“Un hombre es un fantasma de sí mismo si alguien no toma su historia y la pone por escrito”, reflexiona Ernesto Carrión en su primer y único libro de autoficción, el mismo que escribió en el 2015 luego de la muerte de su padre, cuyo cuerpo sin vida pasó por tres días en el congelador de un bar en Guayaquil. Se trata de la edición 2021 de Un hombre futuro, publicado bajo el sello de Cadáver Exquisito.

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Es una historia sobre la paternidad que revela cómo el personaje del hijo logra hallar su propia identidad, luego de distanciarse de su padre, al que tuvo cerca a partir de sus 18 años de edad. “Ciertamente mi relación con mi padre, desde que volví a buscarlo después de muchos años sin verlo, sin que él me buscara, fue -dentro de la fiesta y la bohemia- intensa y de absoluta sumisión de mi parte. Quiero decir con esto que al poder tenerlo cerca, al menos como un amigo, jamás me animé a reclamarle ni a reprocharle cosa alguna, convirtiéndome en uno más de sus camaradas que lo admiraban por su gran conversación y espíritu revolucionario. Y de esto no fui consciente hasta un poco antes de que falleciera en el 2014...″, dice Carrión.

Hasta ahora es su novela corta más publicada. En el 2016 la publicó por primera vez, bajo la Campaña Eugenio Espejo. En enero del 2017 fue publicada por Amargord en Madrid. En 2019 fue publicada en Guatemala, dentro del tomo titulado Rebelión artificial, por la editorial Catafixia. Y en agosto llegará una edición en Perú por la editorial Summa.

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El libro se encuentra a la venta en Librería Española, Tolstoi, Fondo de Cultura Económica y Casa Morada, a un costo de $15.

Portada de 'Un hombre futuro'.

¿Cómo califica esta experiencia de contar su historia personal y en ella incluir personajes tan influyentes en su vida como Don Guillo?

Poniendo a un lado la idea de que la ficción no debe contaminarse de la vida del autor, algo que encuentro absurdo, pues toda ficción se alimentó de lo que vimos y soñamos o imaginamos (lo que es ya una experiencia), hacer esta novela me permitió liberarme por un lado de la deuda paterna, si acaso aquello existió alguna vez.

Me refiero a que, realmente, nada le debía yo a mi padre (un padre que no hizo nada por mí, que jamás me cuidó ni se preocupó de mi crecimiento, a diferencia de lo que sí hizo y se encargó mi madre), pero a quien tomé como modelo en un momento crucial de mi vida, cuando cumplí los dieciocho años. Cuando necesité buscar al hombre que me había engendrado, comprenderlo, buscarme también dentro de él, y finalmente entender el porqué de su decisión de no querer saber de mí durante tantos años.

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Escribir ese libro me ayudó a cerrar ese episodio. Y me liberó como autor de novelas. No solo por la velocidad con la que escribí el libro, sino también por el modo en que las ideas se organizaron dentro de la novela, la soltura que experimenté, la forma en que podía condensar la personalidad de mi padre a través de diálogos y descripciones, etcétera. Entender también que mi padre no era solamente él, sino también parte de un proceso y representante de una generación. Si alguien puede resumir el espíritu ideológico y autodestructivo de las décadas de los sesenta/setenta es él. La revolución y la bohemia yendo de la mano hasta el infierno.

¿Qué hay del personaje de Jamila?

La historia de Jamila es la historia del comienzo de un muchacho en el mundo del amor y el sexo. Para mí, allí hay una historia de aprendizaje muy valiosa que tiene que ver con el modo como se construyen los afectos y las mentiras simultáneamente. Quienes aman casi siempre están mintiendo. O mienten por no dañar al otro; o mienten por egoístas; o mienten porque fracasan en sostener una relación que les quedó de pronto muy grande; o mienten por la esperanza de continuar en una relación.

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Además es un libro donde nos comparte sus gustos musicales, sus referentes literarios y hasta sus ideales políticos.

Es un libro donde está el joven que fui allá por el año 1995, y un poco más adelante. También al tratarse de autoficción debe el lector entender que no todo lo que está leyendo ocurrió realmente. Hay pinceladas de ficción que colaboran con el argumento, la trama, la tensión y la forma del libro. Por ejemplo, en la novela se da cuenta de un partido político fundado durante la edad universitaria por el protagonista que nunca ganó, eso no ocurrió así: fundamos en la Universidad Católica un partido político que sí ganó. Por qué decidí escribirlo al revés, pues ese es un misterio que debe tal vez el lector desentrañar.

Ahora, los gustos musicales del protagonista y de su padre son parte sensible de su identidad. Y dentro de la obra ayudan a forjar momentos, recuerdos juntos. Es así como los seres humanos construimos espacios compartidos con el prójimo. Es así como a veces recordamos: a través de libros, canciones y películas que hemos revisado con alguien más.

