En este 2022 se cumplen 100 años de la masacre obrera registrada el 15 de noviembre de 1922, como resultado de la brutal represión de la fuerza pública en las calles céntricas de Guayaquil a una multitudinaria marcha de trabajadores que reclamaban por sus derechos y mejoras salariales.

Al doloroso episodio se lo enmarca como el bautismo de sangre de la lucha obrera en el Ecuador y en memoria de los cientos de fallecidos se desarrollan cada año múltiples actividades para analizar sus contextos y ámbitos. Una de ellas es la exposición El siglo, de los artistas Ana Gabriela Rivadeneira Crespo y Hugo Idrovo, la cual se inauguró ayer, a las 17:00, en la planta baja del patrimonial edificio El Telégrafo, donde se encuentra la antigua rotativa del diario.

La exposición El siglo consta de tres piezas, partes o momentos. La que está constituida por una serie de imágenes extraídas de documentos y archivos históricos nacionales. Material heterogéneo, resultado de una investigación sobre el siglo XX desde el interior de su propio devenir, a través del cual el siglo declara, en imágenes, formas y pensamientos, sus dramas, utopías, convulsiones y contradicciones.

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La compone también una reescritura en pared de la novela Las cruces sobre el agua, de Joaquín Gallegos Lara, donde se retratan los acontecimientos del 15 de noviembre de 1922. La intervención la hizo Rivadeneira, quien señala que “la acción de reescritura agrega una dimensión temporal a la dimensión arquitectónica de intervención del espacio: el tiempo de escritura, pero también el tiempo de remembranza que se añade al tiempo histórico”.

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La compone también una reescritura en pared de la novela 'Las cruces sobre el agua', de Joaquín Gallegos Lara, donde se retratan los acontecimientos del 15 de noviembre de 1922. Foto cortesía Tyrone Maridueña/Dircom UArtes

Anota que este reescribir, palabra por palabra, una novela ya escrita, recuerda a varias obras y gestos artísticos anteriores, como La sociedad del espectáculo, de Guy Debord; Pierre Menard, autor del Quijote, de J. L. Borges; o el cut-up de William Burroughs. Gestos ambiguos e indeterminables que desplazan la escritura hacia otras dimensiones de sentido.

La tercera parte de la propuesta expositiva es Arqueología futura, de la serie Futuro Perfecto, integrada por objetos de dimensiones variables. El nombre de la serie hace referencia al tiempo gramatical (futuro perfecto) que resulta particularmente interesante si uno se detiene a analizarlo, ya que presenta una convulsión temporal que proyecta el pasado en el avenir: introduce un pasado en el futuro, mostrando que los verbos “se han atrevido a lanzarse a la conquista de lo inalcanzable.

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Relación temporal que funciona a modo de detonador de la obra Arqueología futura, la cual presenta una suerte de hallazgo arqueológico de futuras reliquias históricas de la modernidad local. Una serie de restos o residuos materiales dispersos, que propone la hipótesis de un hecho consumado o de un pasado aún incierto.

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Sobre la exposición, Lupe Álvarez, su curadora, quien es crítica de arte, investigadora y docente, indica que El siglo revisita la propuesta de Gabriela Rivadeneira y Hugo Idrovo en Quizá el cielo un día será silencio, una exhibición presentada en el CAC (Centro de Arte Contemporáneo) de Quito, que dio relevancia histórica a la contribución de un grupo de artistas que, en la década de los años noventa, crearon condiciones para fomentar la escena del arte contemporáneo local.

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Esta vez la instalación reviste un significado especial, ya que interviene el sitio que evoca, en presente, las connotaciones histórico-políticas de uno de los repositorios de algunas de las fuentes fundamentales que conformaron el proyecto. La muestra apunta a diferentes morfologías que acentúan su relación con el espacio y el contexto, destacándose el talante subjetivo que quizás reclame un vínculo con las circunstancias actuales del país.

En general, la propuesta está abocada a exorcizar esas narrativas teleológicas que han moldeado nuestro inconsciente colectivo: la de la nación, la del progreso, la de las vanguardias. Se trata de una poética del desvarío que, en la materialidad de los signos y en su interacción con los sujetos, suscita otras derivas.

Si en Ecuador se abriera una encuesta para designar cosas que le tomen el pulso al siglo XX, ¿cuál sería el resultado? ¿Será posible algún consenso sobre esos modos emblemáticos en los que el siglo se reconoce? Estas serían preguntas sobre las que versa El siglo, pieza que requirió una investigación en algunos de los principales archivos nacionales.

Foto cortesía Tyrone Maridueña/Dircom UArtes

Como conjunto, la obra no prioriza un material específico. Se complace en el recorrido por repertorios diversos: hechos, imágenes cuya conexión no se adscribe a relatos fundados en argumentos causales ni en perspectivas plausibles de historicidad. Parecen residuos carentes de ilación que en su devenir abierto a la exégesis y al comentario pudieran activarse en otros posibles relatos.

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Arqueología futura se inscribe en la misma tesitura: una memoria cifrada en signos dispersos. En este caso, la narrativa desarrollista fundamentada en la noción de progreso es removida como referente maestro, cuestionando, en sus residuos, la autoridad de los sentidos que, en algún momento, representaron las ideas de avanzada.

En vez de reproducir verdades, el archivo en estas obras está para ser interrogado, leído desde una experiencia presente que lo reconfigura señalándolo no solo en lo que hay, sino más bien en lo que falta, lo forcluido en su representatividad, lo ausente en su permanente presencia.

Las cruces sobre el agua de Rivadeneira es al mismo tiempo una remembranza y una invitación a retomar reflexivamente el hecho histórico, la masacre de obreros que próximamente conmemorará su centenario. El referente literario sirve de pretexto para abrir el suceso al tiempo presente, evocándolo mediante la acción de poner el cuerpo reescribiendo íntegramente el texto en el espacio: una temporalización que desafía al propio carácter acotado de la expectación.

“Lo que no puede verse ni decirse, el arte debe mostrarlo”, dijo Gerard Wajman. Esta muestra que sondea la mostración de lo inaprehensible nos deja ver que no existe completitud trascendente, solo fragmentos; indicaciones cuyo criterio de selección se torna huidizo y nos alude de forma oblicua abriendo camino al dejarse llevar. (I)