Fue una jornada loca de fútbol el domingo. Cuatro clásicos superestelares en Europa. Vimos Barcelona 1 - Real Madrid 2 (el Barça sigue pagando su catastrófica gobernanza de los últimos once años), casi encimado Manchester United 0 - Liverpool 5 (paliza de esas que se dan cada cuarenta años) y Olympique de Marsella 0 - Paris Saint Germain 0 (el PSG no juega a nada y sospechamos que Pochettino se aproxima a una millonaria indemnización). Pero habría más. Después de tan copioso y calificado programa nos aguardaba el Clásico del Astillero…

La conclusión, después de tanto consumo de fútbol primermundista, es que el Emelec 2 - Barcelona 1 tuvo un nivel mucho más que aceptable. No fue menos como espectáculo que el derbi español ni que el francés. Siempre estamos proclives a criticar nuestros torneos autóctonos, pero resultó entretenido, vibrante, jugado con intensidad por dos equipos muy competitivos, habla bien del fútbol ecuatoriano. Y resultó limpio, con apenas cuatro amarillas, sin rojas, sin broncas ni episodios que lamentar entre los jugadores. Lo de las tribunas es historia aparte.

No nos sorprendió Barcelona. Lo sabemos bueno por su excelente participación en Copa Libertadores, sobre todo en sus duelos con Flamengo, el mejor equipo del continente. Es un plantel con personalidad que juega de tú a tú contra el que sea y tiene un puñado de jugadores interesantes que ojalá logre mantener y enriquecer. No es fácil en Sudamérica. Hay que ver cuánto más podrá retener a ese magnífico carrilero que es Byron Castillo, completísimo, con marca, proyección, técnica y un ida y vuelta constante de raya a raya.

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Sí resultó saludable comprobar la evolución de Emelec, muy superado en relación con versiones anteriores con la misma conducción de Ismael Rescalvo. Un equipo más compacto, crecido en carácter, convencido de poder ganar aún la segunda etapa del campeonato y con ello la corona anual. Pero, sobre todo, más maduro. Parece haberse hecho fuerte después de sufrir muchas decisiones arbitrales equivocadas. Conste que acometió el clásico sin Sebastián Rodríguez, su líder y capitán, el reloj que marca la hora en Emelec, el que ordena y hace jugar a todos. Es demasiada pérdida jugar sin él, pero el libreto aprendido del conjunto y la implicación de todos lo disimularon. El choque no dio para hablar de superioridades. El premio de Emelec es por haber querido más, por ser más claro y haber acertado más en el área rival. Su triunfo es inobjetable.

Finalmente, el técnico español parece haber encontrado el once de gala, el titular, son estos con Sebastián Rodríguez en lugar de Cevallos. Todos los jugadores azules han dado un salto de calidad, ya no está basado solo en Pedro Ortiz, Romario Caicedo, Leguizamón y Sebastián Rodríguez. En ese ejercicio de confiabilidad debe agregarse a Bryan Carabalí, Dixon Arroyo, Facundo Barceló. Y naturalmente a Joao Rojas, la estrella que iluminó la noche con sus dos golazos, que casi fueron tres con su remate al palo. El primero, con ese tiro espectacular de fuera del área que se le coló a Burrai por arriba y cayó justo detrás suyo. El 10 ya sabía lo que iba a hacer, estaba segurísimo porque de una la paró y le pegó a ese lugar donde entró. Y el segundo por el dramatismo de la jugada, con dos cabezazos a un metro de la línea de gol. En el buen sentido de la palabra, se lo vio agrandado a Rojas, pedía la pelota, quería encarar y demostrar. Puede ser un elemento clave en la búsqueda del título. En este nivel le sirve incluso a Gustavo Alfaro como alternativa en la selección.

Joao Rojas celebró un doblete en el Clásico del domingo. Foto: Carlos Barros

El fútbol ecuatoriano es uno de los pocos que sigue alumbrando jugadores en Sudamérica, y en ese rubro se inscribe Jackson Rodríguez, un lateral desinhibido, con presencia de ánimo para un choque importante como este pese a su juventud. En algún momento nos recordó a Holger Quiñónez en cuanto a la actitud para ir a todas con ganas, con fuerza. Ya mismo lo ponemos en la carpeta de las promesas. En otra franja etárea ubicamos a Romario Caicedo y Mario Pineida, dos marcadores fantásticos que cada vez que nos toca verlos son figuras. Romario por su exuberancia para llenar toda la banda derecha, marcando y atacando; Mario por la fuerza y el espíritu inquebrantable. Ambos merecieron tener mucha más vida de selección de la que tuvieron. En Pineida vemos un símil de Julio Olarticoechea, campeón del mundo en 1986, pero sobre todo campeón en la entrega sin renuncios.

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Visto desde afuera, tiene este derbi la belleza de la paridad. Barcelona está un par de victorias arriba dicen las estadísticas, pero Emelec bien podría emparejarlo en un año o dos. Ambos se ganan con frecuencia en cualquier cancha, la localía no incide demasiado. Desde el exterior se lo ve como el gran duelo nacional.

Barcelona quedó desacomodado de cara a la corona anual, pero no es menos que Emelec, fue menos solo en esta ocasión. El gol de Mastriani lo reconfortó y pasó compartir el dominio del juego y el segundo de Joao Rojas pareció dejarlo sentido. Se lo vio como un guerrero cansado, no vencido. Sus mejores batallas las hizo en la Copa.

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Vaya una mención para el árbitro Augusto Aragón. En un momento en que el referato ecuatoriano está tan duramente cuestionado, cumplió una labor impecable, sin fallas, con ecuanimidad y sobriedad. Nadie puede reclamar nada. El gol anulado a Garcés ni se cuenta, estaba un metro adelantado.

Quién sabe si llegue Emelec a superar a Independiente del Valle y ganar el título sin necesidad de disputar la final. El otro es mucho cuadro. Además, Emelec está tres puntos abajo y en goles también es menos. Pero está con la guardia alta, tiene aprendido el libreto de su técnico y le sobra moral. Se dé como se dé la definición, va a ser muy difícil voltear al equipo del Capwell. Quiere su decimoquinta estrella y está decidido a echar el resto. (D)