El clásico en la final entre Brasil y Argentina y el primer título de los argentinos tras 28 años de sequía salvaron del naufragio a una Copa América organizada con prisas y cuestionada por su realización en el país más castigado por COVID-19 en la región y hasta por sus pésimas canchas.

El seleccionador brasileño, Adenor Leonardo Bacchi “Tite”, fue el que mejor resumió lo ocurrido en los últimos 30 días: “Es imposible organizar una competición de esta grandeza en tan poco tiempo”.

Y lo dijo en la rueda de prensa que concedió tras la derrota sufrida por Brasil en la final al recordar que desde el comienzo del torneo cuestionó la desorganización, la improvisación y las prisas.

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La decisión de la Conmebol de anunciar a Brasil como sede de la Copa América a trece días de su inicio debido a que Argentina y Colombia desistieron de ser sede por la gravedad de la pandemia generó críticas desde el principio por ser el anfitrión el tercer país más castigado por coronavirus en el mundo.

Automáticamente cuatro patrocinadores renunciaron a exponer sus marcas en la competición.

Brasil es el segundo país con más muertes por COVID-19 en el mundo, con casi 533.000 víctimas, y el tercero con más contagios, con 19,1 millones de casos, tan solo superado por Estados Unidos e India.

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Y también generaron críticas el rápido apoyo que la Conmebol recibió de la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF), cuyo presidente fue separado del cargo provisionalmente tras ser acusado de acoso sexual, y del presidente brasileño, el ultraderechista Jair Bolsonaro, cuestionado por su negacionismo frente al coronavirus y por su refutada gestión frente a la pandemia.

Tal vez por eso muchos brasileños declararon públicamente que querían ver a Argentina vencer a Brasil en la final en el Maracaná, lo que generó el enojo de jugadores como Neymar y una intensa polémica en el país, en donde la Copa América de este año no despertó las pasiones de siempre ni mucho interés.

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Según las encuestas seis de cada diez brasileños se oponían a la organización del torneo en el país.

Pese a que fue avanzando en medio de los ataques a la organización, de los casos de coronavirus reconocidos por la Conmebol y de las críticas al estado de las canchas por parte de varios seleccionadores y futbolistas, la Copa América terminó finalmente por atraer el interés cuando quedaron definidos los finalistas.

Brasil y Argentina, los históricos rivales, no se enfrentaban en una final desde la Copa América de 2007, vencida por los brasileños, y mientras que los anfitriones querían su segundo título seguido, los argentinos querían vengarse de la eliminación en semifinales hace dos años. Además era el esperado duelo entre Messi y Neymar.

La victoria argentina con el gol de Di María en lo que los vencedores llamaron de nuevo “Maracanazo”, que permitió a Argentina conquistar un título tras 28 años de sequía -el último había sido el de la Copa América de 1993- y a Messi levantar su primer trofeo con la camisa albiceleste, terminó dándole a la Copa América el protagonismo mundial que hasta entonces no había tenido.

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Pero fue Tite, el primer técnico brasileño en perder un título de Copa América con Brasil jugando como anfitrión, en recordar que no todo había sido perfecto cuando el telón ya estaba cerrado.

“La organización a las prisas de la competición dejó debiendo mucho. La calidad de las canchas estaba muy mala. Casi perdimos a un jugador en un entrenamiento por una luxación en un dedo. Fue una exposición excesiva de los jugadores (a riesgos) por causa del poco tiempo”, aseveró el seleccionador brasileño.

Y Tite, que ya había sido multado por criticar la organización, no tuvo pelos en la lengua para señalar al responsable: “Es imposible organizar una competición de esta grandeza en poco tiempo. Estoy hablando específicamente del responsable, Alejandro (Domínguez, presidente de la Conmebol), por organizar una competición en tan poco tiempo”.

Las fallas de un torneo que comercialmente ya estaba condenada al fracaso por la falta de público en los estadios quedó totalmente clara en el día de la final, cuando cientos de hinchas se aglomeraron en las taquillas del Maracaná, muchos sin máscaras ni distanciamiento, para recibir las 5.400 entradas liberadas.

La Alcaldía de Río de Janeiro autorizó a última hora la presencia del público, hasta el 10 % de la capacidad del Maracaná, y la Conmebol distribuyó 1.000 entradas a patrocinadores y autoridades, y autorizó a cada rival a distribuir 2.200 boletos.

Pero los espectadores tenían que presentar una prueba negativa y la propia Conmebol descubrió que muchos estaban presentando pruebas falsificadas, lo que atrasó el proceso, alargó las filas y terminó dejando fuera del estadio a cientos de los invitados.

La Conmebol destacó el éxito de sus medidas sanitarias ya que los positivos fueron mínimos en las casi 30.000 pruebas de diagnóstico realizadas (0,62 %), pero el Ministerio de Salud terminó admitiendo en su último boletín 179 contagios, incluyendo 36 jugadores y miembros de delegaciones, 6 funcionarios de la entidad y 137 prestadores de servicios.

En cuanto al interés generado por el torneo, por lo menos en Brasil fue poco. Según los datos de la firma Ibope, mientras que la audiencia de la Copa América de 2019 alcanzó un promedio de 32 puntos, la de la Copa América de 2021 apenas llegó a 12 puntos.

En la final, pese a tratarse del histórico clásico sudamericano y de tener a Brasil como protagonista, la audiencia se limitó a 20,3 puntos, menos de la mitad de los 44 puntos medidos en la final de 2019 entre Brasil y Perú. (D)