Del jueves 10 al domingo 13 de febrero, apenas cuatro días, usted podrá vivir por una hora y en formato IMAX la experiencia del último concierto de los Beatles, que a pesar de haber sido un sustituto del espectáculo que estos proyectaban, y que no llegó a ser, tuvo muy poco de improvisado.

Nos damos cuenta al ver las cinco cámaras en alto y otras tres en la calle, el nutrido equipo de producción y un sistema de amplificación que motivó numerosas llamadas a la policía y una visita de los agentes al edificio de Apple Corps, más una grabación con calidad suficiente para llegar al estudio y que algunas de esas interpretaciones fueran parte del álbum Let It Be (1970).

En 60 minutos, el ganador de tres premios Óscar Peter Jackson presenta el concierto completo (con audio remasterizado digitalmente y optimizado para la gran pantalla, como él cree que siempre mereció ser), con sus múltiples tomas, ensayos e incidencias y hace homenaje a varios aspectos de esas horas de grabación, y uno de ellos es el trabajo de Michael Lindsay-Hogg, hoy de 81 años y aún activo, director de esa sesión grabada el 30 de enero de 1969, y también del documental de los Beatles, Let It Be.

Publicidad

Lindsay-Hogg fue quien con mucha precisión, más sentido del humor y osadía, dispuso que hubiesen cámaras en el edificio frente a Apple Corps (al parecer sin notificar al propietario, que también hace aparición para reclamar para sí unos segundos en la gran pantalla).

Además, le dedicó buena parte del metraje a dos personas sin mayor inclinación musical en ese momento, los dos jóvenes policías londinenses que, sin sospechar lo que ocurría, fueron enviados a detener la grabación (o al menos a conseguir que desconecten los parlantes). Su sufrimiento, proyectado lado a lado con la diversión que ocurre en la terraza, adquiere protagonismo en el filme, tiempo en que pasan encerrados en la recepción, preguntándose qué hacer y advirtiendo una y otra vez (con amabilidad, eso sí) que probablemente habrá arrestos. Es cierta manera, trae a la memoria a los cuatro Beatles huyendo de agentes del orden en sus primeras películas, tras alguna de sus ocurrencias.

Y aunque casi no la vemos, tiene lo suyo la recepcionista Debbie, quien los retiene durante la mayor parte de la sesión, diciéndoles que no está segura de lo que pasa, que los dejaría pasar, pero la puerta de la terraza seguro está bloqueada, que todo es parte de la producción de una gran película y que no les aconseja subir porque “ya hay demasiado peso” (lo último tal vez era cierto).

Publicidad

El aporte de Jackson en Get Back: el último concierto, además de pasar cientos de horas con el material generado por Lindsay-Hogg y su equipo, ha sido sacar el mayor provecho al formato IMAX y captar la fidelidad del sonido original para que los espectadores se sientan a momentos en la terraza y a continuación en la calle Saville Row, dividiendo su atención entre los distintos cuadros cuando el director hace uso de la triple pantalla.

Pero también, el neozelandés se ha dedicado a liberar esta hora de proyección de la carga de drama que a menudo se le atribuye a las últimas reuniones de la banda, y recuperar el humor y la irreverencia, el gusto por tocar juntos y por ser escuchados. McCartney, Lennon, Harrison y Starr ríen, se burlan unos de otros, y de otros, están encantados con oírse al aire libre, improvisan cuando no se saben la letra de algún tema reciente y bromean con el público al que no pueden ver todo el tiempo, pero al que imaginan unos metros por debajo de ellos.

Publicidad

Sus esposas y amigos permanecen cerca, pero tampoco allí decae el ánimo de la cinta. Están, pero enmarcados por la música.

La primera proyección especial de Get Back tuvo lugar en el aniversario del concierto, el pasado 30 de enero. ¿Es posible verlo sin ir al cine? Por supuesto. El último concierto se desprende del otro trabajo de Jackson actualmente disponible, la docuserie The Beatles: Get Back, que está en Disney+.

La diferencia es que no se puede replicar la experiencia visual y sonora de IMAX. Es completamente distinto escuchar interpretaciones en vivo de Get Back, Don’t Let Me Down y I’ve Got a Feeling de la manera en que sus creadores querían que fueran oídas: tan alto que venga la policía, y con ellos tan alto como para no preocuparse del ruido o de la extrema cercanía de sus fanáticos, una de las razones por las que dejaron de tocar en vivo.

Hacia el final, juntos, revisando el resultado de su aventura, los cuatro músicos (que estuvieron acompañados en todo momento por el teclado de Billy Preston) se emocionan imaginando las dimensiones de lo que han hecho: un mundo de conciertos públicos y gratuitos, espontáneos y simultáneos, compartidos entre diversas bandas, que se replique de terraza en terraza, que se oiga en toda la ciudad. (E)

Publicidad