Después de ocho temporadas magníficas y dieciocho títulos -cinco Champions entre ellos- Carlos Henrique Casemiro se despidió con todos los honores del Real Madrid. Con 30 años y seis meses exactos lo fichó el Manchester United por la desorbitada suma de 73 millones de euros más otros 12 si consigue ciertos objetivos. Florentino Pérez declaró que le dolía en el alma, que era como un hijo para él, pero no tardó treinta segundos en decidirse: se vende. ¡Setenta y tres millones más doce por un volante de marca próximo a los 31 años…! Si fuese un goleador de área, la operación no merecería reparos, el 9 ofrece el producto más requerido, el gol. Y además tiene un radio de acción no demasiado amplio; pero la tarea de Casemiro se desarrolla en la zona de combate: el mediocampo. Allí está el epicentro de la batalla, donde la lucha alcanza su punto más áspero, se necesita mucho fuelle y piernas frescas. Casemiro es un volante útil, de buena lectura de los partidos, que se ayudó siempre con su reciedumbre (amparado por la camiseta). La duda es si le dará el físico para soportar la tremenda dinámica de la Premier League, donde el concepto de intensidad alcanza su expresión límite. Un jugador puede llegar en muy buen estado atlético a su cumpleaños número 31, pero su pico de rendimiento ya pasó hace tiempo. La parábola de agilidad, fuerza y resistencia apunta claramente hacia abajo. Es lo que lleva a pensar si no se transformará en otro de los tantos fichajes basura de los últimos años del Manchester United, caso Pogba, Maguire, Alexis Sánchez, Wan-Bissaka y decenas más, todos carísimos y de pésima productividad.

Nos genera enorme curiosidad ver cómo se las arreglará Casemiro cuando deba enfrentar al Fulham, al Crystal Palace, al Brentford, equipos que, a despecho de sus pocas luces, ejercen una prestación física y una presión casi insoportables. Último sin puntos, el United enfrentaba el lunes al Liverpool en el clásico histórico de Inglaterra. Era ultrafavorito el equipo de la ciudad de los Beatles, sin embargo, ganó el cuadro manchesteriano por actitud mental y energía física. Y pese a ser esos dos atributos frecuentes del Liverpool, terminó superado. “Se vio desde el principio el nivel de agresividad del rival, lo que iba a pasar”, reconoció Jürgen Klopp.

Esa combatividad fue encarnada como ninguno por dos defensas de los Diablos Rojos: el lateral izquierdo holandés Tyrell Malacia (23 años) y el zaguero argentino Lisandro López (24). Potente, ágil, velocísimo, con gran sentido de la marca, Malacia se devoró a Mohamed Salah. Fuerte, técnico, determinado, todo un resorte, Martínez desbarató cantidades de ataques liverpoolianos. Contagiaron al resto, fueron el paradigma de cómo se debía jugar ese partido para tener chance de triunfo. Del mismo modo en que Argentina enfrentó a Brasil en la final de la Copa América el año pasado: lo que antiguamente se decía “jugar a muerte”, o sea, sin dar diez centímetros de ventaja y poniendo el alma en cada pelota. Así, el inferior (Manchester United) derrotó al superior (Liverpool).

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Casemiro fue presentado como nuevo jugador del Manchester United en el partido frente a Liverpool. Foto: EFE

El juego fue mutando a lo largo de la historia, pasó por el jogo bonito, el catenaccio, el hombre a hombre, la marca en zona, el contraataque, el fútbol total holandés, el tiqui taca, la presión y otros. Esta es la era de la intensidad total. ¿De qué se trata…? Un batido de potencia física, presión asfixiante, gran despliegue, rapidez de desplazamientos y ritmo persistente los 95 ó 96 minutos que dura hoy un juego. Por eso, en nuestros días no es extraño que un equipo sin figuras rutilantes derrote a otro en apariencia más poderoso. Lo físico y la lucha han alcanzado un sitial preponderante que determina resultados y no están sujetos al presupuesto. “Hasta no hace mucho, el fútbol no era un deporte de alta competencia sino de individualidades, ahora lo es”, dice con agudeza nuestro amigo y colega colombiano Marino Millán. Gran verdad. Actualmente la preparación es extrema hasta en los mínimos detalles y el descanso, la alimentación y el cuidado del cuerpo son científicos. Los comandos técnicos son ejércitos; el Liverpool tiene cuatro preparadores físicos y seis fisioterapeutas encargados de mantener a la tropa en óptimo estado.

No obstante, el ímpetu que se imprime a cada acción conlleva muchas lesiones musculares, ligamentosas y golpes. Son cada vez más frecuentes, sobre todo en los profesionales de treinta años para arriba. Por eso y por la cada vez mayor cantidad de compromisos, los equipos necesitan una dotación numerosa. “Juegan once, hay cinco cambios y tenemos partidos cada tres días, es imprescindible tener mucho plantel”, afirma Xavi Hernández, DT del FC Barcelona. Y no contó ni las lesiones ni el recambio indispensable por la seguidilla de juegos.

El Liverpool está sorprendido de su famélico inicio de campeonato: empató a duras penas en Londres con el Fulham (2-2), igualó en casa (1-1) con el Crystal Palace y cayó el lunes ante el United. Y en todos empezó perdiendo. Vimos los tres duelos. No es que jugara mal, hizo lo de siempre, sólo que sus rivales lo apretaron en todas las líneas. El Palace, dirigido por el grandísimo Patrick Vieira es definitivamente un bloque inaguantable, corren como salvajes, son durísimos y no toman un respiro, hay que estar muy lúcido técnicamente para ganarles. Y dejar hasta la última gota de sudor en el campo. A un partido solo, el pequeño equipo londinense le haría un lío a cualquiera, llámese Bayern, Madrid o PSG. “Estoy preocupado con la situación”, dijo Klopp tras obtener apenas dos puntos sobre nueve en el arranque de la Premier, ante tres rivales con los que cabía esperar el cien por ciento. Es que lo ahogaron con su misma fórmula: intensidad.

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“Hacer la pausa” era, hasta no hace mucho, una indicación sabia para ordenarse, serenar el juego y razonarlo mejor, pero ¿cómo hacerlo en la actualidad…? Si alguien pisa la pelota lo llevan por delante. ¿Para qué tanta intensidad…? Para anular la iniciativa del rival y, sobre todo, para minimizar el talento del adversario. Si un rival es muy superior técnicamente a otro, con la intensidad el inferior logra equiparar. En boxeo la intensidad era Joe Frazier, en tenis Rafa Nadal. ¿Es espectáculo…? Hay que ir acostumbrándose, pero sí, se dan partidos encarnizados, de ida y vuelta, con una vivacidad notable. Hay menos florituras, eso sí.

Todos van hacia eso. El que no se sube al carro de la intensidad queda fuera de todo. (O)