“¿Vas a escribir sobre el Clásico del Astillero?”, me pregunta mi amigo Jorge Miranda, poeta y loco al que solo le faltó ser músico. ¿Cuál clásico?, le respondo. Y le digo que me equivoqué al calificarlo como una fiesta de nuestro fútbol en mi columna del domingo pasado. Tenía la esperanza de que volvieran los tiempos del viejo estadio Capwell y del Modelo, cuando Barcelona y Emelec llenaban de alegría al público que abarrotaba las graderías.

Eran épocas de grandes jugadores nacionales y extranjeros. La de Los Cinco Reyes Magos y de La Cortina de Hierro; del Quinteto de Oro que armó Jorge Muñoz Medina, y del Ballet Azul que conformaron Renato Panay y luego Fernando Paternoster. Tengo que reconocer con tristeza que el clásico es hoy solo el ruido de barras conspirativas, insolentes y agresivas, más la interpretación cantinflesca y pseudocientífica de ‘analistas’ que después de ver cinco partidos se convierten en sabios con una jerga inentendible.

Ellos son los únicos que disfrutan con los botellazos que parten de las gradas y con los puntapiés alevosos de las mediocridades que hoy visten con deshonor camisetas antes gloriosas. De fútbol, nada. Los desafueros no son patrimonio exclusivo de un club. Ocurren con todos los demás y en todos los estadios, pero las sanciones son siempre mínimas. ¿Así que para qué gastar tiempo y espacio en el fútbol fracasado que vemos hoy?

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Paso a temas más agradables. El jueves anterior el Municipio de nuestra ciudad inauguró un monumento destinado a inmortalizar la memoria de Francisco Segura Cano, el ecuatoriano que fue triple campeón mundial de tenis y que el único deportista nacional que figura desde 1984 en un Salón de la Fama, convertido en una leyenda universal (Jaime Jarrín está, desde 1998, en el de las Grandes Ligas como narrador de los Dodgers). Mario Canessa, autor de un estupendo libro sobre la historia de nuestro tenis, fue quien hizo la reseña de nuestro héroe deportivo. La concejala Luzmila Nicolalde, presidenta de la comisión de Deportes del cabildo, aseguró en su intervención que el acto era “un homenaje a grandes personajes que han hecho historia (...) Hoy Guayaquil lo llevará por siempre en su corazón y en su memoria”. El monumento está ubicado en el malecón del Salado, junto al Guayaquil Tenis Club y es una excelente obra del arquitecto, pintor, escultor y músico César Augusto Montalvo.

En un país olvidadizo y desmemoriado, con escasa tendencia a reconocer el mérito de quienes labraron su grandeza, honrar a Segura es un hecho de especial trascendencia y merece el aplauso a la corporación municipal. Le tomamos la palabra al cabildo porteño y a la edil Nicolalde en aquello de exaltar a grandes personajes que han hecho historia. Pero queremos recordarles a las autoridades municipales un olvido involuntario que desmerece a la única hazaña de nuestra historia deportiva: la de Los Cuatro Mosqueteros del Guayas: Carlos Luis Gilbert Vásconez, Luis Alcívar Elizalde, Ricardo Planas Villegas y Abel Gilbert Vásconez.

En 1988, con la presencia del presidente de entonces, León Febres-Cordero, presentamos el primer libro de mi autoría: Los Cuatro Mosqueteros del Guayas. Crónica de una hazaña. En ella relato los pormenores de una actuación deportiva que conmovió al mundo. Ocurrió en la piscina municipal de Lima en 1938. En esa década el deporte de nuestro país no tenía ninguna figuración internacional, apenas las noticias de las victorias extrafronteras de los boxeadores Kid Lombardo y Kid Montana. En 1934 llegó a Guayaquil, de paso hacia Buenos Aires, el entrenador italiano de natación y polo acuático Arduino Tomasi Fonda. Obligado a permanecer por varios días en nuestra ciudad por una cuarentena en Lima, trabó amistad con Jacobo Nahon, marroquí, avecindado de Guayaquil y dedicado a actividades comerciales.

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Nahon era un apasionado de la natación y se había unido a la Liga Deportiva Estudiantil donde encontró a un grupo de muchachos de sorprendentes condiciones. Junto a Tomasi fueron a examinarlos a la hoy derruida piscina del malecón. El italiano no cabía de su asombro y decidió renunciar a un contrato que tenía con el club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires y tomar a su cargo a los muchachos de LDE. Empezó entonces a gestarse la hazaña. Nahon consiguió la afiliación a la Confederación Sudamericana de Natación y financió, con contribuciones privadas, la participación de Alcívar y Planas en el Sudamericano de Montevideo en 1937.

A inicios de 1938 el deporte ecuatoriano vivía un conflicto regionalista. Una asamblea a la que no concurrieron los representantes de Guayaquil dictó una ley, promulgada luego por el jefe supremo Alberto Enríquez Gallo, que dictaba la muerte de la Federación Deportiva Nacional del Ecuador y de las federaciones provinciales, entre ellas Fedeguayas, a la que acusaban los dirigentes quiteños de no haber conseguido nada en cuanto al progreso de nuestro deporte.

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Pese ello Nahon y Tomasi llevaron a nuestros nadadores al Sudamericano de Lima. El deporte había pasado a manos de un Consejo Nacional que residía en Quito, por ello nuestros dirigentes optaron por inscribir a nuestra delegación a nombre de Fedeguayas, licencia que aceptó el presidente de Consanat, el argentino Mario Negri. Pese a promulgar una ley regionalista Enríquez aceptó donar cuatro pasajes aéreos. Lo demás fue financiado con una colecta pública.

Así viajó a Lima nuestra delegación, integrada por cuatro nadadores principales, los hermanos Gilbert, Alcívar y Planas, y dos suplentes: Pablo Coello Gutiérrez y Tomás Ángel Carbo. Casi desconocidos, debían enfrentar a Perú, Argentina, Uruguay y Chile, que tenían planteles completos con nadadores que habían conquistado medallas olímpicas. El 22 de marzo Carlos Luis Grillo Gilbert empezó su épica jornada que le haría ganar cuatro preseas de oro. Alcívar fue primero en 100 metros libre. Su poderoso batido de pies hizo que la prensa limeña lo bautizara como La Lancha del Norte. La prensa del continente no cabía de su asombro. Planas escoltaba en las pruebas de medio fondo y fondo a Gilbert. Los forjadores de mitos en los periódicos del continente aseguraban que el Grillo se entrenaba eludiendo a los lagartos en los ríos costeños.

Diario EL UNIVERSO reproducía, cada noche, las transmisiones de Radio Nacional de Lima a una multitud que celebraba alborozada los triunfos del cuarteto inmortal. El 27 de marzo de 1938 fue la apoteosis. Ecuador obtuvo su primer triunfo internacional de la historia. La celebración no ha sido igualada jamás. Tampoco el recibimiento de los nadadores, el 5 de abril. Fue un carnaval de alegría. Cuatro muchachos guayaquileños habían fascinado al continente. Enríquez Gallo, el día de la recepción, derogó la ley regionalista.

Un grupo de dirigentes de LDE consiguió, en mayo de 2012, que el Municipio expida una ordenanza para erigir un monumento en honor a los héroes de Lima, en el malecón. A más de diez años el reconocimiento sigue pendiente. (O)

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