Una cicatriz en la ceja izquierda es la secuela del golpe que sufrió al sobrevenirle un ataque epiléptico. Romina Parodi Pileggi, de 22 años, se ha sobrepuesto a una fractura de nariz y soportado otros golpes al caer de la cama o al desplomarse en la escuela, colegio, universidad u otro sitio.

Romina sufre convulsiones. Tenía 5 años cuando enfermó de paludismo y ello le ocasionó un trastorno cerebral. Su vida ha transcurrido entre traslados de emergencia al hospital, vigilancia de tutores y la compañía casi ininterrumpida de su mamá, María Gabriela Pileggi, descendiente de italianos.

Ahora, madre e hija planean un viaje anhelado, que antes no pudo idearse por la recurrencia de los ataques, cuya incidencia parecía no disminuir con fármacos suministrados en variadas dosis y combinaciones.

Publicidad

Romina desea ir a Disney. Cumplir su sueño hoy ya depende más de la disponibilidad económica que del escollo que pudiera significar su trastorno nervioso. “Ahí está mi dinero, tiene ojos verdes y está sentada”, expresa la mamá al referir el gasto que ha demandado el tratamiento médico de la primera de sus tres hijos.

La joven tiene implantado un estimulador del nervio vago, capaz de disminuir la frecuencia y severidad de los ataques epilépticos, refiere el neurocirujano Luis Jairala, del hospital Teodoro Maldonado Carbo, perteneciente al Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS).

Esa técnica no es aplicable para todo paciente con epilepsia. “La colocación de un estimulador vagal se basa en el principio de detener lo más posible las convulsiones cuando han fallado terapias tal vez más sencillas, como tomar pastillas”, expone el médico.

Publicidad

Hace un mes le implantaron a Romina aquel chip, o marcapasos cerebral, como lo califica el neurocirujano Jairala.

Él estima que en promedio de cada 100 pacientes, 6 o 7 requieren del dispositivo, cuando el cuadro epiléptico constituye un peligro para la vida.

Publicidad

“Si bien es cierto la epilepsia no mata, sí las consecuencias, sea una caída, ahogo en una piscina; un epiléptico está en el mar, le da la crisis y se ahoga; va conduciendo, le da la crisis e impacta contra algo”, expresa Jairala, del equipo de neurocirujanos del hospital del IESS, que integran también Arturo Álvarez, Henyn Mora, entre otros médicos, que en tres años de aplicar la técnica ya llevan más de 30 procedimientos.

“En la seguridad social es gratis, pero si lo llevamos a una clínica privada, pasa los $ 40.000 en costo básico, ya que es solo lo que cuesta el aparato”, comenta Jairala.

La cirugía es descrita como mínimamente invasiva, de cortes pequeños a nivel del cuello, donde el estimulador actúa sobre el nervio vago, que es un “nervio craneal, que sale del cerebro”, dice el neurocirujano.

El dispositivo es programable a través de un software.

Publicidad

Al mes de su cirugía, Romina se muestra optimista al decir que las convulsiones ya no están en ella. Ayer estaba prevista su graduación como tecnóloga en gerontología, una rama que según su mamá acogió al sentirse identificada con quien necesita asistencia continua. (I)

Estoy bien con este dispositivo, ya no tengo mucha epilepsia por ahora, y ya estoy terminando la carrera porque el sábado (ayer) ya la termino, ya hago mis deberes tranquila, no siento convulsión”.Romina Parodi, joven que presenta epilepsia