Por Isabella Grullón Paz

Cuando Netflix anunció que había comprado los derechos de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, de inmediato pensé en las mariposas.

Leí la novela por primera vez cuando estaba en el colegio en Colombia, donde crecí, y la emblemática nube de mariposas amarillas del libro se quedó grabada en mi mente desde entonces. En la historia, esas hermosas criaturas aladas aparecen como símbolos del amor —tanto del no correspondido como del consumado— y del conflicto, así como de la continuidad de esos dos elementos a lo largo de generaciones.

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En mi propia vida las he adoptado como símbolo de fuerza. Adorné mi departamento con mariposas amarillas y, cuando terminé la universidad puse calcomanías de mariposas en mi birrete. Me hacen sentirme orgullosa de ser colombiana; son el recordatorio de que mi cultura no necesita reducirse a la historia de la violencia y las guerras del narcotráfico.

Pero ¿cómo harán para incorporar las mariposas en la serie de Netflix con la sutileza y la gracia de sus apariciones en el libro?, me pregunté. ¿Será cursi o un simbolismo demasiado extremo?

Este es el tipo de preguntas que muchos de los fanáticos se están haciendo sobre la futura adaptación para televisión. Será la primera adaptación a la pantalla de la novela, publicada en 1967, y no por falta de interés. Rodrigo García, hijo de Gabriel García Márquez y quien será productor ejecutivo del proyecto junto con su hermano Gonzalo, le dijo a The New York Times que su padre, quien murió en 2014, había recibido muchas ofertas a lo largo de los años para realizar una adaptación cinematográfica. Sin embargo, no las había aceptado, pues le preocupaba que Cien años de soledad no se tradujera bien en ese formato o no pudiera abarcarse en una sola película.

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El acuerdo con Netflix implica que la novela puede extenderse como cualquier serie. No obstante, hay desafíos narrativos más grandes respecto del proyecto. Uno de ellos es que el libro en realidad no tiene mucho diálogo, como dijo Álvaro Santana-Acuña, profesor adjunto de Sociología del Whitman College y académico dedicado a la obra de García Márquez. Tanto el diálogo como la trama y el desarrollo de los personajes se canalizan a través del narrador omnisciente del libro. Santana-Acuña agregó que la belleza de la historia también se debe al uso del realismo mágico de García Márquez, así como a lo sensorial que es la novela.

“La historia tiene olores, sabores e incluso texturas. ¿Cómo capturas algo tan simple pero tan importante para la obra de García Márquez como el calor? ¿Cómo capturas emociones como la soledad?”, comentó Santana-Acuña.

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Además, hay muy pocos programas que narran historias latinoamericanas o de latinos estadounidenses, y aún menos que son relatadas por los mismos latinos. El éxito de Roma, de Alfonso Cuarón, muestra que la gente de todo el mundo puede identificarse con nuestras historias.

Esta es la oportunidad de mostrar otra visión de Colombia”, dijo Felipe Restrepo Pombo, periodista y escritor colombiano que trabajó con García Márquez. Señala que, aunque hay violencia en Cien años de soledad, esta antecede el narcotráfico. “Esperaría que la adaptación se enfoque en el aspecto histórico de la novela, en las historias de los personajes”, señaló.

Cuando García Márquez se sentó a escribir la novela a principios de la década de 1960, América Latina estaba pasando por un mal momento. Muchos países de la región estaban teniendo problemas con la inestabilidad económica, la violencia política y el ascenso de las dictaduras. El autor quería capturar la agitación de la época, pero al mismo tiempo ofrecer un rayo de esperanza de crecimiento. Un ejemplo es la creación de Macondo.

La aldea ficticia de la novela es rural, en una isla en medio de un río cerca de la costa colombiana en el municipio de Ciénaga. Cambia y crece a lo largo de generaciones. Su colorida arquitectura se vuelve grisácea cuando llega la empresa bananera, un recordatorio a los lectores de los cambios fundamentales que sufrió Latinoamérica con la llegada de entidades coloniales verdaderamente siniestras.

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Cada vez que leo el libro, me cautivan sus coloquialismos y los pequeños indicios culturales que no necesitan explicación. Satisface la necesidad de ser parte de una historia de Colombia más abarcadora que aquella que conozco hoy.

“Esa cosa tan particular que creó García Márquez, ese espíritu tan latinoamericano que está en la novela”, dijo Restrepo Pombo, “para adaptarlo se tendría que conocer muy bien”.

A pesar de mis preocupaciones, me emociona mucho la serie de Netflix. La cultura colombiana es resistente y brilla con una hermosa luz entre amarilla y dorada que nos recuerda a las mariposas de García Márquez. Quiero que ese amor profundo, que está presente en la novela y entre el pueblo colombiano, que es un amor a nuestro país y al prójimo, se comparta con quienes vean la serie. Solo espero que no se equivoquen y tenga el matiz adecuado de amarillo. (I)