Con ayuda de un bastón, camina y se adentra en el despacho parroquial de la iglesia San Antonio de Padua. Este sitio lo acoge desde hace una década en que dejó de ser obispo de Loja, para buscar un retiro tranquilo. Sin embargo, la rutina a sus 85 años sigue ajetreada.

Monseñor Hugolino Cerasuolo Stacey, guayaquileño de ascendencia italiana e inglesa, párroco de San Antonio de Padua, sigue apegado al servicio religioso. Una vocación que en cuatro décadas lo llevó a localidades de Guayas, Loja y las islas Galápagos.

Se emociona y con orgullo cuenta que en 22 años como obispo de Loja colaboró en constituir el seminario de Loja, la nueva casa episcopal y promulgó a nivel nacional la devoción a la Virgen de El Cisne. Luego como obispo auxiliar de Guayaquil fundó el grupo misionero de Narcisa de Jesús que promulgaría su beatificiación. Día a día, a pie, peregrinaban por la provincia, dice.

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“Fuimos a lugares que nunca un sacerdote había pisado, donde no había sacerdotes predicamos, para hacer bautizos, primeras comuniones...”, añora.

Como párroco de iglesias en Prosperina, Durán y Mapasingue, recuerda que varias veces le tocó caminar en vías inundadas con la sotana remangada. Todo por llevar una voz de aliento y predicar la palabra de Dios, incluso hasta por seis horas seguidas.

Su labor como obispo auxiliar de Guayaquil tuvo repercusiones en todas las parroquias. Gustaba escuchar a los fieles y tenía diversas misiones religiosas, con monseñor Bernardino Echeverría, a quien considera como el mejor arzobispo que ha tenido esta ciudad.

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Durante la época de las invasiones en el Guasmo, recuerda que ellos realizaron labor pastoral en la zona. Allá lograron unos terrenos para asentar las primeras iglesias católicas.

Guayaquil era una pocilga, daba vergüenza, era una inmundicia. Esta no es la ciudad de antes, esta es otra ciudad, digna de conocerse”.Mons. Hugolino Cerasuolo, párroco San Antonio de Padua

A Urdesa norte llegó hace una década y hace seis, por pedido de monseñor Antonio Arregui, entonces arzobispo, asumió el reto de ser párroco. Hoy, da misas diarias, confiesa, y ora por su santidad hasta que llegue la “hermana muerte”.

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En esta parroquia (de 8 mil personas) ha gestionado mejoras como aire acondicionado, ascensor y otras como techo nuevo. Con el municipio se construyó una cruz de 37 metros que se ilumina por las noches.

Al caminar por el templo, él cree que la ciudad ha cambiado en estos 20 años. Recuerda la falta de alcantarillas y basura en sus calles. Aplaude monumentos, como la pianista Ana Villamil en el parque Seminario y el Cristo del Consuelo, del Cisne 2.   Cree que la fe se debe apuntalar más entre los creyentes. A menor ritmo por su edad, él lo hace desde temprano.

Se dedica a orar, confesar y atender fieles. Además peregrina en su barrio, da catecismo, comida a los pobres.

Él quiere seguir ayudando hasta que Dios lo llame. (I)

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