Para despedirnos del formidable Paulo César (Joao Evangelista Santiago Dino. 1952-2022) es aplicable el título de la célebre obra de teatro escrita por el dramaturgo argentino Agustín Cuzzani, en 1955: El centroforward murió al amanecer. El crack brasileño falleció en las primeras horas de este martes 4 de octubre. Solo tenía 70 años. Paulo César será inolvidable porque dejó una generosa y alegre herencia futbolera que incluye casi im centenar de goles asombrosos, una impresionante capacidad de definidor implacable, y centelleantes apariciones dentro del área. Pero también será imborrable por un legado de tipo visual, por una imagen icónica que hoy habría sido viralizada en las redes sociales.

No se borrará jamás de la memoria de miles de personas que vieron jugar al delgadísimo ariete de medias caídas, el que usaba la camiseta por fuera del pantaloncillo, el de caminar chaplinesco, la explosiva algarabía de los festejos de Paulo César tras marcar un gol. Corría por detrás de uno de los arcos del estadio Modelo, con el puño derecho levantado al cielo y con una sonrisa que le cubría casi toda la cara. Ese festejo desbordado, lleno de genuina emoción, lo repitió incesantemente durante la primera mitad de la década de los 80. Es hace mucho un clásico del balompié ecuatoriano de todas las épocas.

Siempre que el atacante brasileño ejecutaba ese ritual de fondo, casi fuera de cuadro (si el juego era visto por TV), se podía divisar a un par de zagueros desparramados y a un arquero desconcertado, con la mirada perdida. Paulo César había hecho un gol, para variar, y en las gradas el público deliraba. Por esa bendita condición de generador de alegría el club amarillo despidió a una de sus figuras más queridas con escueto pero sentuido mensaje publicado en el Twitter oficial de la entidad: “Hasta siempre. Tu legado será eterno”.

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El brasileño Paulo César (i), temible definidor de Barcelona SC, gritó su gol el 18 de julio de 1982, en el duelo ganado 2-1 a Emelec. Foto: Archivo

Paulo César era distinto, especial, inimitable. Esas características se confirman hasta en la hora de su partida física, convertido ya en leyenda. Porque mezcladas con las lágrimas derramadas por su familiares, amigos, y seguidores barcelonistas y de Liga de Quito -y por los hinchas del fútbol, en general- tras conocerse la noticia de su muerte en muchos rostros, sin duda, se esbozó una leve sonrisa. Es una sonrisa furtiva, en todo caso, pero no irrespetuosa.

¿Como no sonreír al repasar mentalmente las diabluras de Paulo César? Es imposible evitarlo. Con un físico esmirriado era un auténtico show observar cómo se atrevía a embestir a defensores corpulentos, quienes lo repelían a patadas. El brasileño era tozudo y ante el castigo insistía, e insistía, hasta que ganaba el duelo. El balón acababa en el fondo de las redes, empujado por él.

Era valiente, luchador, no daba tregua, no se lesionaba. El gol era una obsesión para Paulo César y no se rendía hasta que anotaba. Y cuando marcaba uno se volvía más peligroso que un tiburón blanco porque era insaciable. Quería más y más goles. Hizo varios tantos que son memorables. El último de sus 25 con Liga de Quito confirmó la bravura del brasileño.

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Los universitarios empataban 1-1 con El Nacional, en el segundo de dos partidos extras para definir al subcampeón de 1981. El uruguayo Nelson Moraes se escapó a punta de empujones y filtró una pelota en el área y Paulo César, antes de un choque que pudo ser brutal con el portero militar, tocó el esférico y decretó el 2-1. Recién se acordó de eludir a Carlos Bacán Delgado para festejar con una carrera enloquecida por detrás del arco. Fue durante una noche capitalina de espesa neblina en el estadio Olímpico Atahualpa; sin embargo, con la visibilidad suficiente para ver a Paulo Cesar celebrar con el puño en alto, las medias caídas, y una sonrisa pícara.

Con Barcelona SC marcó uno impresionante en un Clásico del Astillero de 1983, el 20 de noviembre. Fue de palomita, pero por la altura que Paulo César alcanzó podría llamarse avioneta a esa acción espectacular. Se elevó el brasileño casi al nivel del horizontal para batir a Israel Rodríguez y sentenciar un 3-2. Fue un partidazo de marcador cambiante.

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Como todos los futbolistas que antaño se importaban de Brasil trajo Paulo César a Ecuador, en 1981, incorporado en sus botines el espíritu festivo y alegre de la samba y el carnaval -como valor agregado a su calidad futbolística, emparentada con la belleza del jogo bonito-. Tal vez por eso no perdió el buen humor, la fe, ni la templanza, al menos públicamente, ni en los momentos más complicados de su vida en el país que eligió como suyo. Tampoco cuando su salud sufrió un quebranto irreparable, en junio pasado.

“Es el mejor goleador que vi en el fútbol ecuatoriano”, dijo en el 2018 Ricardo Armendariz, su socio en Liga de Quito y Barcelona SC. ¿Cuánto costaría hoy Paulo César? ¿Cuánto cobraría? Millones y miles de dólares, en ese orden, si se toma en cuenta lo que se paga por futbolistas de insignificante nivel que han pasado por el equipo canario (por ejemplo Gonzalo Mastriani, autor de apenas seis goles en el 2022. Fue vendido, para bien del club, al país del que vino Paulo César: Brasil).

Si hubiese jugado en esta época de salarios disparatados (¿$74.390 para un volante que corre en cámara lenta?) posiblemente la vida de Paulo César habría sido diferente. Pero “no es posible ganarle al destino”, cantaba José Alfredo Jiménez. No obstante, el brasileño no se complicaba. En el 2018 le confesó a EL UNIVERSO: “Pese a no haber sido campeón con Barcelona, siento satisfacción y tengo la cabeza erguida porque fui goleador (en 1983 hizo 28, la mayor cantidad para un jugador torero en una edición del campeonato nacional, hasta que Narciso Mina hizo 30, en el 2012)”.

Este martes se cerró el capítulo vital del brasileño, un ídolo del deporte. Buen viaje, Paulo César. Gracias por tantas alegrías. (O)

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