La paternidad es el eje central de la obra, vemos al padre joven no afronta su paternidad, al padre ausente que termina siendo amigo, y al padre que encuentra en su hijo una nueva oportunidad para la reconciliación. ¿Es una manera de hablar de las varias formas de paternidad? ¿Cree que la sociedad nos plantea una imagen de paternidad perfecta?

No existe un padre perfecto. Lo más seguro es que existan padres preocupados y dedicados a sus hijos hasta que mueren; y otros padres que solo colaboraron con la gestación y que viven preocupados en resolver sus propios conflictos. Algo que le ocurre a muchísima gente sin importar la edad. ¿Cómo medir la paternidad sin tomar en cuenta la dedicación y preocupación de aquel que es nuestro padre? Sin embargo, el egoísmo, que no conoce de géneros ni razas ni ideologías, que es como el amor, lo más humano que existe, se impone.

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Muchos no son padres tan buenos porque se convierten en padres cuando recién están saliendo de la universidad. Cuando aún ni siquiera se entienden ni entienden qué quieren hacer de sus vidas. Esa falta de experiencia y madurez al momento de aterrizar de pronto muy joven en una paternidad puede también jugar un papel. A veces es difícil ser buen padre si no tuviste un modelo en casa. Si se crece sin un padre, ¿cómo entendemos cómo serlo? A veces puede ocurrir a la inversa, ¿cierto?

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Precisamente haber sido un hijo consentido y adorado por tus padres, haberte sentido el centro del mundo, te transforma con los años en un individuo egoísta que no tiene tiempo para nadie más que para sí mismo. Quizás se empieza a ser padre cuando uno es capaz de desaparecerse a sí mismo un poco. Cuando, al igual que cuando estás enamorado, realizas actividades que no pensaste hacer nunca. Dejando a un lado tu propia satisfacción. Haciendo tuya la alegría de tus hijos.

Hablando de ese padre amigo y confidente, vemos a un E. que se reencuentra con Guillo, su padre y establece una amistad. ¿Nos habla del perdón que al final esconde una melancolía sostenida?

Sin perdón no existe crecimiento ni sosiego. Quien no perdona vive envenenado, y posiblemente termine envenenando todo a su alrededor. Creo que mi error fundamental fue no haberme reunido con mi padre, después de nuestra única discusión durante los quince años de amistad que mantuvimos, para escuchar lo que quería decirme. Él pidió esta reunión a través de mi amigo Julio. Pero fui yo quien no quiso aceptarla. El orgullo ganó, y con eso perdí yo. Porque no puedo negar que me hubiera gustado haber tenido una última conversación, una reconciliación antes de su asesinato. No puedo evitar hundirme en una marea oscura de tristeza cuando repaso el modo en que murió, o cuando me toca corregir su novela.

El sexo, la depresión, el machismo, la militancia ideológica son unas de las temáticas topadas en su obra. ¿Qué puede decir al respecto?

Me parece que cuando escribo novelas intento hacer de las situaciones y personajes un acontecimiento verosímil. Quiero que el lector, estimulado, sienta miedo o preocupación mientras está leyendo. Creo que un escritor debe hacer lo mejor que pueda con los materiales que tiene en su cabeza. Algunos son pura información intelectual; otros son experiencias de vida. Pero el libro debe sostenerse solo. Más allá de la vida y muerte del autor. Quienes fuimos es hasta cierto punto importante.

Para mí, lo más importante es quienes dejamos de ser cada vez que terminamos de escribir. En todos esos libros hay fragmentos de experiencias, así como construcción imaginaria de situaciones y personajes que me ayudan a consolidar una historia que quiero presentar con contundencia.

El machismo y la militancia ideológica fueron temas importantes para quienes crecimos en los ochenta y noventa. Todo eso era parte de nuestras casas, calles y aulas escolares. Nuestras vidas estaban atravesadas por el machismo. Y también por quienes empleaban el disfraz de las ideologías para vivir en una vida bohemia y sin dirección. Padres violentos y alcoholizados, hijos maltratados, hijos sin ser reconocidos, profesores golpeadores, denigración y fobia al homosexualismo, todo eso era parte de nuestra sociedad en esas décadas. Y están allí, en mi obra, porque deben estarlo. Porque a veces quiero sentir que algún acto de justicia esconde la literatura.

También se incluye una fuerte crítica a los medios de comunicación y ese desencanto que se llevó al ejercer el periodismo.

