Tal vez ya he contado alguna vez cómo me enteré de los mundiales de fútbol. No me apena insistir en el tema porque fue y será siempre una bella aventura que en este tiempo cumple ya 72 años. Empezó en 1950 cuando mi querido compañero de barrio y compadre, hoy fallecido, Nelson Cruz Cruz me llevó hasta la despensa que tenía su señora madre, en Clemente Ballén entre Pedro Moncayo y Pío Montúfar, para que leyera una revista que publicaba artículos y fotos sobre la Copa Mundo de 1950 en Brasil. La publicación se llamaba Mundial, era de formato grande, en papel cuché, y se editaba en Uruguay. Devoré los artículos tan bien escritos y las fotos en blanco y negro de los grandes cracks de ese tiempo.

La miniatura donde todo es gigante

Cuando Uruguay asombró al planeta con el legendario Maracanazo, Nelson compró dos ejemplares de la revista y pegó todas las páginas en las paredes de la despensa. Los muchachos invadíamos el local para leer sobre la hazaña uruguaya y perturbábamos a los clientes. Mi compadre era un jugador admirable, con una zurda exquisita, y en la calle, cuando gambeteaba a todos, decía que él era Juan Alberto Schiaffino, aunque cuando creció y lo quisieron llevar a probarse en Chacarita, dijo que jugaba por divertirse. No quería ser profesional. Sobre el asfalto de nuestra calle tan extrañada, apuñalada hoy por la Metrovía, quedó para siempre el recuerdo de su calidad de futbolero.

Fue así que empecé a seguir los mundiales. Leí mucho sobre la Copa del Mundo de 1954, en Suiza, y aún me emocionan la llamada Batalla de Berna y la pérdida de aquella aceitada maquinaria de Hungría con Jozsef Bozscik, Zoltan Czibor, Ferenc Puskas y Sandor Kocsis, de quien se decía que era “la mejor cabeza de Europa, después de Winston Churchill”. En 1958 me ilusioné con Brasil. Se decía que era un equipo renovado, destinado a lavar la tragedia del Maracaná.

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Lo que falta y sobra en la selección de Ecuador del DT Gustavo Alfaro

Los cables de las agencias de prensa informaban que los brasileños confiaban en las cualidades de Didí, Bellini, Zito, Djalma Santos y Nilton Santos. No recuerdo que algunos de los despachos hayan mencionado a Pelé o a Garrincha. Cuando debutó Brasil con uniforme auriverde (tras el Maracanazo nunca volvieron a usar la vestimenta blanca), el alero derecho era Joel y el interior izquierdo era Dida. Para el segundo encuentro, por pedido de Didí y Nilton Santos, el técnico Vicente Feola puso en la cancha a los jovencitos Pelé y Garrincha. Recién entonces los brasileños empezaron a asombrar al mundo.

Mi padre, aficionado al fútbol desde que mi tío abuelo José Vasconcellos Cornejo, quien integraba la línea media del Racing Club, lo llevara al estadio de Puerto Duarte en 1922, quería escuchar la transmisión de la final de Suecia, el anfitrión, con Brasil, y decidió comprar un radio nuevo. Aquel día maniobró todas las perillas buscando una emisora en español, pero fracasó. Solo pudimos sintonizar una radio en portugués, así que en ese idioma seguimos la ruta triunfal de Didí, Pelé y Garrincha que se ciñeron la corona. En una nota al día siguiente leí que a Pelé lo bautizaban como “el rey del fútbol”.

¿Mundial de la polémica o mundialazo?

En 1960 a los seguidores del balompié nos emocionó la noticia de que nuestro país iba a participar en la eliminatoria para el Mundial de 1962. Se escogió a los jugadores y se los puso a órdenes del uruguayo Juan López, quien había sido campeón del mundo con la Celeste en 1950. La FIFA decidió que Ecuador debía eliminarse con Argentina, país de gran poderío que estaba considerado entre los mejores del planeta pese a su fiasco en 1958. Nos íbamos a jugar el cupo en dos encuentros. Hoy disputamos ese honor en 18.

