Con la reanudación de actividades, cunden expertos en eflujos nasales inspeccionando restaurantes, y analistas en distanciamientos llegan a la ridiculez de no querer sentar en una mesa a tres amigos que llegaron al restaurante en el mismo carro o a dos compañeros de trabajo que comparten ascensor y oficina.

En todo caso, terminamos parcialmente el confinamiento. Estaremos de vuelta comiendo en nuestros sitios favoritos y al fin podré volver a escribir sobre ellos y no de lo que pedí en un delivery, modalidad que detesto y no utilizo más de unas cuantas veces al año.

En plena transición solicité a domicilio comida de La Hueca que Vuela, emprendimiento en La Piazza de Samborondón. Me sorprendió. Todo lo que pedí estuvo entre bastante bueno y excelente. Así que comenzaré de menos a más. Lo menos fue la fritada con llapingacho. Sin embargo, el plato que menos me gustó es de similar calidad a muchos de sus competidores.

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Buena calidad de cerdo, muy tierno, pero a mi juicio le faltó quizá mayor tiempo de cocción o más fuego, para lograr lo que me encanta en una fritada: una textura muy frita por fuera y algo tierna por dentro. El llapingacho y su salsa de maní, bien.

Probamos las empanadas de verde, generosas en queso, muy embebidas en aceite, como debe ser. Excelente la tortilla de verde rellena de camarones. Además, de lo mejor del menú en cuanto a relación costo-beneficio, pues La Hueca que Vuela no es barata.

El verde estaba estupendamente trabajado, suave y cremoso. Gran sabor y textura. Pasamos al caldo de manguera. Recomiendo que no pierda el tiempo en otro lado, coma aquí este manjar de nuestra gastronomía. La morcilla de calidad premium, y el caldo no tenía exceso de comino, algo común en nuestras huecas. Bien logrado. Terminamos con el seco de chivo. Uno de los mejores de la ciudad. Un nuevo sitio, recomendado. (O)