Salir al barrio y tener que mostrar su virilidad para sobrevivir. Esto es lo que siempre tiene en mente Carlos, el protagonista de la primera película del colombiano Fabián Hernández, Un varón, presentada este martes en Cannes.

Pero Carlos, que vive en un centro para jóvenes en Bogotá, no está tan seguro, en realidad, de querer convertirse en un pandillero más, agresivo y violento. Sigue la corriente pero, en su interior, tiene muchas dudas.

“La película se debate entre la intimidad que tiene el protagonista, donde puede dudar de incluso su sexualidad, su feminidad, su sensibilidad (...) y aquello que tiene que mostrar de puertas para fuera, que es ser un hombre”, explica a la AFP Hernández.

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El filme gira en torno a “lo que la sociedad te empuja a ser sin tú saber realmente si eres eso o quieres ser eso”, insiste.

Carlos hace todo lo posible para ser bien aceptado en el centro para jóvenes: cuida su indumentaria, su corte de pelo, su forma de andar e incluso de hablar.

En este centro, “los muchachos empiezan a exponer su virilidad, para demostrar quien es el macho alfa del lugar”, prosigue el cineasta, de 37 años.

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Pero, según él, esta “presión social entre hombres” también se da en colegios y en las instituciones en general, “incluso en las más altas y democráticas, como el Senado o las universidades”.

Cuando Carlos decide ir a visitar a su madre, en vísperas de Navidad, se encuentra que en la calle, también tiene que mostrarse viril: aprende a utilizar un arma y también visita con sus amigos un burdel, en una de las escenas más reveladoras de la película.

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“Dualidad” en el rostro

Pero cuando está solo, en su habitación, casi parece otra persona. Duda, reflexiona, se mira al espejo.

Estas vivencias son las mismas que sintió Hernández en su adolescencia.

“Cuando estaba en mi intimidad me permitía espacios en los que también me preguntaba si me gustaban los chicos, las chicas (...) Era un espacio de experimentación hasta con mi cuerpo”, recuerda el director. “Forma parte de lo que escondemos los hombres de puertas para dentro”.

Aunque en las calles de Bogotá se intuye la violencia, Hernández opta por no filmarla directamente, a diferencia de muchas de las películas que llegan de Colombia, donde la droga y los crímenes suelen ser los protagonistas.

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“Decidí poner el foco en algo más profundo, en lo que podríamos reflexionar más, que tiene que ver más con lo social que con lo más superficial, que es coger un arma”, cuenta.

Para encarnar a Carlos, el director encontró en un concierto de rap a Pipe, una bailarín de “break-dance”, del que inmediatamente vio parecidos con él cuando era joven.

Actúa todo el tiempo con esa “masculinidad” que necesita mostrarle a los otros, dice Hernández.

Al mismo tiempo, el aspecto de Pipe tiene algo de andrógino, que choca con la imagen de duro que quiere dar.

Su rostro “genera esa dualidad, se ve rudo, pero también es muy delicado, su rostro expresa una ternura, pero también una rabia, una furia”, dice de él el director.

Nadie en el elenco era actor profesional y para todos ellos fue la primera vez que estaban ante una cámara. Pero rodar con ellos fue un gran experiencia, asegura Hernández, sobre todo para brindarles “una oportunidad artística, un reconocimiento más allá de las problemáticas a las que siempre están sometidos”. (I)