Al año de edad ya decían frases articuladas y a los 2 ya leían y tenían un vocabulario fluido; en ello y en otras cosas coinciden Gabriela Minuche y Liliana Menéndez, madres de niños superdotados; la primera de Maite Pazmiño y la segunda de Daniel Honciuc.

Maite, de 12 años, actualmente combina sus estudios en el noveno de básica del Alemán Humboldt con el primer semestre de Medicina en la UEES; mientras que Daniel, de apenas 11 años, está por ingresar al último año de bachillerato internacional en la Academia Cotopaxi, de Quito, y realiza avances académicos universitarios.

Las personas superdotadas son quienes obtienen una puntuación muy elevada en los test de CI (coeficiente intelectual), a partir de 130. Se estima que hay un 2,5% de la población que obtiene un puntaje alto.

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En el sistema educativo están en el grupo de los niños con necesidades educativas especiales no asociadas a la discapacidad, y por ley las instituciones educativas deben adaptar un currículo de acuerdo con sus necesidades de aprendizaje, ya que si sus capacidades no son bien canalizadas pueden llevar al fracaso escolar.

Gabriela recuerda que Maite ingresó al prekinder en Cuenca, donde residían, sabiendo leer y escribir. “A mí me parecía normal, era mi primera hija, fue su profesora la que solicitó hacerle el test de CI”, cuenta Gabriela, quien añade que cuando los resultados del test confirmaron las sospechas, en Cuenca le propusieron acelerarla dos años, lo que implicaba que pasara del prekinder a la escuela, pero Gabriela se opuso, “para mí la parte emocional siempre ha sido importante”.

A raíz de eso se mudaron a Guayaquil y Maite ingresó a la primaria del Alemán Humboldt. “El colegio se dio cuenta pronto de sus necesidades y capacitó a sus profesores”, indica Gabriela. Como se aburría en clases, comenzó a hacer proyectos especiales y otras actividades guiadas por el colegio. Así estuvo hasta séptimo, cuando comenzó a hacer cursos en línea de biología celular, de histiología, etc., y empezó su interés por la medicina,

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Como hacía cursos en línea, al empezar séptimo ya no quería ir al colegio y junto al Ministerio de Educación la sometieron a una nueva evaluación y la aceleraron a octavo. Al empezar las vacaciones Maite escribió a varias universidades explicando su interés por estudiar Medicina y la Universidad de Especialidades Espíritu Santo (UEES) la acogió. Pasó el preuniversitario y en dos semanas termina el primer semestre. Legalmente ella no está cursando la carrera; está haciendo “avances académicos”. A la universidad va los lunes, miércoles y jueves en la tarde, y al colegio, los martes, jueves y viernes por la mañana.

La UEES, dice Gabriela, está esperando el pronunciamiento del distrito para ver si continúa al segundo semestre. “El futuro es incierto”, dice Gabriela, preocupada porque su hija entienda que debe seguir asistiendo y cumpliendo con el colegio y también porque Maite no encaja mucho con los chicos de su edad porque ella tiene otros intereses y tampoco con los de la universidad porque ya son jóvenes y ella es una niña.

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Liliana, madre primeriza con Daniel, tampoco se sorprendió cuando su hijo, antes de los 2 años comenzó a leer las placas de los carros, pero al año y medio, cuando entró a un jardín-guardería en Venezuela, donde residían por el trabajo de ella, se sorprendieron de que el niño con el teclado ya escribiera y leyera palabras.

Cuando Daniel tenía 4 años su madre fue transferida a Inglaterra, y en la escuela, apenas a los tres días, la llamaron para decirle que debía tener por lo menos dos años de aceleración.

Liliana aceptó que se lo acelerara solo un año. “Daniel era muy pequeño de estatura al lado de sus compañeros y también me preocupaba la socialización del niño a su edad, aunque he aprendido que eso no tiene mucho que ver porque como él ya tiene otros intereses, también madura emocionalmente”.

