Uno oye cada cosa en los programas deportivos radiales que termina enrabietado buscando una medicina que evite un colapso hepático. Salvo tres o cuatro analistas del fútbol –en radio y televisión– tienen conciencia de su responsabilidad social y de la influencia de su opinión, todo lo demás –perdóneme la dureza- es basura.

Hay en los medios audiovisuales de Ecuador una tribu urbana de mozuelos agrandados cuya intelectualidad se reduce a la lectura en internet de algunos conceptos tácticos y creen que el periodismo y la comunicación social se reducen al rectángulo verde. Lo que sucede fuera de él es ignorado, unas veces porque no alcanzan a ver más allá de los esquemas y otras porque tienen comprometida su opinión con los dirigentes, con el DT, o con los mismos jugadores. Ellos son un subproducto intelectual de Google y de las redes sociales que han originado una lamentable subversión de valores. Estas personas no respetan nada ni a nadie, excepto a aquellos que alquilan su palabra.

Hay una opinión uniforme en esta tribu: solo tiene valor el presente; “lo que existió antes de mí es un desperdicio”, es su convicción. Esta penosa postura nace de la soberbia y la arrogancia de pensar que el único valor es la juventud. La cultura, la capacitación, el conocimiento, la ilustración son antiguallas que deben arrojarse al cesto de lo inservible.

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Algunos periodistas se ufanan de no recorrer las calles.

Uno de estos personajes dijo hace poco en un programa que lo que se jugaba antes no era fútbol y que la visión moderna de este deporte recién se produjo en 2008. ¿Quién le contó esa barbaridad? ¿Qué fue lo que vimos su padre, su abuelo y muchos de nosotros cuando llegaron al estadio Capwell viejo Alfredo Di Stéfano, José Manuel Moreno, Adolfo Pedernera, Didí, Zizinho, Pelé, Djalma Santos, Garrincha, Omar Míguez? ¿Qué deporte era el que jugaban, Jorge Chompi Enríquez, José Pelusa Vargas, Enrique Cantos, Carlos Raffo, el Loco José Vicente Balseca, Daniel Pinto y Alberto Spencer?

Lo único antiguo en el fútbol puede situarse, según los registros de la FIFA, en 1863 con la creación de The Football Association (FA), la organización más añeja del balompié. Empezó jugándose con un único sistema: todos para adelante, menos el arquero. Luego se regularizó el juego, pero con pocos goles, hasta que en 1925 se modificó la regla del off side. El fútbol era ya moderno. A inicios de la década de los años 30 el entrenador del Arsenal, el inglés Herbert Chapman, ideó un sistema nuevo y revolucionario. Retrasó el mediocampista centro para convertirlo en un central y construir una línea de tres defensas, algo inédito.

De los cinco delanteros, retrasaba a dos, generando así un mediocampo equilibrado, con un ataque respetable. Era el sistema WM, o un 3-2-2-3. Chapman lo ganó todo con el Arsenal. Su método predominó por más de 30 años hasta que en 1958 Brasil lo cambió por el 4-2-4. En nuestro país lo introdujo el español José Planas en la Selección que jugó el Sudamericano de 1949 en Río de Janeiro. No voy a seguir con esa numerología, que es el alimento predilecto de los imberbes pupilos de Baldor. Mi propósito es demostrar que los sistemas en el fútbol han sido cambiantes y por esa razón ha sido siempre moderno. Ayer y hoy.

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¿Qué fútbol creen que vieron sus padres y sus abuelos? Pobres.

Hace pocos años un vociferante ‘periodista’, aún hoy en actividad, gritaba en pantalla: “A mí no hablen de libros. Lo digo con orgullo: yo no he leído ningún libro, ni voy a hacerlo en toda mi vida”. Y recordé a Miguel Roque Salcedo, mi maestro, cuando me encontró en LDE en 1964. Me puso la mano en el hombro y me dio uno de los tantos consejos de vida que le debo: “Sé que has empezado en el periodismo. Si quieres ser alguien debes tener cultura general y cultura deportiva”. Yo estudiaba derecho en la Universidad de Guayaquil, en época de gran exigencia académica, y era un consumado lector de libros, gracias a ese hombre de cultura que fue mi padre. Era también asiduo lector de diarios y de la revista El Gráfico en tiempos de periodistas como Ricardo Lorenzo (Borocotó ) y Félix Daniel Frascara, que hicieron de la crónica deportiva una forma de literatura. Esa fue mi formación inicial y me ha permitido escribir por 58 años en mi país y en Estados Unidos.

Recibí días atrás un audio donde un bisoño sujeto, con ínfulas de experto, disparó contra el fútbol de antaño y entre risas, como burlándose, sostuvo que la historia no vale nada porque antes en Guayaquil el fútbol se jugaba en parques y cualquiera era futbolista. Pobrecillo, me consterna su ignorancia. (“Ya lloro”, decía el Pájaro Febres Cordero).

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Ese ‘periodista’ nunca ha abierto un periódico antiguo ni una revista para enterarse de aquello que no vio ni le contaron. Tampoco ha leído un libro, a no ser el que utilizó para aprender a leer en primer grado. Pensé que el director del programa, periodista experimentado y de gran autoridad, con años en el deporte activo y en el comentario deportivo, lo iba tomar de la oreja para sacarlo de la cabina. Entiendo ahora por qué no lo hizo: tuvo la misma compasión que yo.

El fútbol porteño se jugó desde su inicio en canchas de tierra habilitadas, a veces, en descampados cerca de los parques como La Victoria, Chile, American Park o La Concordia. En 1922 se construyó el estadio de Puerto Duarte que, más tarde, se llamó Campo Deportivo Municipal y luego estadio Guayaquil (el demolido Ramón Unamino). De allí se pasó al estadio Capwell desde 1945 hasta 1959, cuando se inauguró el Modelo, un escenario entonces moderno. Después se inauguró el Monumental de Barcelona y el reconstruido Capwell, una joya arquitectónica. ¿De qué parque habla el sujeto convertido en opinador por haber visto cinco juegos?

Tal vez en el periodismo deportivo debería volver a la época de la palmeta. No hay otra forma de educar a la tribu presuntuosa y altanera (otro sujeto se ufana de no recorrer las calles, como cualquier buen reportero; de nunca haber ido a un entrenamiento, de conseguir ‘información’ solo por redes sociales, y de haberle dado él un ‘salto de calidad’ a nuestro periodismo por el solo hecho de ser joven. Pobre).

No hace muchos días que falleció uno de los más admirables y populares periodistas de España, Jesús Quintero –conocido como El loco de la colina–, cuyos programas seguía con avidez y admiración en la televisión. Copió un extracto de lo que dijo en Canal Sur, de su país, hace más de 15 años. Con ferocidad Quintero hablaba en el programa El loco soy yo (su célebre alocución se puede ver en YouTube. Acumula casi 600.000 reproducciones) de la falta de cultura y de la apología de la ignorancia en la sociedad moderna.

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Esta es una parte del demoledor monólogo de Quintero (1940-2022): “Siempre ha habido analfabetos, pero la incultura y la ignorancia siempre se habían vivido como una vergüenza. Nunca, como ahora, la gente había presumido de no haber leído un puto libro en su jodida vida, de no importarle nada que pueda oler levemente a cultura, o que exija una inteligencia mínimamente superior a la del primate. Los analfabetos de hoy son los peores porque en la mayoría de los casos han tenido acceso a la educación. Saben leer y escribir, pero no ejercen. Cada día son más y cada día el mercado los cuida más y piensa más en ellos”. (O)