En al menos tres ocasiones, Gabriel Bautista Barrio intentó retomar su vida una vez que empezó a consumir la droga H, en décimo año de colegio. Allí se inició su calvario. Su familia lo motivó a retomar sus sueños e ingresó a dos centros de rehabilitación de adicciones sin saber que encontraría la muerte.

Era la “última oportunidad” de ayuda, le había dicho Necsy Barrio a Gabriel, hijo menor de tres hermanos. Así recordaba ayer su madre que recibía las condolencias de allegados, incluyendo la madre de un compañero de su hijo que también sufre de adicciones.

En ese hogar, como en otros 17, la mañana del domingo se preparaban para despedir a los fallecidos durante el trágico incendio presentado a las 15:00 del pasado viernes, en una clínica de rehabilitación clandestina en la 26 y la I, en el suburbio de Guayaquil.

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El dolor y llanto se replicaron en distintos hogares que durante la tarde de domingo pasado despidieron a las víctimas. “Su sueño era ser policía”, decían familiares al enterrar a José Manuel Angulo en el cementerio Ángel María Canals. Allegados gritaban, lloraban y daban golpes al ataúd pidiendo mayores controles a las clínicas y su clausura para que no haya más muertes.

Otros clamaban más acciones del Gobierno en temas de adicciones, un mal que se replica en los sectores populares de la urbe. El Ministerio en la zona 8 atiende adicciones en 115 unidades de salud y 3 centros especializados en adicciones. Hay unas 100 clínicas privadas sin permisos, según la Asociación de Propietarios.

Afuera de su hogar, en la 20 y la P, Necsy contó que al tener escasos recursos empezó el tratamiento de su hijo en un centro de salud en las cercanías y luego en el Hospital de Infectología. Ello consideraron insuficiente sus familiares.

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“Esas terapias ambulatorias no le veo un rendimiento exitoso, porque si los chicos van y vienen de sus casas y en una oportunidad el muchacho va a consumir por las ganas, la ansiedad, no me sirvió, iba mal y lo interné”, comentó la madre aún consternada por la “maldita H” que la mantuvo angustiada estos últimos años.

Gabriel siguió consumiendo al asistir a este tratamiento ambulatorio; sin embargo, luego ingresó a un primer centro privado. Al salir rehabilitado retomó el colegio, pero recayó. Esa ansia de su madre por ver a su hijo convertido en un profesional terminó cuando ingresó al centro donde falleció.

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Así, varias de las víctimas del incendio habían ingresado a esta clínica por las referencias de conocidos y, porque, según les dijeron, sí contaban con permisos. Autoridades aclararon que no tenían permisos.

 

En otra calle, en la 25 y Nicolás Augusto González, Manuel Galarza Sánchez también hace seis meses empezó a consumir cocaína y sus familiares lo ingresaron a la clínica incendiada por recomendación de conocidos. Es el camino optado por mucho al considerar, según ellos, insuficientes otros tratamientos como el estatal.

“Nos habían dicho que allí (en la clínica) se recuperó un chico, en el dispensario le daban las citas muy lejos, lo mismo y lo mismo le mandaban de medicinas si tenía fiebre, estreñimiento”, criticó su madre Ketty Sánchez.

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Ketty, el día del incendio, había recibido una foto de su hijo mostrando un corazón con las manos. Se le notaba un mejor semblante. Ella se queda con ese recuerdo, esperando ayudar a los 4 hijos huérfanos. (I)

Otro incendio

En una clínica de rehabilitación, ubicado en la isla Trinitaria, se produjo un nuevo incendio a las 09:00 del domingo pasado. Personal del Cuerpo de Bomberos confirmó que se quemaron colchones en el primer piso del inmueble. Dejaron clausurado el sitio. La Agencia de Aseguramiento de la Calidad de los Servicios de Salud y Medicina Prepagada (Acess) esperaba también colocar sellos a ese centro. Desde el viernes 11, el ente ha clausurado tres centros de rehabilitación clandestinos. El domingo pasado, personal de Acess también clausuró otro centro en la Alborada al no contar con permisos de funcionamiento e incumplía normativa sanitaria.