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Fue una clasificatoria desigual. En el estadio Modelo se jugó el partido de ida. Argentina ganaba 6-0 cuando, en los diez minutos finales, Carlos Raffo (2) y Alberto Spencer descontaron para el 6-3. En Buenos Aires nuestra Selección perdió 5-0 y allí terminó el primer episodio.

Pasaron cinco años hasta que llegó aquella penosa historia de 1965. En nuestro equipo había futbolistas de calidad y estuvimos a punto de llegar a Inglaterra 1966. Vino entonces aquel partido con Chile en el Modelo, cuando una victoria nos ponía en la Copa del Mundo. La siniestra mano de un árbitro decidió la postergación del sueño. Una brutal embestida del chileno Carlos Campos puso a Pablo Ansaldo en riesgo de muerte. Campos no fue expulsado y Ecuador jugó sin arquero. No había cambios; Ansaldo no podía ni alzar los brazos, encorvado y con las manos sobre las costillas intentando mitigar el sufrimiento de tres costillas rotas y un pulmón perforado. Pese a la ventaja, Chile solo pudo empatar. Lo que vino luego fue la ratificación del despojo.

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Las eliminatorias siguientes no fueron favorables. Cuando se pregunta por qué Ecuador no pudo llegar a una Copa del Mundo antes del 2002 hay que responder a los críticos que las selecciones nuestras se formaban quince días o un mes antes; la eliminatoria duraba un mes, se pagaban viáticos ridículos y Conmebol formaba grupos de tres países. Si alguno perdía en el debut, estaba sentenciado. Hoy los seleccionados ganan 10.000 o más dólares por partido, se juegan 18 fechas y la eliminatoria dura tres años.

Caso Byron Castillo: fútbol lleno de ‘travesuras’

En 2002 lo que soñamos se hizo realidad con aquel formato de todos contra todos. Teníamos un buen plantel, aunque la aspiración de un buen papel empezó a mancharse cuando el director técnico nuestro declaró que no debíamos hacernos ilusiones porque “íbamos al Mundial a aprender”. Una idiotez total porque teníamos ya 103 años de practicar fútbol en Ecuador y porque a los mundiales se va a mostrar lo aprendido, los progresos alcanzados.

Alrededor de cien periodistas viajamos a Sapporo el día del primer compromiso ante Italia. No teníamos ninguna exageración triunfalista; solo pensábamos en una actuación decorosa, digna. Los que se conforman con cualquier cosa aplaudieron, pero fuimos a defendernos con la consigna “todos atrás, menos Agustín Delgado”, quien debía batallar en solitario con la mejor defensa del mundo: Panucci, Cannavaro, Nesta y Maldini. Con México pasó igual. Gol tempranero de Delgado y Bolillo Gómez gesticulando angustiado y ordenando arrebañarse atrás. Un solo futbolista mexicano nos ganó todos los balones en el medio campo: Gerardo Torrado. Nos colgamos del travesaño y perdimos. Al final, en el estadio de Yokohama, cuando los futbolistas fueron liberados de la mezquindad de Gómez, le ganamos a Croacia en la primera victoria nuestra en una Copa del Mundo.

La selección de Ecuador, conducida por Gustavo Alfaro. Foto: API

¿Ganaremos hoy en el partido abridor de la Copa? Tenemos esperanzas de que sí. El rival es débil, pero es el dueño de casa. A decir verdad, somos un equipo gobernado por un técnico que valora más defenderse que atacar y prescinde de los creadores. Queda la ilusión de que la rebeldía de nuestros jugadores los empuje a buscar la victoria. Pero quiero repetir con Jorge Valdano: los equipos que juegan sin conductor están condenados a chocar. (O)

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