La Selección ha jugado doce partidos en las eliminatorias para Catar 2022 y ha utilizado doce formaciones diferentes y en la mayoría de los encuentros ha ensayado los más extraños sistemas. Todo esto atenta contra la estabilidad del equipo y provoca desconfianza en los futbolistas. Asombra también la inoportuna citación de jugadores lesionados o en baja forma deportiva y la reiterada convocatoria de futbolistas de un mismo club. El técnico Gustavo Alfaro puede negarlo, pero esa percepción está instalada de modo definitivo en casi toda la afición futbolera.

Cito dos ejemplos. Para la triple fecha que acaba de finalizar llamó a dos jugadores de Independiente del Valle: el arquero Moisés Ramírez y el lateral José Hurtado. Ramírez fue el portero que se consagró en el Sudamericano sub-20 y en el Mundial de la categoría bajo la dirección de Jorge Célico. Hoy es titular en su equipo, al igual que Hurtado.

Ramírez fue elegido para tapar ante Bolivia en un partido que fue solo un entrenamiento con público. La prensa adicta a los dirigentes de la FEF elevó el tono de los consabidos elogios y pecó de desmesura. Se dijo que Ecuador fue una “máquina infernal”. Ustedes conocen a quiénes me refiero. Opinan por compromisos de variada naturaleza. El periodismo independiente obró con cautela porque el adversario llegó a Guayaquil únicamente para cumplir y alineó unos pocos titulares, más suplentes y varios sub-23.

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DT de la Tri carece de autocrítica; se vienen juegos complicados.


Vino entonces el fiasco ante Venezuela. No hay que ser experto en táctica y estrategia para suponer que ante el colista de la eliminatoria, que en once partidos solo había ganado dos y empatado uno; que contaba con 8 goles a favor y 22 en contra, Ecuador iba a imponer el control del balón y atacar desde el inicio para obtener los puntos que necesitaba como argumento válido para afianzar su clasificación directa. Pero ocurrió un suceso para el asombro generalizado. Alfaro no quiso traicionar su ideario temeroso y defensivista; su inveterada resistencia al fútbol atrevido, osado, intrépido. Optó por el miedo y la cobardía que mostró cuando dirigió a Boca Juniors, club emblema de temeridad, garra y audacia. Plantó una línea de tres defensas centrales y dos carrileros que se descarrilaron durante los 90 minutos. Delante de ellos cuatro volantes de corte que sufrieron heridas cortantes en su propio juego, rebasados en cada minuto por los venezolanos, alentados por el temblor que se notaba en las rodillas de sus rivales.

Impensable, los llaneros eran dueños del esférico y capotearon a un arquero de 21 años, con un único partido de Selección. Y eso que no estaban en cancha los tres mejores jugadores de la vinotinto: Yeferson Soteldo, Salomón Rondón y Josef Martínez. Perdimos porque Venezuela fue mejor y porque Ecuador fue un desastre, a lo que se agregó una lamentable falla del novicio Moisés Ramírez. Con su costumbre de eludir culpas y radicarlas en otros, Alfaro responsabilizó a los jugadores. ¿Debe ser lapidado nuestro joven arquero por su error? Culpa tuvo en buen porcentaje, pero el mayor responsable fue Alfaro, aunque siempre se oculte en su verborrea mortificante.

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Moisés Ramírez no debe ser culpado por los errores de Alfaro.

¿Cuál fue el argumento de Alfaro para renunciar a la razón? Cuestionado luego del partido respondió que su intención era “evitar los veloces contraataques venezolanos”. Ridícula explicación si consideramos que el rival tenía un anémico promedio de gol de 0,72 por partido. ¿Creyó el discurseador DT argentino que Venezuela era Alemania o Inglaterra? Si algo de crédito le quedaba entre los ecuatorianos, lo perdió ese día. Y lo peor es que nos quedó la urticante sensación de que nos quiere ver la cara de idiotas. Alfaro carece de autocrítica.

Colombia era nuestro antagonista más peligroso y rival directo. Jugábamos de visita en el abrasador clima barranquillero. Suponíamos en los futbolistas cafeteros el deseo de vengar la humillante derrota por 6-1 en Quito que provocó el despido de su DT, el portugués Carlos Queiroz. Se respiraba un ambiente de revancha en el estadio Metropolitano. No hubo tal. Curiosamente en este compromiso Ecuador salió con línea de cuatro (como debió haberlo hecho ante Venezuela) y con dos hombres de ataque. No estaba solo Enner Valencia, lo acompañaba Michael Estrada. El duelo terminó sin goles gracias a la actuación del colombiano David Ospina y mucho más de nuestro guardavalla Alexander Domínguez.

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Colombia fue un plantel desorientado, sin ideas, inconexo. Fuera de Ospina, quien atajó brillantemente un cabezazo de Piero Hincapié (lo mejor de Ecuador, con Domínguez), naufragó en la mediocridad. Fracasó su creador, Juan Fernando Quinteros; poco aportó su mayor esperanza, el alero zurdo Luis Fernando Díaz, autor de dos disparos que conjuró Domínguez en atajadas de lujo; y Santos Borré jugó nada más que con su nombre. El punto alcanzado por la Tricolor fue resultado más por defectos de Colombia que por nuestras virtudes. Valencia y Estrada recibieron pocas habilitaciones decentes. A veces Mena y otras Moisés Caicedo intentaban algo, pero no fue suficiente.

La Selección tiene 17 puntos, uno más que Colombia y Uruguay, pero nada es seguro por el avance de Chile. Nos faltan seis partidos, tres de local e igual número de visita. Recibiremos a Venezuela, Brasil y Argentina. Tal vez Alfaro ponga cinco defensas ante los llaneros. Nada extrañaría en el mundo raro de la antilógica del técnico. Quizás nos abramos en proyección ofensiva ante los dos mejores combinados de América. Si queremos clasificar debemos vencer a los tres países, algo complicado. Con ellos sumaríamos 26 puntos, pero debemos conseguir dos más en las visitas a Chile, Perú y Paraguay. No es fácil el camino que debemos transitar.

Para lograrlo se debe convocar a los mejores y poner en cancha a los más aptos, algo difícil si tomamos en cuenta los antecedentes de Alfaro, quien ha declarado ya que no debe explicaciones a nadie, como si la Selección le hubiera sido entregada en propiedad. La Tricolor pertenece a los ecuatorianos, a usted, amigo lector, a todos nosotros. Polo Carrera, exjugador y técnico de fútbol, dijo hace pocos días: “Yo no sé qué es lo que quiere el profesor Alfaro. ¿Quiere promocionar jugadores jóvenes de un equipo? ¿Quiere ir al Mundial de Catar? ¿O qué es lo que quiere? Veo muchos jugadores que siendo de un equipo actúan en la Selección”. Y Mario Canessa, en Los comentaristas de radio Caravana, conminó a Alfaro a qué diga de una vez por todas quién es el responsable de hacer las convocatorias. (O)