Junto a la aceleración empezó a tomar clases extracurriculares en muchas áreas en el mismo colegio.

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A los 6 años de Daniel, regresaron a Ecuador e ingresó a la Academia Cotopaxi, donde no hubo aceleración inmediata pero sí diferenciación en las fortalezas, que pronto le resultaron pequeñas, porque son chicos que necesitan de retos más grandes. Entonces Daniel participó del programa de jóvenes talentos de la Universidad John Hopkins de EE.UU., llegando al ranking de los puntajes más altos, apenas con 8 años de edad. “Daniel recibía clases de la universidad en su computadora mientras sus compañeros recibían clases normales”, dice su madre.

Todo iba bien, pero a los 9 años Daniel presentó un cuadro de desmotivación y su madre lo llevó a EE.UU., donde Linda Silvermann, psicóloga especializada en superdotación, le hizo nuevos test que determinaron que Daniel tenía superdotación profunda.

Hay varios niveles de superdotación: la moderada con 130 en el test CI; alta de 145 a 160; excepcional de 160 a 175; y profunda de 175 en adelante. “El caso de Daniel es uno en un millón”, dice Liliana.

Con ese resultado se lo aceleró a segundo de bachillerato y ahora entrará a tercero. Su madre dice que quiere estudiar Ingeniería Aeroespacial en la universidad, pero que también le interesa la física. Ya tiene becas aseguradas en algunas universidades del mundo. Daniel además pasó el SAT, el examen que se hace para ingresar a universidades en EE.UU.

El año pasado, la Subsecretaría de Educación Inclusiva indicó que en el Ecuador estaban identificados 31 casos de superdotación, y que solo se han registrado 6 de aceleración. Existe una normativa, desde el 2016, que determina que a los alumnos con superdotación se les debe hacer adaptaciones curriculares; la normativa no habla de cuántos aceleramientos son permitidos.

Gabriela formó Asuca (Asociación de Superdotados y Altas Capacidades Ecuador). La página está en Facebook.

‘La aceleración puede ser arma de doble filo’

Son niños comunes, pero   comprenden las cosas más rápido que otros chicos de su misma edad, tienen intereses bastante particulares que a otros niños de su edad no les interesa y prefieren conversar con adultos   o  con chicos mayores, tienden a aburrirse en actividades que otros parecen disfrutar, así define a los niños superdotados Evelyn Brachetti, psicóloga con amplia experiencia en el campo infantil y pedagógico.

Ella considera que promoverlos a cursos superiores “puede ser un arma de doble filo”. En algunos casos, dice, puede ser realmente aprovechado por el chico y en otros casos puede producir un desfase terrible entre su capacidad para socializar y para tener una vinculación con chicos de su misma edad.

“Hay casos en los cuales sí se benefician de esa aceleración, pero creo que es más bien un perjuicio porque las relaciones   están pasando de alguna manera condicionadas por la edad;  los cambios hormonales de la adolescencia generan que uno tenga cierto tipo de comportamientos típicos  y ellos todavía son vistos como niños pequeños dentro de una clase de adolescentes”, dice.

Brachetti aconseja hacer promociones parciales en  materias que ellos dominen más y que otras las vean con los chicos de su misma edad. “Eso depende un poco del colegio”, puntualiza. 

Para Brachetti, la mejor forma de incluirlos en el programa educativo “es tener en cuenta que el aburrimiento puede ser parte de la clase diaria y que a veces hay que tener alguna actividad extra para que  estén ocupados, tampoco podemos solamente darles actividades académicas una y otra vez, haciendo que trabajen más que los demás y con tareas más difíciles”.

Tener un nivel de inteligencia alto puede ser una dificultad significativa, prosigue, y educar a un niño así puede ser un reto fuerte tanto para los padres como para los maestros. “Son niños cuestionadores, que no les gusta someterse a reglas, que tienen que entender el porqué de las cosas, no es fácil pertenecer a este grupo”, concluye la psicóloga. (I)