En los años 2000, la connotada y siempre influyente revista americana Time en una de sus publicaciones afirmaba que el tenis entraba en decadencia, basándose en que los ratings de TV habían decrecido en el 15 %, lo que propiciaba que los grandes auspiciantes consideraran sus inversiones publicitarias en el golf y el hockey sobre hielo, disciplinas deportivas que gozaban de gran sintonía en Estados Unidos.

Otra de las revistas americanas especializadas en deportes, Sports Illustrated, haciendo referencia al diagnóstico del tenis, aclaró que, aunque esta actividad no estaba en terapia intensiva, sí estaba enferma y eran las mismas reglas del juego las que lo provocaba. Que no eran razones exógenas, sino que sus males estaban en sus propias entrañas.

Como era de esperarse, tanto la FIT como el ATP y la WTA aceleraron las innovaciones y reformas, tales como rebajar el tiempo entre punto y punto, utilizar pelotas de acuerdo con la cancha, que los jueces sean más considerados con las manifestaciones de apoyo y rechazo del público y, sobre todo, encontrar en la tecnología un aporte para que las estadísticas estén a la orden del telespectador y que las decisiones de los jueces estén ajustadas a la realidad.

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Aunque las estadísticas eran determinantes, el afamado periodista especializado en tenis Bud Collins, personaje que llegó a integrar el Salón de la Fama, consultado sobre la crisis que vivía el deporte blanco, irreverente con las estadísticas, mencionó: “Todo eso es tontería. El tenis no puede sucumbir por todos esos pretextos. El tenis, como la naturaleza, cambia por las estaciones; pero siempre florece y quienes hacen ese milagro no son las reglas ni la tecnología, lo hacen los actores. Y el tenis está pariendo tenistas sensacionales, capaces de generar rivalidades que los terminan convirtiendo en héroes. ¿O nos olvidamos de los duelos de Rod Laver y Tony Roche, o con Roy Emerson, o el de Jimmy Connors y John McEnroe, o el de Martina Navratilova y Chris Evert? Solo estos héroes tienen la facultad, con su arte, de mantener muy en alto el deporte blanco”.

En todas las épocas se quiso señalar al mejor tenista de siempre. El que más resistió con ese título ha sido el australiano Rod Laver, quien ganó en dos ocasiones el Grand Slam (los cuatro torneos de Grand Slam en el mismo año), en 1962 y 1969. Laver se vuelve imperecedero cuando de la mano del gran formador australiano Harry Hopman, en la década de los 60, forma parte del equipo de Copa Davis imbatible, liderado por el mismo Laver, junto con John Newcombe, Tony Roche, Roy Emerson y Fred Stolle. Australia ganó 15 Copas Davis entre 1950 y 1967. Rod Laver, para muchos especialistas, sigue siendo el mejor de todos los tiempos. La prensa en todas las épocas ha querido buscar quien le quite ese título a Laver. Sobre todo la norteamericana trató de buscar el sucesor de Laver y lo señaló a John McEnroe y también a Jimmy Connors y a Arthur Ashe. También tuvo sus proponentes cuando apareció Pete Sampras. Sus 14 títulos de Grand Slam lo pusieron en consideración para ser el mejor de siempre. A Guillermo Vilas, en 1974, El Gráfico no solo le dedicó la tapa de la revista, además lo calificó de ser un fenómeno, camino a ser el mejor de todos los tiempos. La prensa lo quiso calificar al checo Ivan Lendl. Y ni hablar de Björn Borg, que lideraba la reconocida banda sueca, entre los años 70 y 80. Muchos especialistas mencionan que si Borg no se retiraba sorpresivamente con apenas 26 años hubiera llegado a ser el mejor de todas las épocas.

Han pasado más de 20 años desde que Bud Collins aseveró lo sensacional que es el tenis, que es capaz cada cierto tiempo de ofrendarnos ídolos y hoy hay pruebas: Roger Federer, nacido en 1981 en Binninge (Suiza); Rafael Nadal, nacido en 1987 en Mallorca (España); y Novak Djokovic, nacido en 1987 en Belgrado (Serbia). Son tres tenistas capaces de acicalar con sus destrezas y genialidades las canchas de tenis en cualquier lugar del mundo. Comenzaron a brillar a finales del siglo XX y con el pasar de los años han resistido las arremetidas de las lesiones, los avatares de las derrotas y la comparecencia de la nueva generación, que pide espacio para ocupar los puestos principales del ranking o levantar los principales trofeos.

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El ‘Big Three’

Los tres magníficos, o los Big Three, Federer, Nadal y Djokovic, no solo se dividen el cariño de los fans, también ofrecen cada cual su peculiar estilo, personalidad e influencia en la actual era del tenis. No hay duda alguna de que estamos siendo testigos de una de las épocas más brillantes del tenis. Hoy, cargados de años, siguen coleccionando títulos. Por sus ejecutorias y logros se constituyen en paradigmas para las nuevas generaciones tenísticas. Parecería que las estadísticas que presentan cada uno son una vara muy alta. Los triunfos conseguidos tienen números nunca antes vistos. Basta solo detenerse en los triunfos conseguidos para percatarnos de la magnificencia de sus trayectorias: Djokovic, con 20 Grand Slam, 36 Masters 1000, 5 ATP World Tour; Nadal, con 20 Grand Slam, 36 Masters 1000 y una medalla de oro olímpica; y Federer, 20 Grand Slam, 28 Masters 1000 y 6 ATP World Tour.

Lo más notable es que cada cual muestra su fortaleza y especialidad. Federer siempre ha sido considerado fuerte en torneos de pista dura y de césped, mientras que Nadal es el rey de la arcilla y Novak Djokovic es el que mejor se adapta a cualquier superficie; es fácil determinar cómo su carácter, tiene que ver con su estilo.

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Federer, elegante, armonioso en el desplazamiento, con una potencia que, si bien sí la posee, pasa a segundo plano para el espectador, por la distinción de su estética. El suizo redondea su tenis con su gran formalidad y frialdad de sus gesticulaciones y exposiciones. Es sensible. Él mismo lo explicó: “Lloro cuando gano, porque esas lágrimas fluyen, porque me recuerdo de aquellos entrenadores que me decían que no llegaría a nada en el tenis y que casi me convencieron”. Nadal fragua su tenis en la mezcla de potencia, pasión y talento. Sustenta su poderío por el gran derroche físico, rápido, inalcanzable y además es un gladiador. A veces da la impresión de que pierde puntos para demostrar que no es perfecto. Su gran espíritu y disposición para el sacrificio crean una gran sinergia con el espectador. Y Djokovic es la expresión máxima de cómo implementar autoridad, fuerza, carácter e irreverencia. Es capaz de sacar energía mental cuando la preferencia de los presentes es para su rival. El serbio no se inmuta internamente con un resultado adverso durante el partido, aunque demuestre por fuera que es un volcán en ebullición. Portador de un golpe de derecha letal y un revés indescriptible a dos manos. Ha declarado su afán por pasar a ser leyenda si llega a ganar este año el Golden Slam, como lo consiguió Steffi Graf en 1988, cuando ganó los cuatro torneos grandes y la medalla de oro olímpica.

Los tres magníficos están vigentes. Federer, Nadal y Djokovic. Son los héroes que invocan epopeyas dignas del culto terrenal para distinguirlos del sacro. Son los mejores de todos los tiempos hasta que el tenis se encargue de parir nuevos ídolos. (O)