La ambateña Margoth Aguirre, de 54 años, dejó el volante de la Metrovía luego de doce años de servicios, de los que menciona que llegó puntual a sus jornadas y que su carpeta no tuvo mancha de informe negativo. Habla de la responsabilidad como una carta de presentación.

La transportista dice que el estrés la empujó al retiro, que sintió que cumplió un ciclo cuando transcurría el tiempo sin que se concretara un retorno a sus labores.

Margoth fue suspendida como colaboradora del consorcio Metrobastión debido a la pandemia del COVID-19 y eso ocurrió en marzo, cuando la enfermedad empezaba a golpear a los ecuatorianos, con epicentro en Guayaquil.

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Un video de su despedida circula en redes sociales, pero es un clip de agosto, puesto que ya concretaba el finiquito laboral.

Ahí Margoth menciona que se va por la puerta grande y agradece la oportunidad de servicio. En los buses articulados de la Metrovía, troncal Metrobastión era la voz femenina de un reiterado “por favor, no se apoyen en las puertas”.

Ella era una de las tres mujeres conductoras del sistema integrado de transporte masivo. Hoy queda una. De su frase característica, o de su recomendación, Margoth rememora: “Por lo general decía: 'Por favor, no se apoyen en las puertas, es muy peligroso y yo sí quiero llegar a mi casa'”.

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Dedicada desde que tenía 18 años a la transportación, la conductora asegura que un accidente de tránsito ocurre en un segundo, que basta ese tiempo para un giro en la vida de la víctima, del conductor y del dueño de la unidad.

Ahí se refiere a la ocasión en la que algún pasajero cayó del bus de la Metrovía, lo que significó prisión para un compañero y un juicio de por medio para el pago de una indemnización.

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Margoth sostiene que pese a todo mantenimiento, el vehículo se daña “en cualquier rato”, que lo mismo sucede con el cuerpo humano. Pero también cree que el pasajero es confiado, que incluso por eso es objeto de robos dentro de las unidades.

“Yo como era transportista, yo sí sabía del riesgo que tenía, y muchas veces tal vez yo no podría volver a mi casa”, expone respecto a un escenario negativo.

Por ello no dejó de aconsejar a sus colegas varones que conduzcan con precaución. De sus usuarios recuerda que alguna vez recibió alguna felicitación por su forma de maniobrar la unidad y cómo se dirigía a sus pasajeros.

Pero también le tocó señalar a supuestos avivatos que aprovechan las aglomeraciones de antes de la pandemia para meter la mano en los bolsillos de víctimas. “Nuestra arma es la voz, si alguien sale con que le robaron el celular, abrimos la puerta cuando ya vemos que ahí está el guardia”.

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Casada con el también ambateño Milton Paredes, la conductora vive en Guayaquil desde hace 35 años. La familia se ha dedicado al servicio de transporte urbano. Hoy conserva una unidad, puesto que ya no considera rentable el negocio por los costos de mantenimiento.

Pero Margoth agradece a Dios porque a través de aquella actividad pudo darles educación a sus dos hijos, a más de costear el tratamiento médico de su esposo, quien perdió la movilidad inferior y utiliza silla de ruedas. Asegura que cada fin de año agradecía de rodillas por ese periodo de trabajo.

Comenta que los suyos le pidieron que considere un descanso, que evalúe su estado de estrés y que piense que posiblemente sus ingresos iban a disminuir por la crisis económica en la que la pandemia sumió al país.

Prefirió el retiro, satisfecha de su entrega al trabajo. (I)