“Aún no me lo creo, nos lo han regalado”, se pellizcaba un felicísimo hincha del Paris Saint Germain frente a un micrófono. Otro, ya entrecano, entrevistado en la larguísima cola para comprar la camiseta del 30 (ahora es El Pibe 30), confesó: “Nunca en mi vida compré una camiseta de fútbol, pero esta la quiero”. El francés en general y el parisino en particular no son fanáticos del fútbol como el inglés o el italiano, pero todos están experimentando el orgullo de tenerlo. París entera se ha prosternado ante la llegada de Lionel Messi como no había sucedido jamás con otro personaje futbolístico. O quizás de ningún tipo.

La elegantísima Ciudad Luz sonrió, se emocionó, se iluminó como nunca para dar la bienvenida al gran crack de la pelota en lo que ya empieza a catalogarse como “el pase del siglo”. Por tratarse de quien se trata, por los clubes que involucra y por la sorpresa general. Nadie, salvo Joan Laporta y sus compañeros de directiva, podían soñar jamás que el FC Barcelona empujaría a Messi hasta la puerta de calle y se la cerraría en la cara. Nadie imaginó que se iría de Cataluña. Menos la familia. Por eso el enojo (Messi se las ingenió en la rueda de presentación para no pronunciar la palabra Barcelona). Porque cuentan que su esposa Antonella quedó partida cuando le dijeron “te tenés que ir”. Pero ahora comienzan otro capítulo de vida.

En su arribo a Francia el martes y en la presentación oficial este miércoles, en cada acto protocolar, Leo lució feliz como tal vez nunca se lo vio en Barcelona. Se sintió amado. Pero, además, expresó un agradecimiento infinito porque sabe que el PSG le tiró un salvavidas: el jueves, cuando el Barça le comunicó que no tenía lugar para él, Messi se vio fuera del fútbol. Con las ligas empezadas o a punto de iniciarse, no había tiempo para negociar con ningún club del mundo. Se cruzó este barco y lo subió a cubierta, le dio una frazada y un café caliente. Por eso enfatizó tanto que dará todo para prolongar los éxitos. Messi se quedaba sin jugar, así de simple. Ernesto Cherquis Bialo, brillante maestro de El Gráfico, definió genialmente la situación: “Es como si La Gioconda buscara museo”. Tal cual. Como si el Louvre le dijera “haz las maletas, ya no tienes lugar aquí” a la enigmática dama del cuadro. “Pero es que vienen para verme a mí…” “Lo siento, no tenemos presupuesto para darte seguridad, debes irte”.

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En ese momento y con grandes reflejos, el brasileño Leonardo, aquel excelente lateral izquierdo del Mundial 1994, hoy director deportivo del PSG, levantó el teléfono, habló con Jorge Messi y le hizo la propuesta. Pidió hablar con Leo y le dijo claramente: “Acá vas a tener todo, especialmente cariño”. Su gran compadre futbolístico Neymar lo llamó también y le ofreció el número 10 de su dorsal, lo cual Messi rechazó: “Es tuyo, te lo ganaste, yo juego con cualquier número”.

El PSG puso a la venta en su tienda la casaca de Leo a 165 euros y las filas fueron interminables. Los expertos de marketing informaron que de Neymar se venden un millón de esas prendas al año y estimaron que de Messi serían un millón y medio, sin embargo, tras el primer día de comercialización es posible que la realidad multiplique varias veces ese cálculo. Messi rompe todo. Solo con el mercadeo genera más ganancias que lo que cuesta su contrato. En contrapartida, el Barcelona, que admitió que ocho de cada diez camisetas expendidas eran de Messi, verá reducidos dramáticamente sus recursos. Ejecutivos de diversas consultoras creen que ya en el primer año perderá de ganar mucho más de lo que costaba retenerlo. Ello sin contar con el factor turístico. “Messi es un ícono inseparable de Barcelona y del Barça, no debe irse nunca”, dijo hace un año Ada Colau, alcaldesa de la Ciudad Condal. No la escucharon.

“El club y la ciudad perderán relevancia sin él, yo al menos no miraré los partidos del Barcelona”, dice Edu, abogado especializado en derecho deportivo. Algo en lo que coincide César Luis Menotti: “No me interesará este Barca sin Messi”. Decenas de millones de seguidores en todo el mundo se pasarán ahora al PSG. Países exóticos como Bangladesh, donde se asegura que 150 millones de habitantes son messiánicos, o en Japón, China, Corea, Malasia, donde tiene legiones de adeptos, trasladarán ahora la señal futbolera de la TV a la Ligue1. “Messi no puede ser la única víctima de la crisis”, tituló su editorial el director de Sport, de Barcelona. Sin embargo, el domingo arranca la Liga frente a la Real Sociedad y nadie más ha salido ni ninguno se ha rebajado el sueldo y el club tiene problemas para inscribir a sus refuerzos. El exvicepresidente Emili Rousaud fue más explícito: “Las lágrimas de Messi eran la demostración de que él no quería irse. Se nos va el más grande de nuestra centenaria historia, en pleno agosto, con Barcelona medio vacía y el socio triste y en estado de shock”. Y agregó: “Messi es un jugador franquicia, genera muchos ingresos adicionales a través de patrocinios, entradas o las propias audiencias televisivas. Es imprescindible anular los contratos de aquellos jugadores que no merecen lucir nuestro escudo y si, en cambio, preservar a nuestros símbolos, a las leyendas que han marcado no solo una época sino una etapa de nuestras propias vidas. Adiós Leo y mil gracias por todo”. David Amador, periodista de La Xarxa y socio del FCB, fue más prosaico: “Perdónenme la expresión, pero somos el club más pelotudo del mundo”.

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En el mismo momento en que el rosarino llegaba a París y era aclamado por las calles, una cuadrilla de trabajadores quitaba sus imágenes del frente del Camp Nou. ¿Era necesario hacerlo tan rápido…? Triste. La velocidad que imprimió el FCB en borrar todo rastro de Messi resulta llamativa. En contrapartida, París le rindió en 24 horas más cariño y emociones que Barcelona en 21 años. Lo aclamó, le dio calor y una bienvenida maravillosa. Messi exudaba emoción y agradecimiento. Ahora, a demostrar. (O)