En las colinas cubiertas de niebla de la cordillera central de Taiwán, el pueblo de Ruan Chiao se está quedando sin jóvenes. El artista Wu Tsun-shien intenta remediarlo con frescos multicolores en las casas para atraer a la generación de Instagram.

Wu sumerge el pincel en una mezcla beige y aplica capas de pintura sobre un fresco de campesinos con sombrero de bambú tradicional.

Detrás de él, un lugareño de cierta edad camina con dificultad apoyado en un bastón por la calle adornada con frescos de colores.

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"Este pueblo está lleno de ancianos", lamenta el artista de 55 años. La mayor parte de los jóvenes, incluidos sus hijos, se fueron.

Este antiguo guardián de prisión y jardinero, pinta por placer desde 2007. Ahora trabaja como consejero artístico.

"Estos dibujos atraen a muchos turistas y además los viejos no se aburren", comenta satisfecho el artista.

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Muñecas Barbie 

Taiwán cuenta con un puñado de "pueblos grafitis" que, por medio del arte, intentan insuflar vida en las aldeas.

La metamorfosis económica de la isla en las últimas décadas transformó el paisaje rural y provocó mutaciones demográficas considerables.

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En Taiwán el fenómeno es "quizá más reciente que en otros sitios", comenta Shelley Rigger, especialista de la isla en el Davidson College de Carolina del Norte (Estados Unidos).

Antes la actividad manufacturera estaba en las pequeñas localidades. "La gente cosía ropa de las muñecas Barbie en casa y luego la llevaban a la fábrica de embalaje en medio del pueblo", explica.

En Ruan Chiao, por ejemplo, se fabricaban las ofrendas de papel que se queman tradicionalmente en los templos. 

En los años 1990 la actividad manufacturera se desplazó a China y estos empleos desaparecieron. "Así es como se vaciaron las zonas rurales", añade la investigadora.

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Hablar

La población de Taiwán, de 23 millones de habitantes, envejece. La natalidad cayó en 2018 a 180.000 nacimientos, la cifra más baja en ocho años.

En casa de los Wu vive el suegro del artista, de 81 años, y su esposa, de 72. El matrimonio todavía trabaja la tierra en las montañas cercanas y planta hortalizas ecológicas.

Los dos hijos de Wu hicieron estudios universitarios y se fueron: uno a Australia y otro a una ciudad cercana. 

Fan Ai-hsiu, su esposa, asegura que el intento de atraer turistas jóvenes no obedece tanto a un interés económico como a la voluntad de animar el día a día de sus padres. "Quieren conversar con gente, es lo que les falta, no es un tema de dinero".

No fue fácil convencer a los lugareños de que convirtieran sus fachadas en cuadros. "La gente de aquí es más bien conservadora", afirma Fan Ai-hsiu. "Pero se dieron cuenta de que [los cuadros de Wu] atraían a la gente".

El artista privilegia las escenas rurales y los símbolos tradicionales de la suerte. Pero donde expresa realmente su arte es en la casa familiar, cuyas paredes están empapeladas de lienzos suyos, muchos sobre sus opiniones políticas.

Frescos sociales

Wu Tsun-shien opina que el mundo no hace lo suficiente contra el cambio climático. Hay dibujos sobre la destrucción apocalíptica del medio ambiente, otros sobre las bodas entre personas del mismo sexo -a las que se opone-, sobre el trato reservado a los ancianos en una sociedad consumista...

"Este fresco describe la sociedad corrupta actual de Taiwán", afirma junto a uno con cientos de personajes. "Este muestra el caos provocado por los teléfonos móviles, los ordenadores, la televisión.... Este, es la pérdida de nuestra cultura, cuando las jóvenes generaciones hakka no la conocen".

Los hakkas, originarios del sur de China, viven en Taiwán desde hace cuatro siglos y representan entre el 15 y 20% de la población.

Evelyn Sun, de 25 años, organiza eventos artísticos y gastronómicos en la isla. Descubrió las obras de Wu en las redes sociales.

Fue a la aldea con un grupo de amigos y comieron con los Wu platos típicos Hakka, como huevos cocidos con hierbas. "Aquí me di cuenta de que cada cuadro ilustra un problema social". (I)