Nadie te da la llave del vestuario, te la ganas. Acaba de aprenderlo Kylian Mbappé. Con tal de que renovara con el Paris Saint Germain, el emir de Catar y jefe supremo del club franco-catarí, jeque Tamim bin Hamad Al Thani, lo convirtió en el jugador mejor pagado del mundo, lo situó en el centro del nuevo proyecto deportivo del equipo y lo facultó de todos los poderes, hasta el de ser el encargado de ejecutar los penales. Sin embargo, en fútbol y en otros ámbitos de la vida, hay un poder que se gana por liderazgo natural: el vestuario. Ese es un entramado de personalidades donde prevalecen la inteligencia, el carisma, la fuerza mental y algún don etéreo que convierte a un individuo de jefe de la manada. A veces un silencioso puede ser un macho alfa y conducir el rebaño. Lo que el grupo decide allí dentro, y luego en el campo, no lo ordena un contrato sino el batido indescifrable de las relaciones humanas. Ahí el jeque no entra.

Al minuto 23 del partido del domingo ante el Montpellier, hubo penal para el PSG. No se lo habían cometido a Mbappé pero él fue designado primero en esa faceta, tomó el balón y remató. El excelente arquero suizo Jonás Omlin voló y se lo paró. Veinte minutos después, nuevo penal, éste provocado por Messi. Neymar, segundo en la escala de pateadores (Messi es el tercero y Sergio Ramos el cuarto), tomó la bola y la llevó al punto de los doce pasos. Mbappé, algo alejado de la jugada, se acercó con intención de ejecutar de nuevo él, pero Neymar lo ignoró. “Pateo yo”, exigió Kylian, que buscaba reivindicarse de su fallo inicial; Neymar siguió sosteniendo la bola y luego la apoyó en el circulito blanco. Mbappé, entre molesto y desorientado, se fue resoplando con cara de “¿Qué está pasando…? ¿Cómo es esto…?”. Viendo que su reclamo no surtía efecto, se distanció, disparó el brasileño y abrió el marcador. Había saltado una chispa grande en el motor del equipo.

Segundo round. Se iba el primer tiempo, el portugués Vitinha inició una contra en mitad de cancha, haciendo diagonal hacia la derecha y buscó asociarse por ese lado con Messi y Hakimi, mientras Mbappé esperaba pase a la izquierda. Cuando éste advirtió que la acción se proyectaba al sector opuesto, se frenó, dio un manotazo al aire en protesta y se dio vuelta, renunciando a la jugada. O sea, si no se la van a dar a él, no participa, que se arreglen. Una actitud inadmisible, porque era un avance normal y Vitinha ya estaba perfilado para la derecha, no ignoró al francés, simplemente eligió el otro sector pensando que podía ser una buena progresión para la maniobra.

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La segunda ya no fue una chispa sino una explosión, la certeza de que algo está mal en el gallinero. A partir de allí, Mbappé jugó con el ceño fruncido, intentó hacer la individual en varios avances sin tocar con nadie y, aunque marcó un gol (terminó en triunfo 5 a 2 para el PSG) no brilló. Para su mayor fastidio, las luces del escenario terminaron enfocando a Neymar, autor de otro gol. Es absurdo pretender que le den todos los pases a él para que luego remate al arco desde donde esté. Ni Pelé ni Maradona ni ninguno de los monstruos que el fútbol tuvo exigieron tal cosa jamás.

A su vez, Ney parece empeñado en sostener un pulso con Kylian para demostrar que es más jugador que el impetuoso atacante francés y que le resbalan las órdenes de arriba que le dan todas las prerrogativas al astro local. Lo traiciona la memoria: cuando él llegó como un superstar en 2017 exigió todas las concesiones dentro del grupo, entre ellas, ser dueño de penales y tiros libres, lo que lo llevó a enfrentarse con Édinson Cavani, por entonces el goleador. Tuvo con él la misma disputa que ahora con Mbappé y más de una vez forcejearon por la pelota a ver quién ejecutaba una falta. Finalmente, por los 222 millones que habían erogado por el brasileño y por el ruido que esto generó mundialmente, las autoridades de la entidad parisina le dieron salida al uruguayo, ídolo absoluto de la hinchada, condición que nunca pudo alcanzar Ney hasta hoy, muy al contrario, es resistido.

Neymar, una de las figuras del PSG. Foto: CHRISTOPHE PETIT TESSON

A poco de terminado el choque ante el Montpellier, Neymar, infantil como siempre, e incendiario, dio un “me gusta” en su cuenta de Twitter al posteo de un usuario que escribió: “Ahora es oficial, Mbappé es quien patea los penaltis en el PSG. Claramente esto es cosa de contrato, porque en ningún club del mundo que tenga a Neymar, sería el segundo cobrador, ninguno!! Parece que por el contrato Mbappé es dueño del PSG!!”. Muy serena, la madre -y representante- de Kylian puso paños fríos a través de una nota periodística, aunque no deja de ser un mensaje para Neymar: “Las cosas son gestionadas internamente en el Paris Saint Germain, todo va bien”. A propósito de ello, el director deportivo del club, el portugués Luis Campos, reunió a ambos tras el partido y los instó a terminar con estas disputas. Hay preocupación en la cúpula porque la temporada recién comienza y puede ser funesto que se mantenga el enfrentamiento entre dos de sus tres principales futbolistas.

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Messi es el jamón del sándwich. Por características de juego (él es un asistidor y el otro un velocista) congenia con Mbappé en el rectángulo, aunque tira paredes con Ney y se lo ve como un amigo incondicional del brasileño por el pasado de ambos en Barcelona. Leo y Sergio Ramos deberían mediar para pacificar el conflicto y mejorar la convivencia.

La pretensión de reinado de Mbappé es casi absurda desde el momento en que comparte grupo con estrellas como Messi, Neymar y Sergio Ramos, y con compañeros de categoría como Verratti y Marquinhos. Sobre todo, porque por edad y potencia puede aspirar a ser un número uno, pero técnicamente no tiene comparación posible con Leo y Ney, dos artistas del balón. Y el de mayor capacidad nunca puede ser subalterno. Lo explicó en cierta ocasión Johan Cruyff, quien solía contrariar las indicaciones de sus técnicos: “No puedo cumplir órdenes de alguien que sabe menos que yo”. Lo confirmó Ruud Gullit en su libro Cómo leer el fútbol: “A veces el entrenador hablaba de tal cosa en la charla técnica y, ya en el campo, Johan daba una contraorden. Se hacía lo que él decía, es que era un genio del fútbol”.

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La autoridad no se gana por ser el dueño de la pelota sino por valores: sensatez, ubicación, generosidad, ética, persuasión, ejemplo. Mbappé no tuvo ninguna de ellas. (O)