El centenario de la independencia de Guayaquil generó un fuerte sentido de civismo entre los ciudadanos, quienes incluso ya alistaban los festejos desde finales del siglo XIX. Luego de los incendios de 1896 y 1902, la urbe vivió un cambio en la arquitectura de sus inmuebles.

Esto, debido al auge cacaotero y por el arribo de arquitectos desde otros países, que influenciaron nuevas construcciones con hormigón.

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Para conmemorar los 100 años de la gesta libertadora del 9 de Octubre de 1820, ilustres ciudadanos conformaron comités de obras en honor a esta fecha y de mejoramiento en varios rincones de Guayaquil.

Junto con la Columna de los Próceres, icónico monumento guayaquileño, se creó el barrio del Centenario, en el sur.

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Según el texto Recuerdos de la iguana del historiador Melvin Hoyos se detalla que Rafael Guerrero Martínez fue el principal gestor de este barrio.

En 1915, los hermanos Robles Chambers vendieron a Guerrero un lote de terreno de la hacienda La Esperanza.

Dos años después, la sociedad Jockey Club vendió varios espacios contiguos a la hacienda. Guerrero se asoció con Juan Xavier Aguirre Oramas para edificar el primer barrio residencial en Guayaquil. En 1919 el Concejo Cantonal entregó a Guerrero y Aguirre la concesión para lotizar estos terrenos en el sur de la ciudad.

A inicios del siglo pasado, las actividades económicas estaban concentradas en el centro de la ciudad. Los comercios, servicios no comerciales y actividades portuarias. Al sur, en el barrio del Astillero, estaban posicionadas industrias.

Aunque comenzó a ser habitado en 1921, no fue sino hasta inicios de la década del 30 en que las familias adineradas del centro comenzaron a poblar el barrio del Centenario.

En el libro Guayaquil: arquitectura, espacio y sociedad, 1900 - 1940, la geógrafa Marie S. Bock explica que aquellas familias que salieron del centro alquilaron sus antiguas viviendas. Para ello, subdividieron sus inmuebles para nuevos migrantes que arribaron a la ciudad y que por sus labores obtenían bajos ingresos.

El centro, en esa época, estaba en vías de densificación.
Según Bock, el Centenario era un ejemplo de planificación de residencia acomodada, y su particularidad era la moderna infraestructura con la que contaban: calles anchas, bordeadas aceras y adornadas con terraplenes centrales.
“No es raro que una propiedad ocupe la totalidad de la manzana; las casas señoriales están siempre rodeadas de grandes jardines muy hermosos”, señala la publicación.

En esa época, resalta Bock, la comunicación entre el barrio del Centenario y el centro de la ciudad era directa a través de una línea del tranvía. Paulatinamente, y con el crecimiento de la ciudad, muchas familias decidieron migrar hacia zonas del norte como Urdesa, Los Ceibos o la parroquia La Puntilla, en Samborondón.

Actualmente, el barrio del Centenario comprende 26 manzanas, en el cuadrante entre las calles Rosa Borja de Ycaza, José Vicente Trujillo, 6 de Marzo y El Oro. 51 viviendas del sitio son patrimoniales, muchas de ellas edificadas con influencia en la arquitectura europea y norteamericana.

Instituciones educativas como Cristóbal Colón o Liceo Panamericano están ubicadas en el barrio sureño. Además, entidades bancarias, laboratorios médicos, supermercados.

En el año 2002, el barrio del Centenario pasó por un proceso de regeneración urbana. Hoy, los adoquines adornan lo que fue una extensa pampa a inicios del siglo pasado. (I)