El mortífero conflicto entre el ejército y los grupos rebeldes separatistas en Birmania empujan cada vez más a las niñas a refugiarse en los monasterios en busca de una vida austera y exigente, que les proporcione educación y seguridad.

El convento de Mingalar Thaikti, en el corazón de un suburbio pobre de Rangún, está sumido en la oscuridad cuando, como todas las mañanas, Dhama Theingi, una novicia de 18 años, se levanta a las 04:00 para orar durante dos horas antes del desayuno.

Con la cabeza rapada, sale dos veces por semana para pedir limosna. Recolectar dinero temprano, comprar alimentos y cocinarlos rápidamente es crucial ya que, a partir del mediodía, está prohibido comer hasta el amanecer.

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Dhama se integró al monasterio hace nueve años. Huyó del estado de Shan (este), una región fronteriza con China, a varios cientos de kilómetros de Rangún, gangrenada por las drogas y los combates entre las fuerzas armadas birmanas y las guerrillas étnicas. “Había mucha violencia. No era fácil estudiar”, cuenta a la AFP.

Al igual que ella, sesenta y seis niñas de 4 a 18 años huyeron de este estado para estudiar en Mingalar Thaikti. Forman parte de la etnia Palaung, una de las innumerables minorías de Birmania.

El proceso de paz, revitalizado por Aung San Suu Kyi tras su llegada al poder en 2016, se encuentra en un callejón sin salida, lo que obliga a las familias a enviar a sus hijos a los monasterios para que estudien y se protejan. (I)