Por Martín Riofrío Cordero | escritor y creador de El Lector Semiótico

Hace tres semanas, el Ecuador se despertó con una terrible noticia: Eliécer Cárdenas, el hombre que escribió Polvo y ceniza, había fallecido.

Para todos sus lectores, su partida significó una gran pérdida. Los ojos que vieron por primera vez a Naún Briones cabalgando sobre laderas y terraplenes, ondeando a su paso una bandera de justicia entre pobres y desprotegidos, no verían nunca más la hoja en blanco para poner en marcha nuevas aventuras. Y no es que Naún Briones haya sido de su inventiva. Al contrario, el personaje existió. Pero le debemos a él su recuerdo. Le debemos que tantos jóvenes hayamos descubierto -y sigan descubriendo- en las aulas de colegio a esta especie de Robin Hood, que por encima de ser un astuto bandolero que recorría al lomo de su alazán la Sierra ecuatoriana mientras robaba a ricos hacendados, era un hombre sencillo que repartía sus ganancias a quienes no tenían nada. Un personaje de esos que dejan mella en el mundo y quizás, por lo que representan, lo vuelven un poco mejor.

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No perdamos la oportunidad de leer a uno de nuestros grandes escritores. Aparte de Polvo y ceniza he leído con entusiasmo otro de sus libros: El ejercicio y otros cuentos. Relatos como La incompleta hermosura o Acuarios para desesperados estriban entre lo alto de la cuentística latinoamericana y no tienen nada que envidiarle a nadie. Ahora que Eliécer Cárdenas ya no está entre nosotros, aprovechemos para mantener su legado. Recordémoslo ahora, más allá del polvo y la ceniza. (O)