Quiero disfrutar de un partido de fútbol cómodamente instalado en la sala de mi casa sin que el comentarista de la TV me arruine el pastel dándome un curso de táctica. Que no me hable demasiado de basculaciones, zona dos, zona tres, doblajes, segunda jugada, líneas de pase, transiciones y demás neologismos futboleros que satisfacen más a quien los pronuncia que a quien los escucha. Prefiero conocer su opinión acerca de si Boca ganó bien, si fue penal o no (yo también lo vi, pero me agrada escuchar el parecer de quien está en la transmisión). También me complace ver un programa de análisis donde los cuatro o cinco panelistas expongan ideas sencillas y contrapuestas que me enriquezcan. Y que me den un pantallazo general de cómo han visto el juego y los equipos. No que griten todos encimándose y me abrumen con palabras y teorías sofisticadas.

O la nueva moda de las estadísticas, cada vez más profusas, que son interesantes, pero que no determinan todo: el análisis es información, pero también es observación. Un periodista puede tomar varios cursos de técnico, pero si no sabe ver el juego, no hará bien su trabajo. Y, además, su trabajo no es ser entrenador sino periodista. Los cuatro pilares en que se basa el mensaje periodístico son informar, orientar, opinar y entretener. Es la consigna que debemos observar frente al juego.

El fútbol está sobreanalizado. Y a veces los periodistas y exjugadores saturamos al público con explicaciones que son más propias del ámbito del entrenador. Antes de un partido de Eliminatoria se discute durante días cuál debe ser el esquema de juego del equipo, se invierten horas y horas en diferenciar cómo sería el planteo con cuatro defensas en el fondo o con tres zagueros y dos laterales-volantes. ¿Por qué no lo hacemos más sencillo? Ejemplo: “Para jugar ante Brasil de visitante prefiero a Tagliafico de lateral izquierdo porque es preciso defender mucho y es muy férreo en la marca. De local quizás es mejor Acuña porque el rival ataca menos y él aporta más en ofensiva”.

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Los peores casos de sobreanálisis son las previas, por ejemplo, cuando hay un clásico grande o una final y la cobertura comienza tres horas antes. Ahí los desmenuzamientos tácticos son insoportables, tediosos y largos. Sobre todo, porque el fútbol tiene un altísimo porcentaje de imponderable. Se hace toda una radiografía anticipada de lo que va a suceder y luego pasa que, al minuto de juego, un defensa comete un penal, se va expulsado y su equipo queda 1-0 abajo y con diez hombres. Todo eso que se pronosticó por espacio de dos horas tiene cero validez. Ya nada será como se dijo. Y afortunadamente es así: una enorme porción del encanto y la popularidad del fútbol se deben a su imprevisibilidad, a los batacazos que se dan.

El fútbol no es tan difícil. Hay un cientificismo futbolero y una pseudointelectualidad del juego exageradas. No van con la esencia simple de este deporte, perteneciente no solo al mundo de la competición sino también a la industria del entretenimiento. Debemos contar el fútbol como espectáculo, no dar talleres de dirección técnica, así como el crítico de cine no debe dar lecciones de actuación sino decirnos “Véanla, es un peliculón, Al Pacino está, como siempre, fabuloso y el libreto es atrapante, encantador”. No quiero un tratado de cinematografía, soy un consumidor apenas.

Contar cómo ha sido el encuentro, atractivo, chato, parejo, si el resultado es justo, quién fue la figura, las incidencias resaltantes. No debe olvidarse que todos sabemos un poquito de esto, el plomero, el dentista, el vendedor, el taxista, todos tienen una noción más que básica del juego.

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Debemos narrar desde la emoción, porque este juego es básicamente eso, emotividad, y también desde la actitud, dado que en el 95 % de los casos, los partidos se definen a favor de quien tuvo más intensidad, mayor agresividad y decisión, aparte de un mejor o peor planteo. Lo más hermoso de esta gran pasión es su sedimento emotivo, folclórico y anecdótico, no la subida por sorpresa del marcador de punta. Ghiggia contaba que, tras su celebérrimo gol a Brasil que determinó el Maracanazo en 1950, el silencio de las 200.000 almas que atestaban el estadio era tan sepulcral que escuchó a alguien tosiendo en las tribunas y sintió el ruido de papeles que había arremolinado el viento. Eso importa, es lo que quiero que me cuenten. ¿A quién le interesa cuál fue el dibujo táctico de Uruguay…? El sistema empleado por Uruguay quedó definido a los cinco minutos cuando el Mono Gambetta trabó con todo contra un brasileño, ganó el duelo, pasó la pelota limpia a Obdulio Varela y gritó fuerte, para que lo escuchen compañeros y rivales: “Vamos, que estos no nos pueden ganar”. (Episodio contado por el arquero Roque Máspoli a este cronista). Esa epopeya la gestó el carácter, no las flechitas del pizarrón.

“Lo curioso es que los técnicos que comentan fútbol, como Peláez (Juan José), utilizan un lenguaje simple”, nos dice Gabriel Meluk, editor de Deportes de El Tiempo. Rigurosamente cierto. Los entrenadores saben mil veces más que los periodistas y hablan un idioma más llano y entendible. Óscar Tabárez, durante dieciséis años al frente de la selección de Uruguay dio un magisterio en sus conferencias de prensa, siempre utilizando términos comprensibles para todos. ¡Lo que pensarán Gareca, Tite, Alfaro, Gallardo cuando leen o escuchan las complejas disertaciones tácticas de los periodistas y de los mismos exfutbolistas…!

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Tal vez debamos retroceder unos casilleros y reubicarnos: somos periodistas, no directores técnicos. (O)