La potente voz del pastor Manuel Rivera resuena hasta el último rincón del patio de San Francisco Gotera, la hacinada prisión salvadoreña donde su prédica evangélica intenta convertir a violentos pandilleros en pacíficos cristianos.

El predicador de 36 años, quien fue un temible sicario de la banda Barrio 18, dirige la modesta ceremonia sobre un improvisado altar adornado con unas flores de papel desde donde lanza un solo mensaje a su rebaño: Dios los rescató de la violencia, volver a la pandilla significaría su muerte.

“La palabra nos habla que el pueblo de Israel era rebelde, así nosotros un tiempo también anduvimos divagando en un desierto”, proclamó el expandillero, que cumple sentencia de 30 años de prisión por homicidio, vestido como los demás internos con camiseta de algodón, short y sandalias.

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Mientras habla, Rivera se mueve entre los presos que abarrotan el patio, los pasillos y se asoman desde las hamacas que cuelgan del techo. Algunos escuchan en silencio mientras lloran. Otros baten palmas y cantan con pasión himnos religiosos, agitando los brazos llenos de los tatuajes que se hicieron para inspirar terror.

“Decíamos que la pandilla era nuestra familia, pero Dios nos quitó la venda de los ojos”, remató alzando la voz, seguida por el contundente coro de sus atípicos feligreses: amén.

Rivera es fundador de la iglesia evangélica Torre Fuerte, que el año pasado se unió a otros cultos como Final Trompeta, que llevan siete años usando la Biblia para ofrecer a los convictos una vía de redención de su pasado criminal.

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Y parece estar funcionando. Unos dos tercios de los 1.546 reos que cumplen sentencia en el ruinoso penal, ubicado a 166 kilómetros al este de San Salvador, aseguran haberse arrepentido de sus crímenes y estar dispuestos a rehabilitarse tras encontrar la fe tras las rejas.

Las autoridades confirman que el penal, considerado antes de máxima peligrosidad por las revueltas y las estructuras criminales que operaban desde su interior, experimentó una mejora desde que la mayoría de los pandilleros que allí permanecen decidieron abrazar la fe evangélica.

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Los escépticos del proyecto señalan que el avance de las iglesias evangélicas en espacios como las cárceles es muestra de las falencias del Estado, que no dispone de recursos ni planes para impulsar esfuerzos de rehabilitación social sin recurrir a los dogmas de la religión. (I)

Cárcel
Iglesia Evangélica

Cambio de ambiente
Dentro de Gotera ya no hay bandas rivales. Las paredes de la prisión están decoradas con ángeles, profetas y citas bíblicas que piden paz, reconciliación y arrepentimiento, pese a que algunos internos purgan condenas de más de 100 años.