“Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas”, dijo en el 2015 Umberto Eco, durante un discurso en la Universidad de Turín, una frase que da cuenta de su voz franca, vivaz y sin pena.

Para conmemorar el quinto aniversario de su muerte, ayer viernes 19 de febrero, la televisión pública italiana ofreció una maratón de sus más importantes intervenciones públicas. Del mismo modo, la editorial La Nave di Teseo, fundada por él pocos meses antes de morir, publicó La filosofía de Umberto Eco, acompañada de su autobiografía, en la que Eco hace un repaso por su vida.

También su colección personal de 1.200 libros antiguos recientemente fue adquirida por la biblioteca Braidense de Milán. Mientras que sus ejemplares contemporáneos, con unas 50.000 obras, se conservan en Bolonia. Lo que además demuestra que era un ferviente bibliófilo.

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El libro, como la rueda y la cuchara, no morirá jamás. Por algo mi biblioteca tiene más de cuarenta mil ejemplares. En todo caso, libro y CD deben marchar juntos.

Umberto Eco.

Eco es considerado el estudioso más interdisciplinario. Fue un destacado académico e impulsor de la creación de la carrera de Comunicación. Sus pensamientos en torno a las redes sociales, la hiperconectividad y los medios de comunicación quedaron plasmados -como una especie de herencia- en ensayos, columnas, conferencias y entrevistas.

Es autor de novelas como El péndulo de Foucault (1988), La isla del día antes (1994), El cementerio de Praga (2010), Número cero (2015), y entre otros su célebre obra El nombre de la rosa (1980). Esta última fue traducida a más de 40 idiomas y llevada al cine en 1986 por el francés Jean-Jacques Annaud, bajo el protagónico de Sean Connery.

Sobre este último dijo una vez: “La escribí porque ese día tenía ganas de matar a un cura (…) El nombre de la rosa tiene un tema liviano, irrelevante: apenas se pregunta cuál es el precio de la libertad. Nada más (…) escribí las primeras cien páginas como un test contra los estúpidos. El que supera esas cien páginas, merece leerla”.

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Eco sigue haciendo eco, su palabra directa sigue más viva que siempre. (I)