Desde antes de su fundación, Guayaquil sufría de catástrofes de diferente índole que mermaron su población, pero los historiadores coinciden en que los guayaquileños lograron salir adelante gracias a su orgullo y trabajo constante.

Melvin Hoyos y Roberto Aspiazu, miembros de la Academia Nacional de Historia, manifiestan que la pandemia más letal que azotó a la ciudad fue la fiebre amarilla en 1842, cuando Vicente Rocafuerte era gobernador del Guayas.

Epidemias como la viruela, paludismo y escarlatina no llegaron a causar tanto espanto y horror como la fiebre amarilla. “Para 1842 Guayaquil debió tener cerca de 20 000 habitantes, y de aquellos, alrededor de 10 000 huyeron de la peste hacia el campo y la Sierra. Y de la otra mitad que se quedó murieron 2375 personas hasta mediados de 1843”, relata Hoyos, quien también se desempeña como director municipal de Cultura y Promoción Cívica.

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El historiador agrega que el guayaquileño no se dejó amilanar ante esta situación. “Pese estar económicamente devastados, la ciudad se levantó mediante iniciativas de Rocafuerte apoyado de entes privados”. Para combatir la pandemia Rocafuerte construyó un hospital provisional en La Atarazana que por aquellos años estaba lleno de monte, pero sirvió para mantener aislados a los enfermos y se consideró de una obra efectiva. Otra medida fue cobrarles impuestos a quienes más dinero tenían a través de varias asociaciones particulares para que los empresarios apoyaran la lucha contra la enfermedad.

Las normas sanitarias que siguió Rocafuerte para sacar adelante a Guayaquil fueron: secar los pantanos que forman el estero Salado; poner lavaderos públicos en el río, para que no se lave la ropa en casa y se conserven los patios limpios y secos; prohibir el establecimiento de alambiques en la ciudad; arreglar el sistema de letrinas; asear las calles de la ciudad; crear un nuevo panteón y poner una fuente en la ciudad para dar agua pura y buena a los pobres y no exponerlos a beber agua salada.

Aspiazu dice que para el año 1888 surgió una nueva epidemia que infectó a 6007 personas de las cuales fallecieron 2475, es decir, el 41 %, siendo la incidencia mucho mayor en hombres que en mujeres.

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Incendios

Hoyos cuenta que Guayaquil se quemó más de 30 veces de manera parcial y 3 casi totalmente. Los incendios de 1764, 1896 y 1902 fueron los más devastadores para la ciudad, pero los dos últimos ocasionaron el detrimento de gran parte de casas patrimoniales y del malecón.

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“Después de 24 horas de la tragedia de 1986, donde la ciudad se quemó desde la calle Aguirre hacia el norte, la gente empezó a levantar sus negocios, sus casas y a mover la economía cobrando los seguros de todo lo que se había perdido”, menciona.

En 1902 la ciudad volvió a incendiarse, ahora la parte que no sufrió daños en el anterior siniestro, pero sus habitantes no se desmoronaron y no claudicaron. El historiador cuenta que la gente no solo trabajó para recuperarse de una nueva calamidad, sino que se prepararon para celebrar el centenario de Independencia, tanto es así que para 1914 ya llegaban a Guayaquil las bases de lo que conformaría la Columna de los Próceres y para 1918 ya estaba inaugurada.

“La gente no solo trabajó para recuperarse de una nueva calamidad, sino que se preparó para celebrar el centenario de independencia, tanto es así que para 1914 ya llegaban a Guayaquil las bases de lo que conformarían la Columna de los Próceres y para 1918 ya estaba inaugurada”, destaca Hoyos.

Un siglo después, los guayaquileños mantienen la misma entereza para sobreponerse a las adversidades. Guayaquil fue la ciudad más afectada del país por el COVID-19 entre marzo y abril pasados, pero su gente no declinó pese al dolor de miles de pérdidas humanas, hoy conmemora 485 años de su proceso fundacional. (I)

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