Ubicado en el centro comercial Las Terrazas de Samborondón, llena un vacío en el mercado. Pese a ser puerto y tener buen marisco cerca, no hay muchos sitios dedicados exclusivamente a este tipo de menú en la ciudad. Obviamente hay buenos platos de mariscos en varios restaurantes, pero faltaba uno como este, con carta de sánduches, sopas, cebiches, pastas y risotto, solo de mariscos y pescados. Cuenta también con otras especialidades en la categoría.

Estaba repleto y nosotros sin reservación. Así que tocó sentarse en la barra, lo cual a muchos molesta. A mí me encantan las barras. Generan cierta intimidad con el restaurante o bar en el que se está. Agradable, además, pues la pareja que atendía fue gentil. En la barra, La Pesca tiene un bar de ostras. Las ofrece en varias formas, pasando por las tradicionales Rockefeller, hasta al natural, que fue como las pedimos. Son de cultivo, de tamaño medio. Abiertas frente a nosotros, las sirvieron con toda la humedad interna, cuidando de que este jugo no se pierda. Le añadimos una gota de limón y otra de salsa inglesa. Fantásticas. La decoración, mezcla de una pescadería de barrio con estilo, con un restaurante moderno con cocina vista, es muy acertada. Ecléctico, combina distinto tipo de mobiliario, lo que le da movimiento al lugar. La música está bien pensada, acompaña la personalidad del restaurante.

Pedimos mejillones de Nueva Zelanda con perejil y ajo. Este plato en particular es una de mis debilidades, y nos satisfizo. La materia prima es de gran calidad y frescura. El plato tenía un buen fondo, bien trabajado con todos los ingredientes, de tal suerte que al terminar los mejillones, el mismo se puede tomar como sopa acompañado con un buen pan baguette. Pedimos un risotto de calamares en su tinta. La textura del calamar exacta, sumamente generoso en queso, tenía un sabor cremoso y perfumado.

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Seguimos con unos spaghetti con mejillones. Nada que criticar de este plato. Al contrario, la base era una salsa pomodoro con vino y perejil, ajo y queso. El término al dente y generosamente mezclados con la salsa, mejillones hembras, cuyo sabor es para mí el mejor. Se las reconoce por tener un color rojizo más intenso que el pálido de los machos.

Finalmente, una corvina con salsa de mariscos, pulpo, camarón y calamar. Dos cosas destacan en este plato. Primero, por suerte no vino con las típicas toneladas de crema de leche. Fue más bien de salsa liviana. Segundo, la corvina era muy fresca y el término estaba perfecto, jugoso y suave, no sobrecocinado como es usual. El tenedor entraba y desprendía trozos por capas.

Todos estos platos, maridados con una botella de un sauvignon blanc, hicieron del almuerzo una buena experiencia. Cabe destacar que los precios del vino son muy decentes. Estimulan su consumo, lejos de esquilmar al cliente, como es normal en la mayoría de los restaurantes. (O)