Mi desencanto con los medios de comunicación apareció durante mi época como estudiante universitario. Debes entender que en los noventa quién iba a imaginar que podrían existir otros modos de hacer periodismo libre, por decirlo así. No existían las redes, que se han ido convirtiendo (además de coladores de vanidades) en plataformas de denuncias. Hoy un grupo de periodistas pueden comenzar una iniciativa desde las redes sociales y de ese modo impactar en la sociedad. Y allí sí que existe una resurrección del oficio.

Háblenos un poco sobre esas rupturas y reconciliaciones entre un escritor y la escritura. ¿Un buen acierto haber regresado a las letras?, aún más cuando su obra ha sido reconocida en constantes ocasiones.

Nunca he abandonado las letras. Escribo desde niño. Sin embargo, mantengo una relación de amor y odio constante con este oficio. He hablado de dejar la poesía, por ejemplo. Sin embargo poemas han ido apareciendo, pidiendo a través de mí su existencia en el mundo. Con la ficción ha sido un poco diferente. Salvando algunas excepciones, sobre todo Un hombre futuro, la ficción me ha permitido disfrutar del proceso de creación. Y eso me ha llevado a escribir casi sin detenerme.

Una vez más vuelve a sumergir al lector en un escenario con sitios tradicionales de su ciudad, vemos descripciones de Barricaña, el antiguo Palacio de Justicia. Además de colocar a sus personajes en los contextos sociales y políticos de su época.

Quise poner de telón de fondo la década de los ochenta, la violencia política que mi generación observó aterrorizada a través de los noticieros y diarios de la época. Una década que empieza con la muerte del presidente Jaime Roldós con apenas cuarenta años de edad. Una década donde el gobierno y la guerrilla se enfrentaban por las calles de algunas ciudades. Donde había huelgas estudiantiles por doquier. En que Camargo y el Monstruo de las Andes eran los violadores y asesinos más buscados, eran presencias invisibles que ponían a los padres a vivir con temor por sus hijas y esposas. Una década que sigue sin mostrarnos la verdadera cara de los culpables y de las víctimas. Vivir así, en un país amnésico, pero sobre todo esquizofrénico, que parece cambiar los rostros de los buenos y los malos cada cuatro años, es vivir también sin historia.

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Sabes que yo alcancé a conocer y disfrutar de Barricaña. Incluso mi primera lectura de poemas ocurrió allí en 1998, me parece, en un espacio que se llamaba Poeticanto. Y allí, al igual que en el desaparecido Montreal, bebíamos con Ángel Emilio Hidalgo, Luis Carlos Mussó, Wladimir Zambrano, Fabián Darío Mosquera, César Eduardo Galarza, y otros poetas. Siempre me gustó la idea de estar en el mismo sitio donde mi madre y mi padre hicieron teatro cuando ambos eran estudiantes universitarios. Son pocos los espacios de Guayaquil que no son devorados por el tiempo, borrados sin pena por la idea de una modernidad artificial. Además, alguna vez cuando era niño mi padre me llevó allí también. Guardo ese recuerdo. De haber probado mi primer sorbo de cerveza de ocho o siete años con él. Ciertos espacios del centro aparecen en la obra y son importantes porque terminan siendo el mapa vital por donde la vida de mi padre transcurrió. Todas las cantinas alrededor del Palacio de Justicia se las conocía al revés y al derecho. Todas las tiendas, parques y bancas donde sentarse a conversar y beber. El Cabo rojeño, el bar del Capitán, My Lunch, El Club de Trabajadores y Barricaña fueron algunos de esos sitios.

¿Cuándo fue terminado este libro? ¿Cuánto tiempo y cuánta valentía le tomó hacerlo?

Este libro lo escribí en el 2015. Cuando mi padre, Guillermo Carrión González, muere de la forma en que ocurrió (me refiero al modo en que sus responsables o cómplices lo movieron dentro de un bar hasta depositarlo en un congelador por tres días y poder seguir atendiendo al público), intenté pasar la tragedia escribiendo poesía, algo que antes había hecho.

Sí, aunque haya detractores de esto, la poesía es terapéutica. Incluso llevar un diario lo es. Pero al concluir ese poemario (Revoluciones cubanas en Marte) seguía padeciendo intensamente. Me refiero a que tenía ataques de pánico y pesadillas constantes. Fue a mediados de ese 2015 cuando entendí que debía escribir esa novela. Una novela que no fuera sobre su asesinato, sino sobre su vida. Pero que fuera sobre mi vida con el hombre a quien tuve la posibilidad de conocer a fondo desde los dieciocho años. Y a quien amé, con todas sus ausencias y excentricidades, con todos sus desaciertos y frustraciones. Escribir esa novela corta fue volverlo a ver otra vez vivo y carcajeándose. Y al mismo tiempo fue un intento de reconciliación fallido conmigo mismo por no haberme reunido con él unos años antes de su muerte. (I)