El jueves pasado, en el choque por Europa League entre Manchester United y Sheriff Tiraspol saldado 3-0 en favor de los ingleses, se vio una acción inédita y por cierto muy llamativa, que se puede apreciar en YouTube. El brasileño Antony recibió un balón a 40 metros del arco, con su marca a unos 3 metros, y empezó a circular la redonda girando sobre sí mismo. Realmente una belleza y un alarde de destreza, pero lejos del área y sin defensas encimándolo. No era una acción para avanzar ni encarar al adversario, simplemente una golosina futbolística, como ponerse a hacer cascaritas en un costado del campo. Con un agravante: luego quiso dar un pase en profundidad y le salió mal, la tiró afuera. Quedó la sensación en el estadio y en los televidentes de ¿qué es eso…?, ¿para qué sirve…?, ¿es fútbol…? Toda floritura gusta, desde luego, pero lleva atada un requisito: que sea útil para la maniobra y, sobre todo, para el equipo. Es como si el arquero se pusiera a hacer malabarismo con tres naranjas en el aire mientras se disputa el partido. Alguien podrá encontrarlo original y divertido, sin embargo, la pregunta es ¿qué tiene que ver con el juego…? Porque no guarda relación alguna con este deporte.

Generalmente los futbolistas brasileños, por su extraordinario dominio de pelota, son afectos a esta clase de alardes, pero en otras culturas no caen nada bien. Son los casos de Neymar, Vinicius, y en especial este Antony, cuyo pase costó al United 100 millones de euros, y el público espera que haga algo más que moños y jueguitos. El zurdo paulista de 22 años lleva 3 goles en 11 partidos, se siente capaz de cualquier exquisitez con la bola y quiere demostrarlo. A Erik ten Hag, el técnico holandés que lo tenía en el Ajax y lo hizo fichar por semejante dineral, no le gustó mucho, hizo una mueca de desagrado en el banco. Pero peor lo recibió Paul Scholes, aquel extraordinario centrocampista del club rojo, un ganador total, hoy comentarista. Fue duro: “No creo que eso sea habilidad o entretenimiento es solo ser un payaso, es ridículo”. Scholes, que en sus veinte temporadas en el Manchester conquistó 29 títulos, agregó: “Creo que necesita eliminar eso de su juego y ser simple, que lo hace bien. Eso es fanfarronear. No está entreteniendo a nadie, no está superando a su marcador y pasa el balón a cualquier parte. Solo miren la reacción de Erik ten Hag, eso lo resume todo. A nadie le hace gracia la jugada que hizo. Una farsa”. Ten hag habrá pensado: “¡Para qué te traje…!

Sin utilizar los términos de Scholes, de la acción puede colegirse un primer rasgo de Antony: no sobresale por inteligencia. Pelé, Maradona, Messi, las máximas expresiones de esta actividad, tenían un poco más de recursos que él y nunca se les dio por semejante ocurrencia. Han llevado hasta la cima el talento al servicio del triunfo.

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Están quienes gustan de estas acciones (muchísimos según nos revelan las redes sociales). Que de verdad fue novedosa, simpática, lujosa. “Embellecen el espectáculo”, sostienen. Neymar lo estimuló vía Instagram: “Sigue así, no cambies. Atrévete y diviértete”. Pero es que no sirvió para limpiar el camino. Y luego falló el pase. Ahí se genera el debate, que en Twitter fue jugoso. “Si no se obtiene ventaja en la jugada siguiente, entonces es simple malabarismo -dice Steve Rodney, tuitero colombiano-. Y aquí no se obtuvo nada porque el pase fue terriblemente malo. El mismo pase errado lo podía haber dado sin esa voltereta”. A su vez, Germán Campos, caleño, lo mira desde otro ángulo: “Que haga esa gracia en el Centenario o en La Bombonera a ver cómo le va...” Franco, peruano, opina que Antony “se equivocó de profesión” (en obvia alusión a que lo suyo era el circo). Y Ricardo Rozo, bogotano, profundiza: “Quienes alguna vez pateamos una pelota sabemos que, con práctica, algún malabarismo se aprende hacer bastante bien. Lo difícil, lo realmente difícil es eludir al rival, driblarlo, ganar el uno contra uno. Por eso Messi es el rey”.

La pirueta del brasileño desató el eterno debate entre jugar lindo y jugar bien. Y, curiosamente, el martes, tras el triunfo de su equipo -el Burgos- sobre Las Palmas en la segunda división español, el técnico Julián Calero dio una explicación magnífica entre lo bello y lo útil: “Generalmente la gente lo confunde. Jugar bonito es jugar bien con balón. Hacer una cabriola, un caño… Pero jugar bien al fútbol es otra cosa”. Y amplió: “El fútbol tiene cuatro fases: ataque, defensa, qué haces cuando pierdes el balón y qué haces cuando lo robas. Si eso lo haces bien y eso lo hace todo el equipo, juegas bien al fútbol. Si a ello le unes mucha capacidad técnica, estarás jugando bien y bonito. Yo prefiero que mi equipo juegue bien al fútbol. Lo que no quiere decir que no seamos capaces de asociarnos, hacer goles, de intentar el uno contra uno, de lograr superioridad numérica, de atacar las espaldas”. Luego hizo hincapié en auscultarse a sí mismos: “Somos un equipo que busca todo eso, pero sabemos cuáles son nuestras condiciones y nos ajustamos a ellas para tratar de sacar el máximo rendimiento”.

Yendo a un análisis más fino: ¿qué es jugar bien? Todos lo sabemos: buen trato del balón, precisión en el pase, atacar y defender con eficacia, tener orden y, sobre todo, armonía de conjunto. Pero hay una docena de valores asociados, uno de ellos, jugar hacia adelante, porque naturalmente todo deporte tiene un objetivo. El del fútbol consiste en hacer más goles que el adversario. Garrincha también hacía malabares e ilusionismo, aunque todo para ganar, en beneficio del colectivo. Manuel Pellegrini, exitoso DT chileno, y Marcelo Gallardo resumen este juego en dos factores clave: control y pase. Si un equipo logra este cometido, es difícil que pierda, porque domina el juego. Cierta vez le preguntaron a Chiche Sosa, entrenador argentino de décadas pasadas; respondió: “Pasarse la pelota entre compañeros”. Cuando eso sucede, un equipo está jugando bien. (D)