“¡En cinco minutos salimos!”. Se trata de la última advertencia que hace el oficial del bus de la cooperativa 16 de Agosto antes de partir hacia la provincia de Morona Santiago, en el Oriente del Ecuador.

Pocos viajeros ocupan el micro que parte de la terminal terrestre de Cuenca, en Azuay. La primera unidad de la mañana sale a las 05:30.

El bus deja, de a poco, los paisajes del páramo y se encarama en las estribaciones de la cordillera de Los Andes. Después de dejar las callejuelas de Sigsig, los turistas pueden apreciar otro tipo de vegetación, más tupida; la sensación térmica se torna un poco más caliente y los viajeros quedan estupefactos porque ‘enfrentarán’ un camino que serpentea entre abismos de cientos de metros de altura. Una experiencia inolvidable para quienes llegan por primera vez a esta zona del Ecuador.

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En este punto del viaje, que durará aproximadamente cinco horas, el chofer maniobra con la precisión de un cirujano en medio de una operación. No hay espacio para el error. El camino es angosto y la pericia del conductor se pone aún más a prueba cuando tiene que ceder el paso a volquetes y otros vehículos que avanzan en sentido contrario.

A lo lejos se aproxima un camión y la tensión entre los pasajeros aumenta. El chofer frena y da marcha atrás, mientras un guayaquileño reza para que la mano del 'altísimo' sostenga el micro que está a pocos metros de una caída libre. Quizás este viajero exagera, pero es su forma de sobreponerse a esta experiencia que no la ha vivido antes.

En días soleados se puede observar en el horizonte cómo se dibuja un corredor entre las montañas, en medio de este estrecho paso se ve la interminable carretera por la que circulará esta unidad.

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Esta es la vía que conecta a las provincias de Azuay y Morona Santiago. Foto Jonathan Palma

Por este camino se adentraron los primeros colonos que llegaron a Morona Santiago, hace poco más de un siglo. Lo hicieron a lomo de mula. Eran atraídos por los metales preciosos que podían ser extraídos de las entrañas de esta tierra amazónica.

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Ese interés por la riqueza en minerales sigue presente. Desde hace un par de décadas se han sumado nuevos actores a los tradicionales mineros artesanales: firmas nacionales y extranjeras dedicadas a la extracción –a gran escala– de oro, plata y otros elementos. La ganadería y la agricultura son otras de las actividades que se han desarrollado a lo largo de los años en esta provincia.

No obstante, el turismo también emerge como alternativa de subsistencia para los poblados de esta jurisdicción.

Uno de los paraísos de Morona Santiago

Después de un largo viaje y unas cuantas horas de haber dormido, los turistas se despiertan al escuchar las gallinas que tienen en cartones varias personas que esperan un bus en la terminal de Gualaquiza. Los pitos de los carros que están por salir 'espantan' por completo la pereza de los viajeros.

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Las boleterías de la estación de micros colindan con unos cuantos restaurantes, de los cuales se desprende un olor a pescado frito, caldo de gallina y agua de rosa, parte de la dieta tradicional de los habitantes de esta pequeña ciudad que está rodeada aún de bosques vírgenes, que pueden ser visitados -con la ayuda de guías- a pocos minutos de esta localidad.

Una de estas zonas biodiversas es el área de conservación municipal El Paraíso, creada por ordenanza en el 2008 y que tiene una extensión de 500 hectáreas. Este lugar se encuentra a 10 minutos de Gualaquiza y se puede acceder en camionetas 4x4 que se toman en esa población.

El ingreso está junto a la troncal amazónica. Un gran letrero da la bienvenida a los visitantes. En este punto inicia un periplo de adrenalina, acompañado de sorpresas naturales.

Una hermosa cascada está al final de un sendero de 2 kilómetros en el área de reserva El Paraíso, en Morona Santiago. Foto Jonathan Palma

La camioneta ingresa por un camino lastrado y plagado de lomas, esto obliga a los ocupantes del vehículo a sujetarse de las agarraderas de las puertas, mientras se aprecian las flores rojas de unos arbustos que están junto a la vía.

Después de unos minutos, el automotor llega al final del paso carrozable. De la camioneta baja Luis Nugra, descendiente de una familia de colonos que llegó a Gualaquiza y que por unos 30 años ha recorrido esta zona rica en fauna y flora. Él es dueño de un hotel y será guía de un equipo periodístico.

Sin pensarlo mucho, Nugra se abre paso con un palo entre la maleza que está en el lado izquierdo del camino. El monte y arbustos sobrepasan el metro y medio de altura. A medida que se avanza entre la vegetación, se escuchan movimientos de animales que prefieren evitar el contacto humano.

La caminata es extenuante, pero reconfortante, porque un concierto de aves acompaña la travesía. Los rayos del sol penetran entre los árboles y evaporan el agua de las lluvias que son parte del clima de esta zona del país. La humedad está presente en el ambiente.

Hasta este punto han llegado delegaciones de estudiantes nacionales y extranjeros que Luis y su hermano Freddy Nugra han acompañado para mostrarles las bondades de las especies animales y vegetales. Freddy es biólogo y es uno de los responsables de que se haya creado esta zona de conservación, que en el 2015 -también por iniciativa de él y de otras personas de Gualaquiza- pasó a conformar el Área Ecológica de Conservación Municipal Runahurco (AECMR), en 87.000 hectáreas.

En medio del sendero, los caminantes notan que en el barro hay huellas de algunos animales. Y en ciertos tramos son notorias las colonias de hormigas ‘Tumba venados’, que obligan al visitante a levantar más de la cuenta los pies para continuar el trayecto.

70 especies de aves en El Paraíso

En El Paraíso hay unas 70 especies de aves, entre ellas, varias endémicas, como la Basilauterus trifasciatus y la Basileuterus fraseri, llamadas también ‘Reinitas’. Este bosque es habitado además por tigrillos, perros de orejas cortas, venados, osos de anteojos, guantas, armadillos, entre otros. Los cuerpos de agua también son hábitat de varias especies de peces.

Un ejemplar de la especie Psarocolius decumanus, que habita en El Paraíso. Crédito: Ismael Fernández

Después de una hora de periplo, el sonido de las botas de los visitantes al majar el lodo y las hojas y ramas del sendero es opacado por el golpe de agua de una cascada de unos 30 metros de alto que está al final de la travesía, como si se tratara de un recibimiento de la naturaleza.

Luis cuenta que en este lugar se hacen rituales de limpieza espiritual, a cargo de chamanes. El agua es cristalina y tiene una temperatura templada, que ayuda a relajar los músculos de las piernas de los caminantes que no pierden tiempo en zambullirse en una laguna que se forma por la caída del líquido.

Luis Nugra sabe muy bien que después de la caminata y el baño en el agua fría el cuerpo necesita recobrar energías para emprender el camino de retorno; de su mochila saca una funda que contiene mote, papa y hornado (carne de cerdo), que comparte en el lecho de una covacha armada con madera y plástico junto a la cascada. Esta servirá de refugio por unas dos horas luego de que escampe una fuerte lluvia que acaba de iniciar.

Datos de interés:

Cooperativas que cubren ruta Cuenca-Gualaquiza: 16 de Agosto, Sigsig y Turismo Oriental

Costo del pasaje: entre $ 7 y $ 9

Costo de camioneta para ir a El Paraíso: $ 15

Costo de hospedajes: entre $ 10 y $ 30 (I)