo ejercicios, viendo películas y, sobre todo, disfrutando la compañía entre ambos. Pese a eso, las 24 horas les llegaban decenas de consultas y pedidos de ayuda de allegados y conocidos de familiares que les escribían para consultar dudas, inquietudes e incluso pedidos de atención de salud por el virus.

“Se enfermaba un tío o abuelito: estábamos allí, al pie del cañón; nos tocaba ayudar. No había un despegue al 100 %, siempre estábamos con alguien conocido, un ser querido o referido, con algo acerca del COVID-19″, dice Julio.

Entre el 2021 y el 2022, la situación es diferente y hay mayor flexibilización de medidas, con determinados picos de contagios. Ahora, con los debidos cuidados sanitarios, ambos gustan de explorar distintos destinos de Ecuador, como Baños de Agua Santa y Cuenca, y además han podido conocer Estados Unidos y Brasil. Dentro de la ciudad, solo entre ambos, en su convivencia, pasan sin mascarillas; pero, por su constante contacto con pacientes, extreman cuidados al tener que reunirse con familiares y extraños.

Ambos consideran clave que su relación se fortalece teniendo como centro a Dios, manteniendo la paciencia, respeto, siempre una buena comunicación y con la predisposición de acoplarse a la otra persona dependiendo de las circunstancias, sin necesidad de cambiar su esencia.

Su siguiente aspiración personal se enfoca en especializarse en áreas complementarias en Europa a partir del siguiente año y retornar al país para estar cerca de sus familiares . (I)