El día que el reconocido entrenador italiano Arrigo Sacchi, en los años 90, se inspiró para decir aquella frase tan replicada luego de que “el fútbol es lo más importante de las cosas menos importantes de la vida”, no se imaginó la trascendencia que llegaría a tener. Como él mismo insistía, ese pensamiento obedecía a la filosofía que impregna el balompié en el desarrollo de los pueblos.

Sacchi, que era un personaje culto, conoció de primera mano cuando Yugoslavia se clasificó para el Campeonato de Naciones, pero en el camino ese país se había involucrado en una guerra sangrienta. La ONU recomendó el aislamiento total de esa nación por el ataque despiadado en Sarajevo. A la UEFA no le quedó otra que invitar a Dinamarca y excluir a Yugoslavia. En esa época de los 90, Europa vivía una transformación y el mapa geopolítico variaba. Las dos Alemania se unieron, la URSS estaba perdiendo su dominio sobre Lituania, Estonia, Letonia y Checoslovaquia, de igual manera se dividió en Eslovaquia y República Checa, y el fútbol fue desbaratando el nudo, siempre con la insistencia de organismos supranacionales.

Pero hay ejemplos tristes y sensibles para la humanidad en los que la FIFA se hizo de la vista gorda. No podemos olvidarnos de la desacertada decisión del máximo organismo cuando en 1973, en las eliminatorias para el Mundial de Alemania 1974, de acuerdo con el sistema de clasificación Chile debía enfrentar a la URSS, tanto en Santiago como luego en Moscú. Para esa época ya se conocía de la barbarie que había significado el golpe de Estado de Augusto Pinochet al derrocar a Salvador Allende. Las noticias de las persecuciones a opositores fueron de tal magnitud que debieron utilizar el estadio nacional como una gran cárcel. Desapariciones y muertes mancharon de sangre a Chile y a su escenario principal, por lo que la selección de URSS, en señal de protesta, decidió no asistir. La FIFA, haciéndose la desentendida, nombró una comisión para que informe el estado de las cosas. Al lugar solo llegaron dos delegados, el inefable Abilio de Almeida, brasileño, el mismo que el 24 de mayo de 1981, cuando Ecuador jugaba contra Chile por la eliminatoria mundialista, amenazó a la dirigencia ecuatoriana si el partido no continuaba, conocida la muerte del presidente Jaime Roldós. Este personaje, conjuntamente con el secretario general de la FIFA, Helmut Kase, resolvió que en Chile todo estaba normal y que la selección de fútbol debía presentarse en arco vacío y marcar el gol de la clasificación. Después, con el pasar de los años, fue calificada como una decisión insensible y vergonzante.

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¿Cómo calificar a FIFA si en 1978 celebró el Mundial de Argentina, organizado por la dictadura militar, una de las más sangrientas de su historia? Historiadores comentan que se quiso dar circo a un pueblo sufrido pero apasionado por el fútbol. El periodista Luciano Wernicke señala así: “Un dato aterrador fue que uno de los centros clandestinos de detención más sanguinarios se encontraba en la escuela de mecánica de la Armada, a pocos metros del estadio Monumental de River Plate”. El boicot no llegó a darse por la obstinación de la junta militar y la indiferencia de la FIFA. El Mundial se jugó, pero la decepción desdibujó al torneo.

Conflicto Rusia-Ucrania

Hoy que presenciamos una desproporcionada agresión armada de una potencia militar, también se puede incluir en el análisis, aunque vivimos una época diferente. La acción de Rusia contra Ucrania ha acorralado a Vladimir Putin, quien ha recibido las contestaciones que nunca en su soledad descarnada e inmisericorde pudo imaginarse. Mientras, él ha tratado de justificar su accionar, porque lo advirtió o porque hay antecedentes históricos que le dan derecho, de acuerdo a su visión, o porque la geopolítica le recomienda no ceder la puerta trasera al poder de la OTAN. Son solo excusas que tratan de justificar cómo llenar de plomo a la sufrida población de Ucrania. La sorpresa de Putin es que no esperaba contundentes respuestas del mundo, como haber tocado una parte sensible de su economía con el bloqueo a los principales bancos rusos, que controlan el 50 % de los activos y reservas del país; la suspensión del sistema medular de las transacciones internacionales (Swift); la depreciación del rublo, la moneda local; una posible hiperinflación, etc.

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El deporte le ha dado también a Putin un golpe duro, sin agresividad, pero con determinación. Le ha mandado un mensaje potente al Kremlin, que está consciente de que cualquier afectación que sufra el deporte aflige al pueblo y en especial al balompié, que se ha convertido en la disciplina más popular. El Dr. Pascal Boniface señala: “Entre los símbolos de la globalización, el fútbol se ha desarrollado más que la democracia, la economía de mercado o incluso el internet”.

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Nos llamaba la atención la tibieza con que la FIFA manejó el tema inicialmente, cuando resolvió que Rusia podría participar en las competiciones, sin bandera ni himno ni nombre; pero ante las críticas mundiales por la liviandad de esas resoluciones FIFA y UEFA decidieron suspender a todas las selecciones nacionales y clubes rusos de participar en competiciones hasta nuevo aviso. Esto supone que Rusia no participará en el repechaje para Catar 2022, a realizarse el 24 de marzo ante Polonia.

El retiro de publicidades millonarias a los equipos rusos, incluyendo a la selección; la designación de otra sede para la final de la Champions 2022, donde aparecía la ciudad de San Petersburgo, son unas sanciones que producen efectos directos a la economía futbolística rusa. También ha obligado a los famosos magnates rusos que se han involucrado en el fútbol, como es el caso de Roman Abramovich, a desinvertir en el Chelsea, del que era el máximo accionista. Mientras, la Federación de Fútbol rusa, en una reacción hipócrita rampante, respondió que las resoluciones son discriminatorias y decepcionantes.

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Como señalan los especialistas politólogos, el poder se ha dividido en dos: el hard power (poder duro), que se blinda por su músculo económico y bélico, y se lo utiliza para demostrar su hegemonía geopolítica, y el denominado soft power (poder suave), aquel que usan los poderes colaterales, como en este caso los deportivos, para por medio de sus resoluciones conseguir la reflexión, la influencia y, por qué no, también la persuasión. Resoluciones que toman vuelo por aquel poderío que dan la popularidad, la pasión y la gloria que ofrece el deporte.

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Las comunicaciones, las redes sociales, la influencia deportiva en la sociedad, la diplomacia deportiva utilizada hace años por países progresistas saben que las decisiones de las voces autorizadas en la cultura, el deporte, entre otros ámbitos, son efectivas e impactan al poder político por sus ramificaciones populares.

Putin sabe que su actitud histriónica, aferrado al poder de las armas, le ha provocado la condena y el rechazo mundial. ¿Cuánto durará su egolatría? Espero que cuando se dé cuenta de que la afectación para con su pueblo es incuestionable e irreparable alguien le recuerde que la soledad ha sido el acabose de los dictadores.

Con estos antecedentes, seguro estoy de que la frase de Sacchi, a estas alturas del siglo XXI, bien puede ser retocada: “El fútbol es también importante, entre las cosas más importantes de la vida”. (O)

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