Son las 18:45 del lunes 19 de marzo y la temperatura apenas supera los 10 grados centígrados en Barcelona. Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988), acodada en una de las barras de la cafetería de la librería Laie, aguarda el momento en que deberá sentarse ante un auditorio de 50 personas para presentar Mandíbula (Editorial Candaya), su tercera novela, la que podría consolidar su nombre en el panorama literario español.

"Llevó aquí desde las cuatro de la tarde", dice, tras confesar con cierta timidez que en dos horas ha concedido dos entrevistas. En los últimos días, su figura ya ha ocupado páginas destacadas en El Heraldo, El Periódico de Aragón y Playground Magazine.

"No sé aún qué dice la crítica sobre la novela", añade con temor, porque, aunque no lo verbaliza, comprende que el éxito de Nefando, su anterior novela, le ha puesto en la cresta de la ola, al extremo de que ha sido escogida como parte del grupo Bogotá 39, que aglutina a los 39 escritores latinoamericanos menores de 40 años más importantes del momento.

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El reloj marca las 18h50 y Mónica, con premura, abandona la cafetería porque solo quedan 10 minutos para la presentación. Ya hay gente y los empleados de la librería se esmeran en colocar más sillas, porque resulta que la concurrencia es más de la esperada. Desde cierta distancia, Mónica observa el movimiento con el rabillo del ojo y, como buscando un refugio, se acerca al novelista mexicano Roberto Wong, que será el encargado de moderar el acto.

De pronto, Mónica se esfuma para aparecer en la mesa a las 19h00, desprovista de su abrigo, luciendo un blusa negra con flores blancas. Sonríe ampliamente, al tiempo que los ojos le bailan tras los cristales de los lentes. Parece nerviosa, pero aquello no deja de ser una apariencia, porque en cuanto empieza a hablar, el miedo queda atrás.

El miedo, precisamente, es uno de los temas centrales de la novela, pero no en el sentido de asustar o causar terror. “A mí me interesa explorar el miedo como una emoción humana...porque el miedo puede ser ambivalente: o te impulsa o te paraliza”.

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Mandíbula arranca con el secuestro de Fernanda, una de las alumnas de un colegio de mujeres de la alta sociedad guayaquileña, por parte de la profesora de lengua y literatura. Y así, lo que parece que será una novela de suspenso, deviene, con el transcurrir de las páginas, en una obra donde prima el peso de los psicológico, un tratado que profundiza entre las relaciones de maestras y estudiantes, entre madres e hijas y entre las mismas amigas.

Para dar sentido a todo eso, Mónica Ojeda bautizó a su novela con el nombre de Mandíbula, seducida por lo que ocurre con el cocodrilo, que tiene la mordida más letal de la naturaleza pero, al mismo tiempo, utiliza la boca para proteger a sus crías. "Pero también te puede comer", dice a modo de advertencia, con el fin de evidenciar que los amores maternos (la sobreprotección, por ejemplo) pueden terminar por canibalizar a los hijos.

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"Me gusta escribir sobre lo extremo, porque me ayuda a explicar cosas que me parecen complicadas... Quiero entender las cosas que nos habitan a todos, porque todos tenemos nuestras zonas opacas", reconoce, sabedora de que “cada escritor es un mundo y, para mí, escribir es un proceso de autodescubrimiento”.

Al final, son las 20h00. La presentación llega a su punto y final, pero Mónica Ojeda se queda a merced de un público que, de forma ordenada, hace cola, porque quiere llevarse un ejemplar firmado de Mandíbula. (I)