En la historia del fútbol hay acontecimientos tristes que en su momento conmocionaron al mundo por la dimensión de la tragedia. Por ejemplo, en febrero de 1958 se estrelló en las afueras de Múnich el avión en que viajaba el Manchester United. Cómo olvidar el gran desastre ocurrido en el estadio Nacional de Lima en 1964, cuando por un partido clasificatorio para los JJ. OO. de Tokio un gol anulado a Perú desató el caos. Algunos espectadores invadieron la cancha y otros intentaron salir del inmueble, pero se encontraron con las puertas cerradas. El número oficial de muertes fue de 464, lo que se considera la más grande catástrofe en un estadio de fútbol.

Otro accidente aéreo impactó al fútbol en 1949. La delegación de Torino se estrelló en el muro de piedra de la Basílica de Superga, en una colina de Turín. También se recuerda la tragedia aérea del Alianza Lima, en 1987. El avión cayó al mar cuando estaba cerca del aeropuerto. No hubo sobrevivientes (falleció el entrenador Marcos Calderón, que había dirigido a Barcelona SC). El percance más recordado en los últimos tiempos es el del equipo Chapecoense, de Brasil, acaecido en el 2016. A pocos kilómetros del aeropuerto de Medellín, el avión se estrelló contra el cerro Gordo; hubo 76 muertos y 6 sobrevivientes.

Así como estas tragedias colectivas, también hay otras historias fatales que han enlutado al fútbol y muchas de ellas son inexplicables por su tipología; me refiero al suicidio. En un recuento histórico se calcula que hay más de 35 casos. El primero del que se tiene registro sucedió en 1918. Abdón Porte, jugador de Nacional uruguayo, decepcionado por haber perdido la continuidad en su equipo, tras asistir a una fiesta organizada por el club de Montevideo tomó la decisión de ir al estadio y en la mitad de la cancha se disparó. Ponte tenía apenas 25 años.

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A Matthias Sindelar, uno de los mejores futbolistas de Austria, el 23 de enero de 1939 se lo encontró muerto, con su novia Camilla, de origen judío. Las investigaciones confirmaron que tomó la decisión de suicidarse en su departamento en Viena inhalando monóxido de carbono. La prensa austriaca mencionó que Sindelar había dicho que prefería la muerte a la persecución nazi.

En Inglaterra hay un caso digno de análisis permanentemente. Es el del futbolista de raza negra Justin Fashanu; el Nottingham Forest adquirió su pase en 1981 en un millón de libras esterlinas.

Fashanu sorprendió a la comunidad británica al declararse homosexual tras ser fotografiado en bares gais. Su presente como futbolista se alteró, fue relegado a equipos inferiores y por eso resolvió probar suerte en Estados Unidos. En ese país, un joven de 17 años lo acusó de agresión sexual y aunque nunca se probó su culpa aquella situación lo deprimió. Fashanu se suicidó y en la nota que dejó decía que ante una sociedad que no quiere entender, peor escuchar y que lo había condenado, el suicidio era su única alternativa.

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El 4 de abril pasado se cumplieron 22 años del suicidio de Mirko Saric, nacido en Buenos Aires en 1978. Hijo de padres inmigrantes croatas, siendo muy chico fue inscrito en las inferiores del San Lorenzo, donde destacó en todas las categorías. Fue convocado a las selecciones inferiores de Argentina. Con 20 años destacaba por sus cualidades futbolísticas de exportación.

Los clubes grandes le pusieron el ojo. Saric vivía los momentos más felices de su vida, esperando que se concrete un millonario traspaso.

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El barrio de Flores se sentía orgulloso de tener un hijo pródigo, hasta que llegó el 5 de diciembre de 1999. En un partido contra River Plate, sufrió la rotura de todos los ligamentos de la rodilla izquierda. La noticia fue una bomba: “Mirko Saric gravemente lesionado por más de seis meses, la transferencia a Europa se cayó”.

El estado anímico de Saric también se cayó. Asistía poco a la rehabilitación, hasta que después de tres meses de la sesión el joven jugador fue encontrado por su madre en su habitación, ahorcado con una sábana. Pasaron los días e Ivanna, la madre, hizo declaraciones estremecedoras: “Yo sabía que Mirko no tomaba la medicación, que sufría por su lesión. La noche anterior, al irse a acostar, le dije: ‘Mirko, todo tiene solución en la vida, menos la muerte’. ¿Sabes qué me contestó? ¿Acaso eres bruja que me lees la mente?”.

Las declaraciones reproducidas por Infobae no quedaron ahí. La madre de Mirko reveló otra de las razones por las que el joven futbolista se quitó la vida. “Mirko estaba feliz porque había sido papá, la chica era del barrio, algo inquieta, siempre se la veía con varios pibes. Por eso le insistí en que debería de practicarse un ADN. Mirko accedió con pocas ganas, porque aseguraba que su hijo se parecía a él. El bebé era algo chuequito, como él. Le compraba todo, le cambiaba los pañales, hasta que llegó la noticia que lo derrumbó: el niño no era suyo”. Se comenta que las personas que planifican un suicidio suelen hacer un comentario previo, como última manera de pedir ayuda.

Mirko Saric dejó sus palabras finales sin nadie que las escuchara. Así tuvo la mejor excusa para irse por siempre con premura. Escogió la muerte a la vida y ese fue su destino. El suicidio es impactante, pero el dolor para los más cercanos no se atenúa fácilmente. La mayoría de las religiones lo proscriben.

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La Iglesia católica es restrictiva porque el terminar la vida es una prerrogativa de la voluntad de Dios.

En el libro titulado La vida es como el fútbol: la historia de Hernán Peláez Restrepo, leyenda de la radio, contada por su hijo, Jorge Hernán Peláez, vástago del célebre periodista colombiano, encontré esta reflexión: “En el fútbol y en la vida siempre encontrarás un contragolpe o una falta descalificadora. Todas pueden cambiar el destino, por eso tanto en la vida y en fútbol siempre hay que jugar con la pelota al piso. En fin, hay partidos que por más que uno quiera no se los debe jugar, porque corres el riesgo de perder el partido y en el otro hasta la vida”. (O)