Martes 8, el renovado estadio Centenario era escenario de una nueva Copa Libertadores, la número 63. La inauguraban en primera fase el debutante Montevideo City Torque y el siempre animador Barcelona SC. Ganaba el del Astillero 1-0 casi de vestuario, empató el club del City Football Group (lo integran once clubes de todo el mundo y su nave capitana es el Manchester City). No hubo una cámara que lo mostrara claramente de costado, sin embargo, quedó una sensación de fuera de juego. Tímida protesta de los jugadores barcelonistas. En el minuto 87 se vio un claro penal al ecuatoriano Gabriel Cortez en el área de Torque no sancionado por el réferi argentino Darío Herrera (recibió mala calificación de los inspectores arbitrales). Ahí no había duda posible: penalísimo. El hincha saltó de su asiento: “¡¿Y el VAR…?!”

He aquí la mala noticia: no hay VAR en las rondas iniciales de la Libertadores. Primera, segunda, tercera vuelta y fase de grupos, 126 partidos en total. Solo gozarán del videoarbitraje 29 encuentros, desde octavos de final en adelante. El diciembre último, el VAR cumplió cinco años. Desde 1871, cuando comenzó la Copa Inglesa, nunca una medida generó tanta polémica en este deporte. “El fútbol se terminó”, “Mataron el juego”, “Le quitaron su esencia” (¿la equivocación es su esencia?). Fueron apenas algunos de los millones de veredictos apocalípticos vertidos en su arranque.

A esos enemigos de la ayuda tecnológica les hacemos una prueba sencilla: su selección está jugando la final del mundo, va empatando y faltan dos minutos para el final; el rival marca un gol en offside, pero el árbitro lo convalida igual. ¿Quieren que haya VAR o no…? O insistirán con el consabido “prefiero el error humano”. Está archidemostrado que, en materia de goles (o sea, si la pelota entró al arco o no) y de adelantamientos, la tecnología es taxativa, no falla. Y en materia interpretativa –penales, faltas de posible expulsión– ayuda mucho. Prueba irrefutable es el partido Ecuador 1 - Brasil 1. Wilmar Roldán, un árbitro excepcional, tomó esa tarde cinco decisiones trascendentes equivocadas, el VAR lo ayudó a reparar cuatro (se le escapó la expulsión de Emerson, que fue exagerada). De eso se trata, de reducir el margen de error. Y el VAR lo ha bajado a cotas ínfimas, tolerables.

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FIFA apoya uso de tecnología para detectar fueras de juego en menos tiempo

Solo basta recordar una agresión, una entre millones que se registraron: el descomunal planchazo del arquero alemán Harald Schumacher al francés Patrick Battiston en el Mundial 1982. Quizás nunca un futbolista estuvo tan cerca de morir en un campo de juego a causa de una falta. El holandés Charles Corver, quien dirigía esa semifinal en Sevilla, no expulsó a Schumacher, ni siquiera marcó infracción. Empataron 3 a 3, fueron a penales, Schumacher tapó dos y Alemania pasó a la final. De haber habido VAR era penal y expulsión, y casi con seguridad Francia iba al partido decisivo con Italia. Y hasta podía ser campeón.

Desde luego, al comienzo hubo errores de la cabina o se tardó demasiado en determinar un fallo. Un sistema sofisticado, en un espectáculo tan visceral, con decenas de miles de personas en las tribunas, los futbolistas presionando para un lado y para el otro, revisar en algunos casos hasta veinte cámaras, con el juez en el campo y la cabina a cien metros, no es sencillo implementarlo ni que funcione a la perfección desde el primer día. Costó, pero ya nadie discute en el estadio cuando el VAR anula o concede un gol. Se sabe que se han trazado las líneas y el que está adelantado, lo está. Y el que está habilitado, también. Los penales, ídem. Si cinco personas han llamado al colegiado para pedirle que revise una jugada de posible penal, es porque hay dudas fundamentadas. Así se decide mejor. No hay necesidad de definir una Copa del Mundo con un gol inválido si existe la posibilidad de estar seguros. La justicia exige cualquier inversión y todos los esfuerzos.

Entonces, nos preguntamos: ¿por qué un torneo tan importante como la Libertadores no tiene VAR en todos sus partidos…? Hay dos razones atendibles: costo y logística. En los torneos internos de cada país es más sencillo, hay menos traslados y se utiliza personal local. En una competición continental se requieren árbitros neutrales –cuatro en campo y dos en cabina–, los viajes son internacionales e insumen entre tres y cuatro días para ir y volver de un partido. Y entre pasajes, alojamiento, viáticos, etcétera, más los operadores locales de video, que son dos, y el servicio de cámaras de las empresas prestadoras, es un movimiento importante con una erogación alta. Comprensible, aunque la Copa mueve cientos de millones de dólares y la seguridad de un buen arbitraje lo amerita. Es el respaldo legal de toda contienda deportiva. Es esperable que en breve se extienda a los 155 partidos coperos.

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En el mundo referil hay un ciento por ciento de aprobación del VAR. Es una red de contención que los protege de desaciertos monumentales. “El VAR hubiese salvado la carrera de muchos compañeros que fueron apartados de la actividad por malas actuaciones”, dicen los señores de negro.

FIFA acaba de presentar un VAR semiautomático que, mediante un software, indica al instante si hay posición adelantada o no. Y no requiere de la observación humana. Será un nuevo aporte. Pero toda innovación lleva tiempo de ensamblaje. Y financiamiento.

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En la semana realizamos un sondeo en Twitter con la premisa “¿Estás de acuerdo con la implementación de este recurso tecnológico...?. El 71,2 % votó la opción “Sí, es muy bueno”, el 28,8 % adhirió a la antagónica “No, estropeó el fútbol”. En una década posiblemente su aceptación llegue al 99 %. Y más allá no se entenderá cómo se jugaba sin VAR.

El fútbol tiene un siglo y medio y el VAR apenas aprende a caminar. Está desde 2016 y el juego sigue siendo atractivo, con menos errores. Fue un bebé resistido, pero crece robusto y ahora todo el mundo empieza a quererlo. Los chicos que también nacieron en 2016, cuando tengan quince o veinte años preguntarán sorprendidos “¿En serio no había VAR en el fútbol….? ¿Y cómo era…?”. (O)