En 1992, Disney transportó al público a la mítica tierra de Agrabah. Fue un proyecto ambicioso de animación que rindió resultados y generó décadas de apoyo de los fans.

Ahora, siguiendo los pasos de La Bella y la Bestia y otras cintas animadas hechas de nuevo en formato live-action, el estudio intentará repetir la hazaña con Aladdin, dirigida por Guy Ritchie, que se estrena mañana.

Robin Williams fue quien le dio voz al Genio en 1992, con su toque de irreverencia, ingenio y modernidad. Ahora su colega Will Smith se encargó del personaje. Pero aun con su buena fe, Smith estaba nervioso. “Estaba realmente aterrorizado al comienzo”, dijo el actor estadounidense. “Tú sabes, hay que ser cuidadoso con ese tipo de películas que marcan la infancia de la gente”.

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Smith y los cineastas sabían que rehacer Aladdin implicaría inevitablemente un equilibrio entre rendir homenaje a la original y modernizar aspectos de la historia. Encontraron al actor Mena Massoud, nacido en Egipto y criado en Canadá, para interpretar a Aladino y a la actriz Naomi Scott, de ascendencia sudasiática, para Jasmine.

En esta película Jasmine lucha por la igualdad y la oportunidad de ser la sucesora de su padre como sultana. “Se trata de hacerla más humana y más completa”, dijo Scott.

Aladdin se filmó en un enorme estudio en las afueras de Londres, donde el set de Agrabah se expandió en un área del tamaño de dos canchas de fútbol, y en locaciones en Jordania. En cuanto a los números musicales, la producción más grande para la película es de lejos la escena de Príncipe Alí.

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Ritchie contrató 250 bailarines y 200 extras para crear ese mundo y pidió que se hiciera un camello de 9 metros con 37.000 flores para que Alí lo montara. La cinta se verá en las salas de Cinemark y Supercines. (E)