Hace muy poco contamos acerca de la “revolución” que provocó en nuestro fútbol el equipo carioca Bangú que llegó a Guayaquil en mayo de 1962 para animar un cuadrangular con sus compatriotas de Sao Cristovao, y los locales Emelec y Barcelona. Narramos ya que el primer episodio revolucionario fue la contratación por Emelec de Fernando Paternoster, el Marqués, creador del segundo Ballet Azul y de la artillería de Los Cinco Reyes Magos.

Los amantes del buen fútbol, los que aborrecen las triquiñuelas, las agresiones al buen gusto y el amor desmedido por el resultado, aberraciones por las que suspiran algunos tontos de capirote, recordarán con nostalgia a ese Bangú que dirigía un hombre que está en la historia: Francisco de Souza Ferreira, o Gradym como lo llamaban los brasileños. Con él llegó otro astro que no hemos podido olvidar: Walter Méndez do Carvalho, o simplemente Tiriza, o más simplemente el Diablo, como lo llamó nuestra afición, pues para sus marcadores era una aparición infernal, imposible de controlar. Gradym y su Bangú se pasaron en ese cuadrangular y Tiriza fue un soberbio espectáculo por sus corridas, sus quiebres endemoniados y sus cañonazos. Los hinchas “toreros” empezaron a soñar con un Barcelona dirigido por Gradym y un Tiriza plantado en el ala zurda.

Emilio Baquerizo Valenzuela presidía Barcelona el 16 de febrero de 1963 cuando Francisco de Souza Ferreira bajó del avión en el aeropuerto porteño para hacerse cargo del equipo del Ídolo del Astillero. Atrás quedaban los intentos de Emelec en 1962 y los de Fluminense desde enero de 1963 por llevarlo a sus filas. Una gran amistad con Baquerizo, soldada a través de cartas y frases amables, comprometió a Gradym para venir a Guayaquil. Con él llegaba un jovencito de 25 años que también, como su maestro, escribiría bellas páginas de un fútbol que pervive en la mente de los fanáticos: Helio Cruz. El moreno jugador carioca se desempeñaba en los puestos del centro del ataque y era fusilero naval de un batallón de desembarco cuando en 1959 lo fichó el América de Río de Janeiro. En 1962 se lo llevó el Sao Cristovao y allí estaba cuando Gradym lo tentó para venir a Guayaquil.

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Francisco de Souza Ferreira tenía una historia nutrida de grandes éxitos en su vida deportiva. Nacido en Río se había iniciado muy pequeño en el Bon Sucesso como centro delantero. Entre 1934 y 1935 estuvo en Vasco da Gama con el que fue campeón carioca y goleador en 1934 con 34 anotaciones. Con el mismo equipo había sido campeón en 1935. Ese año alternaba su papel de goleador con el de entrenador de las divisiones inferiores de Bon Sucesso, equipo al que retornó en 1936 y en el que permaneció hasta 1952 en que tomó las riendas del elenco como entrenador. Fue campeón juvenil con Bon Sucesso y de allí partió a Fluminense. Fue tres veces campeón juvenil, tres veces campeón de reservas y vicecampeón del torneo Sao Paulo-Río. En Vasco da Gama estuvo tres años y alcanzó dos veces el título de supercampeón que se daba al club que ganaba tres veces el torneo Río-Sao Paulo. En 1960 retornó a Bon Sucesso hasta 1962 en que pasó a Bangú con el que llegó a Guayaquil para aquel cuadrangular. Había sido ayudante de entrenador en las selecciones de su país para los Sudamericanos de 1953 y 1957 y entrenador oficial de Brasil para las eliminatorias del Mundial 58. Aquello de Gradym, siguiendo la manía brasileña por los apodos, lo tomaron del crack uruguayo Isabelino Gradin que había actuado en el América de Río de Janeiro y a quien el poeta peruano Juan Parra del Riego dedicó el bello poema Polirritmo dinámico del jugador de fútbol.

Gradym (d), al frente de una práctica. Foto: Cortesía

Con el apoyo brindado por Emilio Baquerizo, Gradym conformó un equipo admirable. A más de Helio Cruz llegaron Helinho, un prodigio de elasticidad, elegancia y seguridad en el arco; George, un volante que no conformó del todo, y el fenomenal alero izquierdo Tiriza. Acababa de firmar su fichaje el paraguayo Glubis Ochipinti y fueron confirmados Jair Simplicio de Souza e Iris de Jesús López. El ariete manabita Ricardo Reyes Cassis recibió la confianza del técnico, pero lo realmente importante para la historia del fútbol porteño fue la afirmación como titulares de dos grandes valores que están en las páginas más señeras del Ídolo: Alfonso Quijano y Washington Muñoz. Gradym había trabajado mucho con juveniles en su país y en el campito del Reed Park vio a un espigado volante que se movía con prestancia y clase. Enseguida lo llevó a alternar de titular. Pero lo que más lo entusiasmó fue ver a un coloradito que manejaba bien la pelota como alero derecho, que no huía a los trancazos adversarios, que peleaba todos los balones y tenía gran olfato de gol. Así, gracias a Gradym, llegaron al plantel titular Francisco Bolita Aguirre y Félix Lasso. El coloradito del cuento, Lasso, llegó hasta la selección nacional y tuvo una estancia interesante en Universidad de Chile, entidad que pagó por él una suma que dejó boquiabiertos a todos: 25 mil dólares. Aguirre sufrió una lesión que lo apartó del fútbol cuando se había afianzado como un crack del medio campo.

Bajo la dirección del recordado maestro Gradym Barcelona fue vicecampeón de Asoguayas en 1962 y campeón invicto en 1963. Helinho y Pablo Ansaldo estaban para custodiar el marco. Ese año nació una de las líneas defensivas más recordadas: Quijano, Vicente Lecaro, Jair y Luciano Macías. Mario Zambrano y George (perdió la titularidad con Bolita Aguirre), formaban la línea de volantes en la que se mezclaban el consagrado Clímaco Cañarte, que jugaba también de artillero o armador, y Ruperto Reeves Paterson. Adelante estaban Muñoz o Clímaco, Helio Cruz, Reyes Cassis o Iris, Ochipintti, Alejo Calderón y el indescifrable y espectacular Tiriza.

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En el campeonato nacional las cosas no parecían andar bien cuando cayó ante Emelec. Gradym afrontó dos últimos compromisos en Quito con fidelidad a su credo futbolístico enunciado a su llegada a Guayaquil: “El fútbol defensivo es fútbol de cobardes, de ahí que tienda siempre a desarrollar un fútbol ofensivo sin que por ello quiera significar que descuide la defensa”. En pleno estadio Atahualpa el ídolo le atizó un 5 a 0 al Deportivo Quito y días más tarde sepultó al Politécnico por 3 a 0. Un empate con Emelec le dio el campeonato nacional, segundo título conseguido en 1963, y el paso a la historia grande de ese inolvidable maestro llegado a Guayaquil hace sesenta al que estamos recordando hoy: Francisco de Souza Ferreira, Gradym.

Bangú fue el culpable de una transformación que quedó en la historia porque dos directores técnicos inteligentes y honorables, Paternoster y Gradym, que privilegiaban el fútbol bien jugado, con intenciones ofensivas, con respeto al público decidieron que había que sembrar para siempre esos conceptos. Nunca imaginaron que iba a llegar una época en que una plaga de partidarios del que “hay que ganar como sea” destruirían su magistral ejemplo. (O)