Mal, de forma vergonzosa e indigna. Así se cerró el campeonato nacional 2021, una edición desnaturalizada por obra de los árbitros. Tuvieron un protagonismo nefasto. No hubo en todo el torneo de la LigaPro una fecha libre de escándalos. A la hora de la verdad los graves errores de los jueces, y no siempre los goles, determinaron resultados, ubicaciones en la tabla, y clasificaciones.

Pero lo más bochornoso ocurrió el domingo anterior en el estadio George Capwell, donde el fútbol fue desvirtuado como deporte, como espectáculo, y como actividad de rango profesional. La final de vuelta, el momento culminante de la temporada, fue degradada a campeonato de rancho cuando el réferi Augusto Aragón decidió que el título se disputara sobre una cancha anegada por la incesante lluvia que castigó a la ciudad.

Por lógica debió suspenderse. No existían las más mínimas condiciones para jugar ahí con normalidad. Aunque el Instituto Nacional de Meteorología e Hidrología (Inamhi) informó que Guayaquil soportó una lluvia continua de catorce horas, desde las 16:00 del domingo hasta las 06:00 del lunes, y que la precipitación superó registros históricos de diciembre, Aragón no se complicó la vida.

Publicidad

Bajo la aparente consigna de ‘a lo que salga’, y con un terreno convertido en piscina, dio la orden de jugar. Los aficionados que pagaron por un boleto para ver fútbol, y no una mala e involuntaria imitación de waterpolo, fueron burlados. En general, como espectadores nos timaron a todos.

La sensatez estuvo ausente. Pero era mucho esperar de quienes hasta con el apoyo tecnológico del VAR durante el año vieron penales y fuera de lugar donde no hubo y viceversa. En enero vendrá el exjuez argentino Héctor Baldassi, contratado por la Federación Ecuatoriana de Fútbol para intentar solucionar la terrible crisis del referato nacional. Asesorará en la preparación y capacitación de los árbitros de primera categoría, evaluará su rendimiento físico, técnico y académico, ¿pero cómo les enseñará a usar el sentido común?

En la final entre el equipo más lastimado del 2021 por repetidas embarradas arbitrales y el club que salió ileso en ese apartado la pelota no picó ni rodó. Los tibios dicen hoy: “se pudo jugar, no sufran”. En cambio, a ciertos comentaristas les preocupaba el eventual enojo de Renato Paiva si había suspensión (dicho al aire). Lo que en realidad debe causar miedo es que una pésima generación de jueces nacionales volverá a la carga en el 2022. Habrá otro torneo raro, generador de suspicacias, y tal vez una nueva final en la que un réferi no distinga entre un parque acuático y un campo de fútbol. Que Dios nos agarre confesados. (O)

Publicidad