Entrar en la pequeña tienda de Youssef Abdelkarim es como hacer un viaje en el tiempo. Situada en una calle histórica de Bagdad, a ella han acudido tres generaciones de clientes para comprar y arreglar sus relojes.

Hay relojes por todas partes. En la polvorienta vitrina, en un expositor con modelos clásicos en sus cajas de terciopelo. Detrás, amontonados de cualquier manera en filas enteras. En el piso, se amontonan los modelos en maletas o hasta en cubos y las estanterías y las paredes están repletas de relojes de todos los tipos y tamaños.

Al fondo de la tienda, detrás de una vieja mesa de madera, el relojero con sus lentes con una espesa montura negra, examina una vieja pieza.

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"Cada reloj tiene su propia personalidad. Trato de conservarla, como si fuera mi propio hijo", dice a la AFP.

Youssef Abdelkarim, de 52 años, empezó a arreglar relojes a los 11.

Su abuelo, ya fallecido, abrió el taller en 1940 en la calle Rachid, una arteria entonces exclusiva del centro de la ciudad. Después le pasó el testigo a su hijo que fue quien le enseñó el oficio a Youssef.

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El reloj de Sadam

El artesano cuenta que ha reparado modelos suizos muy caros. Cree incluso que arregló un modelo que perteneció a Sadam Husein, el dictador de Irak durante más de 20 años, juzgado y después ejecutado en 2006.

"Era un reloj raro que me lo trajeron del palacio presidencial, con la firma de Sadam detrás".

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Cobró 400 dinares, el equivalente a más de 1.000 dólares en los años 1980, pero menos de un dólar actualmente.

Muchas cosas han cambiado desde entonces. Los iraquíes han cambiado los relojes de cuerda por modelos de pilas y electrónicos, antes de adoptar los teléfonos móviles.

Pero para Youssef Abdelkarim, un reloj no es un objeto del pasado. "La elegancia de un hombre empieza en su reloj. Y en los zapatos", asegura con un guiño.

Podría tener razón ya que su tienda está llena de clientes de todas las edades y estilos, desde exministros con trajes rutilantes a los coleccionistas en busca de objetos antiguos. "Todos encuentran lo que necesitan aquí", asegura.

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Su vista empieza a resentirse y solo arregla cinco relojes al día. En los años 1980, reparaba o vendía 500 diarios.

En aquella época, la calle Rachid era un hervidero de gente día y noche. Youssef Abdelkarim recuerda los teatros, los cines y los cafés: "¡nunca cerraban!"

No tocar

Los talleres de reparación de relojes que le hacían competencia empezaron a cerrar en los años 1990 cuando las sanciones internacionales golpearon a los iraquíes.

Después llegó la invasión estadounidense de Irak en 2003 y la violencia entre comunidades. Y la calle Rachid a menudo se vio sacudida por los atentados.

Youssef Abdelkarim se fue a vivir a un barrio más seguro pero no quería cerrar su tienda.

Incluso en 2019, cuando la calle Rachid cerró durante meses por las manifestaciones contra el gobierno, abría "una o dos veces por semana".

Alrededor, las tiendas de ropa y librerías han echado el cierre y se han transformado en almacenes o en comercios de accesorios para automóviles.

"Las características de la calle se han borrado y la mayoría de mis amigos se han ido. Pero sigue teniendo algo diferente al resto de Bagdad", dice.

El quincuagenario prepara hoy a sus hijos Yehya, de 24 años y Mustafá de 16 para tomar el relevo.

Pero insiste: nada de ordenar la tienda ni renovarla o ni siquiera de limpiar el polvo.

"Esta tienda ha permanecido sin cambios durante 50 años, y es por ello que la gente sigue viniendo. Es lo que hace su identidad", advierte. (I)