Es 2023 y Manabí no ha hecho el proceso de duelo por los muertos del terremoto del 16 de abril de 2016, es una de las conclusiones del libro 7.8: la tierra está viva, de Ítalo Villavicencio López, que se presentó en 2022 en la Feria Internacional del Libro de Guayaquil, y lo hará nuevamente el próximo 26 de enero en Portoviejo, en la Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo de Manabí, salón Rosa Elena.

El autor, nacido en Ancón, provincia de Santa Elena, reside en Guayaquil, pero viaja constantemente a Manabí porque tiene familia allí; también amigos, muchos de ellos son conexiones nacidas de su labor en la rehabilitación de adicciones, una labor que desarrolló durante 30 años, hasta que la pandemia lo obligó a parar esa actividad y contemplar un nuevo proyecto, el de recolectar y poner por escrito una veintena de testimonios de parientes, amistades y desconocidos.

Allí está el relato de Patricia, la mujer de Canoa a la que le cayó un hotel encima y sobrevivió a costa de grandes traumas físicos y mentales que no ha podido trabajar adecuadamente, pero no deja de estar agradecida con quienes la rescataron, después de pasar horas enterrada bajo los escombros.

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O el de Byron, de San Isidro-El Relleno, que salió en la oscuridad para encontrarse con una grieta enorme que sepultó al ganado, los sembríos y la casa de su cuñado, pero dejó con vida a toda la familia.

Y de Estefanía, la administrativa del destruido hospital de Chone que pasó a trabajar 16 horas diarias en una carpa, haciendo labores de inventario y cocina, en su afán de servir a víctimas y a rescatistas, y que lloró cuando el edificio fue declarado inservible y demolido.

También está Narcisa, de Portoviejo, que explica concisamente lo que ella piensa que es la mayor consecuencia. “No se ha llorado, don Ítalo, Portoviejo aún no se ha encontrado a llorar (...) Se escucha ‘levántense, sigan’, y hay que levantarse y seguir’. Y, sin embargo, no duda en decir que “si alguien se movió fue Guayaquil; tuve la idea de que cada familia de allí tiene a alguien en Manabí, un familiar, un amigo”, comenta, recordando la caravana de “camiones, camionetas, tanqueros y autos” con agua y comida.

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En la noche del sismo, Villavicencio sintió ese mismo impulso. Estando en Guayaquil quiso viajar en ese momento a buscar a la madre y a los hermanos de su hija, aunque les decían que no fueran, que podía ser peligroso. Él y su hija Sarita salieron por la mañana, llevando cuando pudieron y después de eso hicieron muchos otros viajes de retorno. Durante esos recorridos fue recopilando fotografías, videos y testimonios, y tuvo la idea de hacer un libro.

Los sobrevivientes han tenido que seguir con las consecuencias psicoemocionales de la destrucción, los muertos, las pérdidas materiales, la identidad. “Son ciudades que al terremoto le costó un minuto destruir, pero llevaban cientos de años de fundación, como Portoviejo”. Villavicencio cree que las autoridades centrales y locales deberían invertir en atención psicológica masiva para los manabitas.

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Otro impacto ha sido constatar la anomia o destrucción del tejido social, pues este licenciado en Jurisprudencia hace notar en su libro que muchos sobrevivientes no olvidan que en los momentos posteriores al terremoto gente que no había sido gravemente perjudicada aprovechó para saquear y robar a los más vulnerables, e instar a los pobladores de ciudades y comunidades costeras a abandonar sus casas con la amenaza de un tsunami.

Y, sin embargo, la sociedad manabita y la esmeraldeña han reaccionado con resiliencia, “esa energía psicológica y emocional que lleva a enfrentar y sacar ventaja a la adversidad”. Lo que no significa que hayan recibido todo lo que necesitan para sanar. “Muchas personas tienen temores agrandados de que ocurra un próximo terremoto, porque la tierra se sigue moviendo”.

Conectado con Manabí por 30 años de trabajo en la rehabilitación

La tierra está viva reúne entrevistas de entre 2016 y 2021. “Tengo familiaridad con la gente de Manabí porque he sido rehabilitador de personas adictas a las drogas, y algunas de ellas estuvieron en Guayaquil, en el centro de psicoterapia que manejé”. Se refiere a Censico, del que fue gerente, y que tuvo que cerrar cuando contrajo COVID-19, en 2020. “Me asusté, pensé que podían morir las personas del centro, y decidí que este ciclo de rehabilitador-cuidador había concluido. Aún sigo dando charlas donde me invitan”. Y retomó el rol de escritor, porque anteriormente había publicado Jaque no es mate, en el que recalca el valor de la filosofía de “un paso a la vez”, que manejan las asociaciones de Alcohólicos y Narcóticos Anónimos.

“El drogadicto puede salvarse, no es descartable, más bien… es retornable”, dice, volviendo al caso de Patricia Benavides, de Canoa, que fue rescatada de debajo de un edificio porque unos adictos que permanecían en las calles la escucharon, fueron a pedir ayuda y se quedaron rompiendo la losa para sacarla, salvándola a ella y a dos personas más.

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Villavicencio cree en la terapia médica y psicológica, porque él también se recuperó de una adicción. “Tengo 36 años de rehabilitación. Es un preso menos, una persona más que se incorpora al proceso de producción a través del trabajo, que armoniza con su familia y con la sociedad. Sé que tenemos mucho potencial, muchas capacidades, pero están adormecidas por la enfermedad de la farmacodependencia”.

Por su labor ha conocido personas que se han recuperado y han iniciado una empresa familiar, profesionales que volvieron a su carrera, menores que estaban en la calle y se reintegraron al colegio y terminaron la universidad. “Los adictos (rehabilitados) podemos ser útiles, y como dijo el filósofo y emperador romano Marco Aurelio, lo mejor es lo útil, y nosotros somos útiles. Bahía, Portoviejo están reiniciándose, la gente está volviendo a empezar; como me señaló un amigo, citando a (el estratega chino) Sun Tzu: ‘La victoria está reservada para aquellos que están dispuestos a pagar su precio”.

Villavicencio escribió La tierra está viva como un ejercicio de solidaridad, y para llamar la atención sobre la necesidad de estrategias de salud mental para las poblaciones de Manabí y Esmeraldas. Incluyó capítulos en los que explica el origen y la impredictibilidad de los sismos y desastres naturales, y la importancia de vivir preparados y prevenidos. “Tener carros canastas, generadores de luz, agua y comida enlatada, no perecible, ante la posibilidad de cualquier evento”. (I)